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lunes, 14 de marzo de 2016

NATALISMOS




    En un rapto de amor, hace muchos años, pregunté a Agnieszka si "quería ser la madre de mis hijas". Se conoce que menos atacada por el rapto erótico, más sobria y centrada, ella respondió que "ya veríamos", y la respuesta me satisfizo. Hoy lo agradezco más que profundamente. Ni siquiera se por qué le pregunte eso, no me entiendo en esa pregunta, supongo que lo hice como lo hacen millones de jóvenes enamoradas que asocian el amor a las hijas, como si no fuera suficiente con amar, como si debiéramos dejar constancia de dicho sentimiento, como quienes escriben en los lavabos publicos "aquí cagó tal o cual" o andan llenando los puentes de candados escalofriantes que asocian el amor a estar encerradas con llave. Nunca he tenido vocación de padre, ni de cuidar niñas, y a medida que avanza el tiempo veo muchas menos posibilidades de ello, hasta tal punto que decidí esterilizarme hace unos 15 años.

    Tras el feliz acontecimiento, no faltó quien sorprendida me preguntara que qué haría si un día quisiera tener hijas, incapaces de aceptar la adopción o empezar a comprender que el objetivo del sexo, del amor, de las relaciones y de la vida no es de ningún modo procrear, aunque para algunas sí lo sea, con inoportunas reincidencias además, sino apostar por la calidad más que por la cantidad, como nos recomienda el neoliberalismo. En todo caso, hijas tengo, claro, no mías, claro, sino de la vida. Son peludas y dicen miau. Y me encanta jugar con ellas, que me enseñen, hacerlas reír... y sufro cuando enferman y me muero de dolor cuando alguna muere. Es un sufrimiento inenarrable, sordo, mudo, ciego, y cuanto más lo describimos más indescriptible se vuelve, un dolor parecido al de ser el padre que pierde a una hija, y tan intenso como amor  en proporción se profesó a la persona perdida-. Tal trance transparenta aquello que ya sabemos de nosotras mismas: que las hijas, sean genéticas, o adoptivas de nuestra especie u otras nos ofrecen más deberes que derechos, porque la custodia de esas personas implica protección, implica implicacion, implica dejarse la piel.

    La operación de vasectomia duró veinte minutos y me costó doscientos cuarenta euros, en el Hospital del Mar de Barcelona, no recuerdo el nombre de la cirujana. Un diminuto malestar durante los minutos posteriores al relajo de la anestesia local, unos pequeños tirones durante unas horas y al día siguiente al trabajo.... Es lo malo, que no hay una bien merecida convalescencia por la heroicidad. La cirujana me indicó que tras sesenta eyaculaciones (60), el riesgo de fecundación desaparecía, de modo que tenía por delante la más trepidante carrera de velocidad si quería ser infertil cuanto antes, y en ello me puse, y en ello nos pusimos. Nunca he follado tanto, lo juro, recomiendo la vasectomía sólo por el postoperatorio, vale la pena.

    Han pasado los años, la población mundial se ha doblado, hemos encogido los ecosistemas legítimos de las treinta millones de especies animales que conviven en el planeta, tanto que ya no queda continente sin basura generada por humanas, ni centímetro de océano sin partículas de plástico. Somos una sucia especie en peligro de expansión, lo sabemos, y lo sabe la fauna a la cual le cuesta cien mil millones de personas cada año satisfacer la gula del capitalismo. Somos una protoespecie frágil que sobrevive y se desparrama, no gracias al publicitado uso de la inteligencia, ni a la ingesta de carne (absurda hipótesis), sino a la falta total de escrúpulos, egolatría e indiferencia, los cuales como sabemos, fueron los materiales con que se construyó Auschwitz.

    Soy humanista, así que por extensión odio la misantropía, y aún siendo consciente de que un buen porcentaje de humanas harían un favor a la humanidad suicidándose, no puedo condenar a toda la especie por la nefasta labor de ese porcentaje ni al resto de humanas por colaboración insensata e infantilismo. Soy humanista, lucho por un mundo mejor todo lo bien o mal que soy capaz, sinceramente, con torpeza a menudo, equivocándome, inspirando, sin pausa y con la prisa que a veces da la angustia, pero dándome tiempo para comprender los actos de las demas y los propios, que NO es lo mismo que aceptarlos. El veganismo es una prueba de mi humanismo, porque niega la discriminación incluso fuera de las fronteras que nos grabaron a fuego en la piel desde que nacimos, hacia las otras especies animales. Como vegana ética, desprecio el racismo, me asquea el clasismo, me enfurece el sexismo, me repugna la homofobia, y acepto en mi corazón y mi cerebro toda forma de amar basada en el mutuo acuerdo, la igualdad en todos lo sentidos y por supuesto el derecho a la vida, la libertad y la integridad corporal de todas las personas de todas las especies sintientes.

    Ni un segundo desde que me esterilicé he lamentado hacerlo, es un acto de libertad personal proyectado al colectivo, es la seguridad de que no voy a cargar a otras personas con las consecuencias de mis actos, ni a legarles un mundo peor en un panorama deprimente de suicidio colectivo al ritmo de la canción del verano. No voy a traer otra innecesaria humana al planeta y, a cambio de delegar en las futuras humanas la responsabilidad de cambiar el mundo, voy a usar el activismo para cambiar a las personas en sus actos crueles, es un modo de criar hijas tambien no sólo a las que viven en casa, sino todas las niñas del mundo, a quienes hay que aconsejarles no reproducirse, ser buenas (basándonos en las ínclitas enseñanzas de ET), y dejar el planeta en mejor estado del que nos lo encontramos. La educación es importante, pero es sutil en muchas ocasiones, y ni siquiera garantiza cambios... pero hay que trabajarla, porque fue la educación la que nos hizo mejores a nosotras mismas.

    Tener hijas hoy día es un acto de egoismo, y pretender que se hace por la esperanza de que las nuevas generaciones enmienden el estropício que estamos haciendo, es simplemente ridículo. En las demás proyectamos nuestras culpas y nuestros deseos, en lugar de ser consecuentes y racionales, valientes y hermosas, y tomar nuestras carencias como un reto, no como una coartada. La vida está ahí, esperando nuestra implicación en ella, tomándonos suavemente de la mano en los cientos de idiomas que usa para tentarnos a su vera. De nosotras depende estar de su lado, o en el de la destrucción.



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