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lunes, 24 de agosto de 2015

EL VERBO DE LA DESIGUALDAD

EL VERBO DE LA DESIGUALDAD

    Se incide acertadamente los últimos meses en el tema de que las mujeres no se mueren de violencia sexista, sinó que son matadas. Y no es de otro modo, por más que la repugnante corrección política de los media insista en desvincularse de la información objetiva, en lugar de ser la informadora del pueblo para el pueblo, para ser instrumento del poder.


    Es cierto, las mujeres son asesinadas, son matadas de verdad, hay cadáveres reales por medio tras un titular. No hay reglas de comportamiento, sus asesinas no nacieron asesinas quizás, fueron sus frustraciones, sus miedos e inseguridades, su mezquindad de machirulos también, la indiferencia social, la ineptitud política, la incompetencia administrativa o la presión social por subsistir, que cada día hace más dificil congraciar las expectativas de nuestro tren de vida, con las posibilidades económicas reales.  Todo un poco, o todo un mucho.


    Rajoy tenía razón, aunque me joda reconocerlo: vivimos por encima de nuestras posibilidades. Eso quiere decir que alguien o algo debe pagar la externalización de los costos de nuestro despilfarro. La externalización de los costos de nuestro tren de vida significa la ecoilogización de los costos, las socialización de los costos, la deshumanización de los costos,  la animalización de los costos,  la tercermundización de los costos... Cuando alguien compra suele matar a alguien, o apretar con otras manos, su cuello para asfixiarlo un milímetro más, y hacerle más imposible el aire, hasta que un día se muere y se convierte ( o no ) en titular de prensa. Y cuando alguien se muere significa que lo matamos. A las judías no las mataron las nazis, sino la indiferencia, el antisemitismo y el capitalismo.
    Los países llamados en desarrollo o en subdesarrollo (Segundo y Tercer Mundo), son esquilmados de sus recursos (otro de los verbos de la desigualdad, otro de los nombres ignominiosos que dimos a la naturaleza), y sus personas deben migrar buscando aquello robado, yendo donde esta la riqueza para simplemente vivir. Es lógico, lo ilógico sería quedarse en sus países esperando a ser muertas, perdón, esperando a ser matadas.


    No es lo mismo matar que morir, porque morir es algo que un día hacemos sí o sí, otra cosa es que el mar global se trague con sus hermosas olas y su frío salado la patera, porque las ladronas del país en que vivimos hayamos decidido que así sea, Es  injusto, es desigual. Es criminal. Las mujeres no mueren de violencia de género, sino que son asesinadas, con saña, con desesperación, con testiculación, con patriarcado, con muchas otras causas, las cuales usan a un pelele inmisericorde como herramienta para cometer dicho crímen. El "tercer mundo", no muere, sino que es asesinado por la población del "primero", por el derecho a comer plátano de Europa, por los aranceles aleatorios, por las fluctuaciones bursátiles, por la depredadación y el colonialismo rebautizado neocolonialismo pero que lleva en sus intenciones la espada evangelizadora de los neocolones y los neocorteses, asesinas reformadas que ahora ejercen sus liturgias sangrientas en despachos de corporaciones.


    Las no humanas ( aquellas que el verbo de la desigualdad llama animales, como si nosotras no fueramos eso y sólo eso ) no mueren, sinó que son asesinadas, como mujeres, como tercermundos. Son personas desnudadas por nuestro imaginario de su condición de persona, para poder asesinarlas sin sentimiento de culpa y llamarlo sistema alimentario, del mismo modo que las mujeres podridas por la violencia patriarcal se murieron de violencia "doméstica", y lo mismo que en todas las fronteras con la bendita Europa se estrellan contra sus playas y sus alambradas, contra sus gases lacrimógenos y su brutalidad policial, contra su racismo y su histeria de malcriadas niñas de culo inmenso, la desesperación de gente que quiere simplemente recuperar lo que les robamos a punta de leyes de política exterior, gobiernos corruptos armados por nuestra producción de armamento, a punta de neoliberalismo y dumping, del exterminio de millones de no humanas, de desertización de fondos oceánicos, y de una ecoilogización de costes que ya ha destruido medio planeta.


    La Europa neonazi que mimamos con la piel pálida, la Europa nauseabundamente "tolerante" que con tanto orgullo mencionamos en las cartografias y enciclopedias ( y cuyo centro geográfico está en Lituania, ni más ni menos), ingurje como un agujero negro cuanta energía y materia se halla a su alrededor, sin fronteras, ni visas, ni leyes éticas, replegando universos adláteres para intentar satisfacer imposiblemente su vientre bulímico. La Europa que exige el talado y la calcinación de la Amazonía para alimentar de maíz y soja a las esclavas no humanas que el verbo de la desigualdad llama bistec o leche o huevos, y para editar folletos publicitarios que tienten a la consumidora de bistecs. La Europa que se enriquece con el asesinato del mundo y que exige su derecho a hacerlo cada vez que bajamos al Mercadona o nos enamoramos de alguna bisuteria prescindible. La Europa que construímos cada día, mientras protestamos contra el crímen de género, de especie, de raza, de clase, porque no cuenta el voto, ni la opinión, ni el grito ni la rabia o la razón, sino el dejar o no de echarle billetes de banco a la máquina, y abandonar el capitalismo de una vez por todas, desahuciando al patriarcado. Con el culo pateado del patriarcado se irán el poder, las jerarquizaciones, el especismo, las desigualdades, la destrucción del medio ambiente, la extinción de las especies, la exterminación de las individuas no humanas. NO es poco.


    ¿Queremos hacer algo por el mundo?: dejemos de consumir como si no tuvieramos vida propia y necesitaramos de un constante bombardeo de chucherias para denominarnos  ciudadanas libres. Apostemos por el decrecimiento mundial y la renuncia, reforcemos la confianza, dialoguemos para desmitificar el pensamiento único, dejando de poner tiritas a la gangrena para curar nuestro cuerpo, maltrecho por siglos de desigualdades. 


    Veganismo, humildad de las opiniones, igualdad de género, feminismo en las escuelas, integración y diálogo, renuncia de placeres que matan o asfixian a otras.... la lista de los retos abarca al cien por cien de nuestras conductas improntadas desde la cuna. Cuestionemos todo, dejemos de ponerle verbos y pretextos a la desigualdad, la muerte llega a su ritmo y convocarla con ritos de modernidad sólo aumenta nuestra deuda externa con "las desigualdadas". Y la deuda interna, con nuestra consciencia.

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