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miércoles, 6 de abril de 2016

DOMADAS



    Incapaz de detener la dinámica de sufrimiento y de muerte que la naturaleza precisa para transformarse y perpetuarse, el ser humano decidió seguir sin utilizar su inteligencia emoética para continuar usando la burda, la convencional con la cual construye aviones y bombas lapa. A dicha inteligencia le sumó la falta de escrúpulos y la despersonalización de la víctima, para lograr empezar lo que golosa y orgullosamente denominamos domesticación.

    Por lógica de observación, las primeras no humanas se acercaron a las humanas como los ñus se acercan a las cebras, los antílopes a los elefantes y en general la fauna se acerca entre sí, por complicidad en la vigilancia ante las depredadoras, por identificicación de alimento, o por el mero placer de interactuar. Los casos actuales de dichas interrelaciones extraespecíficas se han documentado por miles y se han observado por millones, confirmando la regla de que a mucha fauna, siendo curiosa, nos gusta relacionarnos. Disfrutamos entablando contacto con otros animales, tratando de comunicarnos con ellos, como ellos disfrutan entre nosotras.

    Los ingenuos primeros animales sometidos a la denominada "domesticación" fueron al principio tentados con alimentos de las huertas y cultivos humanos, para poco a poco ir siendo convencidos de nuestras buenas intenciones, y una vez mentidos, vallados para protegerlos de los depredadores, pero también para que estuvieran disponibles. Atadas, estabuladas, encerradas e instrumentalizadas, las primeras víctimas comenzaron a sentir en sus propias carnes, la diferencia entre vida y libertad. Cabe reconocer que no era una instrumentalización drástica como la contemporánea, o que supusiera para ellos probablemente un trauma excesivo, porque todavía conservaban un marcado instinto de conservación y de natural desconfianza ante las agresiones. Pero la burda inteligencia con la que construímos máquinas de hacer café expreso, insistió en irles poco a poco engañando, haciendo creer que albergábamos buenas intenciones con ellos, y que los alimentábamos porque eramos buenas personas, generosas, y porque, por supuesto, nos sobraba mucho alimento. Ya desde el principio, las no humanas no sospechaban la dimensión de nuestra mezquindad.


    En la mente de un animal que ha codificado la huída del dolor y la cercanía del placer como base de la existencia, la domesticación inicial no aparentaba ningún peligro. Ninguno, hasta que un mal día el ser humano que trae alimento regularmente decide que el alimentado ya era lo suficientemente adulto y lo degollaba para devorar su cadáver. Entonces ya era demasiado tarde: la burla había funcionado. En términos humanos ese comportamiento es una traición con asesinato, y nuestra literatura y vida real esta llena de ellos así como el código penal lo castiga entre individuas de la propia especie. Sin embargo lo que entre humanas consideramos infame maldad y perversión inaceptable (castigada incluso con esa caricatura de sistema de valores llamada ley), aplicándolo a otras especies animales, lo bautizamos como "sistema alimentario". En resumen, fingimos hacernos cargo -por altruismo desde su punto de vista- de un ser vivo sintiente para luego ejecutarlo por el placer de un antojo. Básicamente, ese es el mecanismo de la pedofilia.

     En la prehistoria, las no humanas que sometimos a nuestra lectura de la domesticación nacían libres, o en todo caso existían de un modo más amplio espacialmente que el que sufren las que actualmente esclavizamos. El ser humano asoció la tenencia de no humanas con el gregarismo de los asentamientos agricultores, un asentamiento lógico dado que la inmensa mayoría de los vegetales no suelen desplazarse, pero con nuestra inmovilidad condenamos también a las especies "domesticadas" -diseñadas genéticamente por millones de años de trabajo evolutivo para desplazarse miles de kilómetros durante sus vidas-, a existencias de cautiverio y estabulación insoportables. El cautiverio en sí es una tortura intolerable para cualquier animal con capacidad de desplazarse. Incluso nosotras, que hemos escogido abandonar el nomadismo, sufrimos encerradas en una casa, así que es absurdo pensar que las no humanas encerradas no sufren, porque el mismo encierro en sí ya es maltrato animal, y aquí podríamos incluir a no humanas tradicionalmente apegadas a nosotras, como gatos y perros.

    Todas las actividades humanas que conllevan instrumentalización animal -a excepción quizás de ciertas modalidades de caza y pesca-, conllevan diversos tipos de estabulación. Hay estabulaciones consideradas negativas y las hay consideradas positivas (siempre desde nuestra lectura de los dos conceptos), como podría ser la "posesión" de gatos, perros u otros animales condenados a nuestro estilo de vida. Pero esa estabulacion considerada positiva o equidistante, convierte a dichos animales en dependientes de nuestra voluntad, los somete a nuestro concepto del espacio y los abandona en situación de vulnerabilidad a nuestras circunstancias y no a las suyas (por ejemplo un incendio cuando no estamos en casa).

    La esencia de la naturaleza sufre la estabulación, así como disfruta de interrelacionarse con el entorno. En nuestro caso es indispensable para la salud psicofísica mezclarnos de igual a igual con otras especies animales, no solamente por el placer que nos produce, sino por aprendizaje -basado en la observación-, de todas las lecciones que seres con una vida evolutiva más avanzada que la nuestra, nos regalan o podrían regalarnos si lo permitiéramos.

    La domesticación de las no humanas supone el nexo común en la esclavitud que ejercemos contra ellas y contra nosotras mismas y nuestra esclavitud voluntaria de horarios, asfaltos, comportamientos y normas, parte de un gregarismo solidificado. Billones de animales no humanos en este momento. desconocen las condiciones de libre albedrío y libertad pues nacen y mueren en cautiverio. Y no se han acostumbrado por mucha domesticación y acomodación que pretendamos haberles llegado a inculcar para hacer mas llevadera su tortura, porque su memoria genética es mucho mas poderosa, y la imposibilidad de comportarse como lo que son -seres libres-, representa el mayor crimen de cuantos cometemos con ayuda de nuestra ridicula inteligencia.
   
    Tortura, traición, mentira, estafa, engaño, robo, violación, infanticidio o genocidio, son algunos de los crímenes que nuestra protoespecie  comete cada día, cada segundo, contra las otras especies. La deuda se acrecenta cada minuto que transcurre en el horror que diseñamos bajo el nombre de domesticación. Los mismo crímenes que nos sirven para entrenar en la relaciones que luego y mientrastanto mantenemos entre nosotras, y que suponen la base moral de la injusticia y la desigualdad social.

    El fraude planetario de la domesticación y la civilización que hemos edificado entorno a ella, es el caldo de cultivo ideal para la guerra, la tortura, el patriarcado, la indiferencia, la falta de escrúpulos, la crisis democrática o la toxicidad que emitimos hacia al medio ambiente. La esclavitud voluntaria se suma a la multitud de obstáculos que no lograremos sortear si no acabamos con nuestro poder de decisión contra las otras especies animales, para poder llegar a ser, simplemente libres. Simplemente animales.

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