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sábado, 19 de septiembre de 2015

REPUDIADAS

                                                               REPUDIADAS

    El sitio de Leningrado por las tropas alemanas se prolongó casi 3 años. La población rusa, cercada y asediada por el hambre y las enfermedades, moría en sus casas, lentamente. Era frecuente el canibalismo y el comercio de carne humana. Había que sobrevivir. Profanación de tumbas, desesperación y depravación mostraron la cara oculta de la condición humana, la misma que ofrecemos a las no humanas encerradas para después ridiculizar su comportamiento, antes de asesinarlas. En esencia no somos mejores que los cerdos o las ratas, a las cuales atribuímos cualidades menores.

    Antes del llegar al extremo del canibalismo, sin embargo, en Leningrado todas las personas no humanas que vivían en las casas como animales "domesticados" fueron devoradas, desde gatos y perros hasta conejos y aves de canto. Todas. Había que sobrevivir y en el antropocentrismo resulta normal, natural y aceptable matar a las personas de menor valía para nutrir a las importantes. Las niñas y los peces no tienen voz, dice el dicho, por eso mucha canalización de los problemas entre parejas los pagan las más pequeñas. Hematomas, traumas y palizas muestran que cuando hay algún problema la violencia sigue siendo nuestra respuesta. Pero, ojo al matíz: la violencia se ejerce más impunemente contra las débiles, contra las que no pueden defenderse, contra las parias. Es el método con que la mezquina especie a la que pertenecemos soluciona sus problemas mentales.

    Yo creía que la solidaridad era algo asimilado en el cuerpo legal de los estados. Nos gusta que las constituciones, las leyes, la empatía y la justícia formen superestructuras teóricas de buenas intenciones que superen la realidad de la mezquindad popular. Siempre lo escrito debe superar a lo existente, por tener una referencia noble a la que aferrarse cuando las cosas se ponen feas. El humanismo y el veganismo derivado de él, el respeto, la obligación ética de no vulnerar y de ayudar a las personas vulneradas, por ejemplos, forman parte de los ideales de nuestra civilización, aunque luego nos encontremos con que la ignorancia, la indiferencia y la necedad campan a sus anchas por las ciudades.

     Millones de personas migradas de países sucios amenazan la Europa blanca con sus suciedades, sus culturas, sus verbos ajenos y sus colores. Han saltado las alarmas, el miedo que Orwell propusiera en 1984 sigue funcionando con eficacia relojera. Echamos la culpa al Islam de maltratar a las mujeres, sin querer saber que Islam es una religión, ni mejor ni peor que otras, creada por hombres, manipulada por hombres, destinada a someter a las mujeres, pero apenas una mera herramienta del patriarcado. El patriarcado es el problema, no los utensilios de que se vale para manifestarse.

    "Nos van a quitar el trabajo", se oye por los pseudomedia en boca de las pseudopersonas, pero nadie atiende a los miles de millones de euros que la corrupción política de los países europeos roba a la anciana sin cobertura social, a la madre condenada a pobreza, o a la trabajadora que no trabaja porque el neoliberalismo ha destruido su puesto de trabajo. Nadie toma en serio el verdadero problema, es mejor comerse al gato, darle una hostia a la niña y alambrar nuestro territorios contra gente sucia, contra personas non gratas, tan diferentes de aquellas que con maletines llenos de falta de escrúpulos surcan los aires sobre las fronteras dibujadas con la sangre de las niñas, para comprar un gobierno, una montaña o un río y darle una vuelta más a la tuerca. Deberíamos desterrar a personas foráneas y acoger refugiadas, parlamentos vacíos y casas y pan para todas.

    Soy una persona migrante, ni inmigrante ni emigrante, como la mariposa monarca o la cigueña. Soy una persona que se desplazó buscando la lluvia, como otras buscan mejor calidad de vida para sus hijas, o huyen de las minas antipersona fabricadas en la bendita Europa o de la bala que te parte en dos. Soy migrante, es decir, alguien que abandonó un planeta para vivir en otro, ni mejor ni peor, simplemente otro. Pero en los dos hay violencia especista, en los dos hay racismo, clasismo, sexismo u homofobia. No hay mejor ni peor país como no hay mejor ni peor especie. 

    Por otro lado ¿qué sería de las naciones sin las migraciones?: simplemente no existirian. No lo digo como persona migrante, sino como persona que aprende de la historia. La sopa cultural europea debe mucho a la patata americana, a la zanahoria de Oriente Medio, al aceite de oliva árabe, por no hablar del flamenco gitano, del klezmer judio, de los atuendos orientales y de tanto y tantos (!y tantos!) legados culturales, verdaderos tesoros de la riqueza nacional. Herencias que de tanto usarse, han perdido su incorreción política original para fundirse en el tejido social, aprehenderse como unas zapatillas cómodas y dar identidad a los territorios.

    Los comportamiento racistas cotidianos fueron pequeños ladrillos con los que se edificó Auschwitz,. La frustración y los complejos esculpen el racismo, la parcialidad de los puntos de vista, la falta de análisis, el miedo ubícuo que convierte a una judia en una violadora, a una musulmana en una asesina, a una sudamericana en una mentirosa o a una compatriota en una buena persona, en un juego de sombras difuminadas, verdades a medias, mentiras a enteras, fraudes mediáticos y opiniones poco meditadas destinada a apaciguar nuestro pánico a la oscuridad.

    Contra el repudio, el refugio. Contra la barbarie, el veganismo. Enriquezcamos nuestras culturas para hacer culturas de diálogo y sensibilidad. Pensadlo con calma, todo es demasiado sencillo, todas necesitamos comer y beber, orinar y defecar, nos asusta la oscuridad y queremos vivir en paz. Eso es todo en resumen, no hay mucho más. Sólo somos frágiles mamíferas sedientas de besos.

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