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jueves, 17 de marzo de 2016

LOS OJOS Y LAS MIRADAS

           


    A través del enrejado y la chapa de los contenedores, escudriñando por ventanitas y rendijas, la mirada afanada se topa con sucias y úlceradas carnes, patas cagadas y lomos castigados.... todo triste, deprimente, y a medida que el ver se acomoda a la oscuridad interior, acrecenta otra obsesión: encontrar los ojos. Hay que encontrar los ojos, como sea, a las personas hay que encontrarles los ojos para leer lo que no dicen, para ahondarse en los idiomas no verbales, en el lenguaje de la tristeza y la soledad. En el tumulto de cuerpos amontonados el objetivo son los ojos.

    Los vemos pasar, nos cruzan o rebasan mientras conducimos, por las poblaciones pequeñas, apeaderos y gasolineras, los vemos llevárselos al matadero. Sabemos muy bien a dónde van, e incluso a sus consumidoras incomoda verlas en los cajones en los cuales son transportadas, directamente traídas desde las celdas hormigón donde tuvieron algo parecido a una vida, caricatura grotesca de ella. Su destino son los ganchos y el percutor de proyectil escondido, la gravedad se llevará su sangre perdida a las cloacas a manguerazos y se derramarán sus intestinos sobre las cintas de procesado. De momento viven, respiran, sienten, piensan, intuyen dolorosamente. Intuyen como las fusiladas un minuto antes del fuego.

    Les buscamos los ojos porque en los ojos está todo, porque somos mamíferas visuales. Aunque sepamos el poderoso arsenal del lenguaje corporal, los universos ocultos de las palabras, las manos que tocan para comunicarse, los olores y los sonidos para establecer vínculos, a pesar de todas esas herramientas, no obstante buscamos los ojos y las miradas. Miramos a los ojos de las sepias, a los cangrejos, a los peces, a las vacas, a los cerdos, a los perros y a la dependienta de la tienda, a la persona con la cual deliramos de amor o de odio miramos a los ojos de los topos y de las personas humanas ciegas incluso. Es intuitivo, ilógico, irracional, porque no habiendo una respuesta ocular, ni una identidad cómplice en igualdad de condiciones, insistimos en establecer contacto visual. Es algo genético, más allá de la cultura y la educación. Desde los cajones, nos miran esperanzados o en desespero, siempre aterrados, siempre como niñas perdidas. Las corruptas ven jamón en ellos, o filetes e nuna paranoia psicópata colectiva, el resto vemos ojos y miradas, personas.



    70. Mil millones. Setenta mil. Millones. Las activistas de hace unas décadas se sorprendían de la masividad de las vulneraciones contra la tierra y los animales, no podían comprender las cifras y basaban su discurso y la vehemencia de su lucha en las cantidades de tierras desertizadas y personas asesinadas, y la mecanización con que ello sucedía. El aporte de las luchas de las nuevas generaciones es que a pesar de que las cifras se han multiplicado por tres, se valora la unicidad de las personas matadas. Hace cuatro décadas los mecanismos de aniquilación eran menos eficaces que ahora, y las humanas provenían de un modo de vida más sencillo. Hoy en día, pese a la robotización y la terrible imperturbabilidad del "progreso", así como la frialdad con que muele cuanto toca, las luchas han conseguido regresar al valor original de cada pérdida, respetando la orfebreria sublime con que la naturaleza construye a cada ser, dándole con esa individualidad un argumento añadido en su defensa. Y aún así pienso que la causa animalista no debería centrarse en salvar más vidas individuales, sino en combatir la impunidad del crimen, del mismo modo que el genocidio judío no se combatió salvando únicamente personas sino deteniendo el nazismo. Las guerras actuales se basan en quitar luchadoras del frente para hacerlas enfermeras de las víctimas que caen mientras se pierde terreno liberado.

    El idioma más universal de cuantos hayan existido o existirán es el de las ganas mutuas de entenderse. Si un cerdo o un perro tuvieran posibilidad de comunicarnos su filosofía vital en un idioma comprensible a nuestras miserables inteligencias abarrotadas de cárceles y prejuícios, dejarían como auténticas aficionadas a Aristóteles, Schopenhauer o Descartes. El problema de las no humanas, no es la inteligencia, sino el hecho de que hasta el último momento el perro o la vaca quieren creer y confían en nosotras, incluso cuando el cuchillo les corta el cuello y su voz se convierte en un espumoso balbuceo de desangraciones, le piden ayuda a sus verdugas. Tal es su inocencia. Les traicionan como traicionan a sus madres dejándolas en el asilo a pudrirse de soledad, les traicionan como a sus hijas condenándolas al aprendizaje minucioso de la esclavitud que les deparan con desquiciada perversión, y luego creen que dar los buenos días y una limosna eventualmente les libera de la infamia de su excrementícia naturaleza.

    En un contexto como el actual, cuando miles de millones de personas no humanas están siendo ejecutadas cada año, a cada hora y cada segundo, el veganismo NO es suficiente, y la prueba más elocuente de ello es que la cifra crece exponencial y trágicamente en cientos de millones de víctimas cada año. La industria de la muerte se ha desvinculado de las leyes de oferta y demanda, gracias al capitalismo, cuyo fin es producir, vender, y socializar los costes, de modo que todas y cada una de nosotras, por activo y pasivo, pagamos la masacre de personas no humanas. La industria de la muerte, como una dictadura, como un régimen represivo, disfruta con la indiferencia de la gente, la cual -por activo o pasivo de nuevo-, le siguen permitiendo su actuación. El boicot económico derivado de la dieta vegana es imprescindible pero flagrantemente insuficiente. Las víctimas necesitan acción por nuestra parte. Del mismo modo que se exige implicación social para acabar con el bulling y no basta el hecho de no practicarlo, del mismo modo que se exige denunciar activamente los feminicidios, y no limitarse a la postura BÁSICA de no matar mujeres. Debemos actuar en favor de las no humanas, sin limitarnos sólo a no utilizarlas. El chantaje familiar y social debe ser rechazado sin cuartel, porque se basa en una crueldad psicopática generalizada, como psicopatía generalizada fue la Europa nazi o la esclavitud indígena.

    La hipotética existencia del infierno tras la muerte responde a la vergonzosa fehaciencia del ser humano a no poder, en esta vida, detener el infierno que él mismo provoca. Así como a la necesidad de amenazar vanamente con culpas, castigos y cargos de conciencia tras la muerte, desde la ingenua fe de las impotentes, a quien comete crímenes en esta vida. El crímen es civilización, y civilización es crímen. Recurrir al infierno y al juício final es una grotesca mueca de nuestro fracaso como sociedad en tema de éticas eficaces.

    Resulta fácil hablar de derechos con mil lenguas cuando la victima es otra, pero cuando el dedo puntiagudo de la desigualdad y el terror nos perfora la piel, entonces los argumentos del cerebro se tornan delirios de intestino, de ano, de corazón y de sexo, y la fisiologia de la contra a la barbarie toma las armas en legitima defensa. Todos esos ojos, todas esas miradas apelmazadas en todos esos transportes que vemos a diario, delatan a alguienes indiscutiblemente individuales, indiscutiblemente personas, que temen por su vida. La civilización de la muerte y del miedo debe concluir.


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