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lunes, 4 de enero de 2016

OPINO, LUEGO EXISTO

Los idiomas son crípticos por definición. El significado de los léxicos adquiere un tono, un color, una variante y una textura, diferentes y a veces opuestas en el imaginario personal y colectivo de las usuarias. La CARNE, por poner un ejemplo, en la fantasía global, no define la carroña de un animal ejecutado sino un producto. Por eso conviene diferenciar por un lado los hechos empíricos y por otro las opiniones. La opinión se expresa, no se imparte, y es a menudo un exceso de los tiempos contemporáneos pues lamentablemente el ejercer el derecho universal a expresarse no garantiza la racionalidad de lo expresado.

    La evolución de los derechos humanos incluye sabiamente a la opinión como parte activa del proceso de debate social, destinado a la toma de decisiones comunes sobre el rumbo de la civilización. Es muy positivo el que diferentes opiniones deban conformar el tejido hilvanado de los pactos públicos, así como relacionar los derechos y deberes de las ciudadanas. Más aún, es sólo en la variedad y la calidoscópia de las opiniones que encontramos elementos de contraste, divergencia y convergencia, ideas obviadas y en ocasiones puntos de vista realmente revolucionarios, que sin duda ayudan y han ayudado históricamente al proceso evolutivo de la musculatura ética civilizatoria. 

    En todo este proceso de cuestionamiento, es imponderable añadir el sentido común de las opiniones y decisiones, en detrimento a veces de conveniencias personales o económicas, por ejemplo. Una mayoría por ejemplo, ambiciosa o iracunda, no puede tomar decisiones sensatas, sino intestinales, usando de una opinión egocentrista, poco reflexionada y espontánea, la cual precipita invariablemente hacia puntos de vista excluyentes, desenfocando el máximo objetivo de pluralidad de la sociedad: su avance ético.

    Por poner más ejemplos: el hecho de pertenecer a la etnia discriminada, ¿da permiso para dominar a las mujeres?. O el hecho de ser mujer, ¿legitima algún derecho a despreciar a las homosexuales?. Ser homosexual, ¿da derecho a asesinar vacas?. Pertenecer a una organización ecologista, ¿concede el derecho a viajar por placer en avión?. No en todos los casos, ninguna opción o condición da derecho alguno sobre otras personas o a causar daños. Usar el pretexto de ser discriminada para desoir el derecho de otras a no serlo es erróneo y totalitario. El mero hecho de discrepar de una obvia injustícia no es una legitimidad de rebeldía, simplemente una necesidad ética natural en los ambientes sociales en que nos movemos, donde el valor de la individua es tanto como el del conjunto social.

    La gente sin ideas propias suele sustituirlas con opiniones. Un doloroso ejemplo de ello es la popularidad de la red facebook, donde los gustos personales conciben normas, creando un mundo que deambula entre lo fictício y lo real y donde el relativo anonimato de las opiniones crea burbujas de aparente bienestar muy similares a las financieras o a las pretendidamente utilitaristas, donde el bien común señorea sobre los derechos individuales y la apariencia de comunicación es solamente eso, una fachada.

    Nada encuentro más insultante a la razón (y cuando digo insultante me refiero a nauseabundo), que una persona omnívora inteligente utilizando su capacidad reflexiva para justificar su patético derecho a comer carne. Es como la racionalización teológica acerca de la existencia de Dios, o el aparato médico nazi esforzado en demostrar que las judías y negras eran una raza inferior, o los argumentos científicos que corroboraban en su día la planitud del geoide donde ejercemos la vida provisionalmente. Opiniones destinadas a ser dogmas. Desde el plano ético esta posición especista discriminatoria es defendida con la misma saña y eficacia moral con la cual las iglesias justifican sus manipulaciones alienantes: con manifiesta perversión e inconsistencia. Los estados sociales donde este tipo de conductas (inferioridad de razas, ingesta de esclavitud, pedofília, planitud terrestre...) pueden realmente ser tomados en serio, son sencillamente estados fascistas. Estados de derecha, no de derecho. E invariablemente el mundo en cada momentos histórico ha debido plegarse a las evidencias del sentido común, desde perder guerras o dejar de quemar libros y herejes, hasta detener a pedófilas y promocionar el veganismo. Toda la linea de acción civilizatoria debe dirigirse al respeto.

    La historia humana es apenas un minuto en la de las medusas, y esa falta de cautela que manifestamos con nuestra arrogancia olvida que antes de pensar hay que reflexionar. Y despues de pensar hay que seguir reflexionando. Antes de tomar decisiones que afecten a lo común basadas en nuestra opinión, debemos acordarnos de la existencia de las demás y de su igualdad de condiciones y de acción, de que todas cabemos, y de que el nivel de nuestra estupidez sólo es comparable al de nuestra imbecilidad.

    Empezando por la educación infantil, construímos sociedades pederastas contra ellas, violamos a las niñas enseñándolas a segregar animales, a comérselos, a sufrir absurdas clases escolares, a vestirse con nuestros colores, a comportarse y amar según nuestros límites y  frustraciones, mitos y suicidios. Torturamos a las niñas con nuestras opiniones, con palabras de odio, con pedagogías de vómito, con nacimientos mecánicos y con culturas que -siendo legítimamente orgánicas y maleables-, tratamos como pilares incuestionables de la tecnocracia al uso.

    La opinión es sólo eso, una proyección personal que difiere según la experiencia personal, el carácter, las circunstancias, las preferencias o fobias y la información recibida durante la vida,  procesada de la mejor o peor manera que podemos y sabemos. No es poca cosa en absoluto, pero como seres orgánicos, la opinión cambia y es diferente en cada una. Ello presenta la a menudo infranqueable dificultad de crear normas de convivencia comunes, porque radica en que personas sensatas o bondadosas opinan con el mismo derecho que personas crueles e irrespetuosas. Entonces establecer la universalidad del derecho a vivir y a ser libre, -independientemente de raza, género, condición sexual, especie, edad, "clase" o cualquier otra característica-, se convierte en una prioridad básica e inexcusable. Y de la calidad de dicho derecho va a depender la del resto de derechos y obligaciones inherentes a él, en el marco de sociedades plurales. Sociedades plurales las cuales, ineludiblemente, deberán carecer de víctimas.

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