la torre que el tiempo derrumbará
es más que un techo es un puente de sangre
entre los que vivieron y los que vivirán"
Ronda de Boltaña
Hay varios en algunas torres, a distintos niveles o en uno sólo. Ramita a ramita compuestos con un mimo y una orfebreria exquisita, resistente al mismo tiempo a los vendavales, burlón de las tormentas por el adecuado drenaje y ventilación, así como poseedor del más confortable acolchado para el fin con el cual se construyó. Son circulares y altos como tronos, y desde ellos abren los ojos al mundo cientos o miles de aves cada año, para ver el paisaje desde la altura a la que vivirán el resto de sus aéreas existencias. Representan los últimos bastiones de vida en un país deforestado, donde las aves no hallan tantos arbolados potencialmente nidificables como antaño, cuando los ejemplares autóctonos, sólidos y ancianos, abundaban y ofrecían cobijo y discreción a sus valiosísimas puestas. Son preciosas reliquias transcendidas desde los tiempos en que las campesinas las recibian con sonrisas por el buen augurio y alegraban el cielo con su color de ajedrez y de piano. Desde los tiempos de la deforestación, las cigueñas y los campanarios son indisolubles en el imaginario colectivo, trayendo primaveras de bebes en hatillos desde el lejano Paris a la leyenda de la España pudorosa. Hoy las cigueñas son con las palomas, aves emblemáticas. Son con las palomas, exterminadas. El ave de la vida y el ave de la paz, no convienen a nuestra especie, experta en muertes y guerras.
Los nidos de las cigueñas pueden alcanzar las dos toneladas de peso, por eso los quieren destruir, porque son colosales mansiones de altura, heredadas generación tras generación, donde parejas estables y enamoradas traen al mundo hasta siete cigueñatos de delicado plumón, entre alharacas de danzas y crotorares de euforia. Fuera de la temporada de anidación, otras docenas de especies de aves -desde cernícalos a lavanderas-, utilizan dichos nidos para hacer sus propias puestas. Cada nido es una casa segura y un mercado de intercambio de códigos geneticos, por eso cada año son más densos y pesados.

Las iglesias antiguas, poseen dotaciones del ministerio en concepto de Bienes Culturales y Patrimonio Histórico, de modo que los nidos de las cigueñas pertenecen a los paisajes poblados, estando ellos asociados al edificio tanto como el propio edicifio. Cuando tañe la campana y la torre o los alfeizares del templo se llenan de alas trémulas y gigantes, una siente la reconfortante permanencia del tiempo. Toda nuestra literatura y cine costumbrista presenta dichas escenas, indisolubles asociaciones, de modo que hay algo más que una belleza estética, hay una esencia, muy necesaria en estos tiempos de destrucción prematura. Las más ancianas de las ancianas los recuerdan, y sus antepasadas también, los nidos de las cigueñas y su benefactora constructora forman parte de la idiosincrasia de los pueblos, y pretender lo contrario es difamar el nombre de la vida.
Por todo ello las cigueñas deben quedarse en los campanarios y los tejados, y sus nidos reconocidos como Patrimonio Cultural Vivo de la riqueza nacional, considerados como parte de la estructura parroquial, y protegidos como las cigueñas lo están, porque dejar a una ave sin nido es condenarla a la extinción.
La muerte de las no humanas puede realizarse indirectamente, cuando la actividad humana actua en menosprecio de sus intereses, aumentando la presión en sus ecosistemas y creyendo ridículamente que la naturaleza no va a a encontrar sus modos de recuperar lo suyo. Si quieren eliminar los nidos de las cigueñas, primero planten encinas, robles, alcornocales y otros árboles sólidos, y déjenlos crecer cincuenta años hasta la altura suficiente para que sean nidificables, reforestando la península de paso.
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