Internet
está plagado de ellos,
tienen más likes que otros videos, más comentarios de amor, generan
más beneficios a la industria del mascotismo, promueven
más ventas de cachorros, más infecciones de vagina en madres
agotadas de parir y perder su hijas,
satisfacen la zona perversa de nuestro subsconsciente y estan en gran
parte aceptados por las personas que defendemos a las no humanas. No,
no son los videos
de caídas o gestos tiernos de las no humanas que conviven con
nosotras, ni siquiera los de absurdos disfraces que les vestimos para
convertirlos de algún modo en juguete, sino los de bromas que les
gastamos, y que sólo nos divierten a
nosotras. El pepino junto al gato o
el gato echado al agua, la amenaza robot al
perro aterrorizado, los sustos inesperados,... Internet está
plagado, y perpetuamos con ellos la idea de que las no humanas están
para divertirnos.
Me
empiezan a causar verdadero asco. Perros asustados, gatos estresados,
que han perdido parte de su confianza, de su seguridad en el espacio
que teóricamente debería ser su fortaleza exterior. Burlas
absurdas, idiotas algunas hasta el cretinismo, donde sólo las más
exitosas y con el efecto emocional deseado alcanzan la gloria de ser
compartidas en las redes sociales, y los cinco minutos de fama de la
filmadora.
Son otra muestra de nuestra
estupidez con rostro no humano, nuestra dominación. El viejo
fascismo con lentejuelas y pompones. Cabe
sin vacilación preguntarse
cuántas de esas puestas en escena, de esas chanzas
más o menos pesadas que les gastamos a nuestras compañeras de vida,
a nuestras familias no humanas, acaban en desgracia. Cuántos videos
que querían ser chistosos y ligeros, sin
malas intenciones, concluyen en
ataques de ansiedad, vómitos, ataques al corazón, apneas,
hipertermias, hipotermias, fracturas, muertes repentinas, o arritmias
que provocan esas
estúpidas estúpidas estúpidas mofas
que les gastamos. Bromas que
incitan a otras
personas a seguir alimentado este floreciente entretenimiento,
compitiendo para ver cuál resulta más
hilariante, más chocante e impactante, más cruel
a fuerza de unilateral, y más horrendo
a fuerza de disfrutar vulnerando la confianza y la devoción absoluta
que dichas personas nos muestran cada día.
A
las redes sólo llegan los mejores escenarios de los mejores guiones
pero los videos donde los animales salen
malparados, heridos o muertos, esos no llegan, porque las filmadoras
se aprestan a esconder con cierto sentimiento de culpa los errores de
su estupidez, disimulando el epitafio:
“Jacky, murió
por la imbecilidad de la cuidadora”, o “Berta, no debimos tirarte
a ese estanque”.
”Somos
falibles, somos humanas”, y habrá que perdonarlas la niñatada que
acabó en tragedia, porque quienes ríen
son más de
las que sufren y porque no debemos ser aguafiestas.
Como debemos perdonar a las asesinas lo que
están haciendo con las no humanas, como nos perdonaron cuando
nosotras eramos asesinas. Pero, en
el fondo, hay
algo muy perverso en tal comportamiento,
algo sucio, porque las bromas con que interactuamos con las personas
no humanas debieran ser comprensibles para ambas, por
lógica, por justícia, por igualdad de
condiciones, por verdadero espíritu de divertimento mutuo y no “a
costa de”. Los códigos emocionales de
las especies varían de unas a otras, y pretendemos imponerle el
nuestro a nuestras compañeras no humanas. Las
bromas a las no humanas sólo alegran a
quienes las cometen, igual que los sustos, con la premeditación y la
alevosía que caracteriza sorprender
desagradablemente a alguien. No, los sustos no son gratos,
son como la hermana bastarda de la sorpresa agradable, muy diferente
en forma y contenido, y sobretodo en intención.
Miradas
desesperadas, temblores repentinos, aullidos lastimeros, necesidad
imperiosa de escapar, parálisis, terror, indefensión... son los
síntomas que la gente está riendo mientras piensan “pobrecitos”,
mientras le dan al “me gusta”.
En
definitiva son males menores, sufrimientos pequeñitos, bromas
ligeras que confirman que los pasos de giganta del veganismo son
pasos falsos, que el amor puede ser tóxico y enfermizo, que el
respeto es un sorbo baladí y una palabra hueca. No
hemos entendido la armonía, seguimos prolongando la esclavitud.
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