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jueves, 6 de agosto de 2015

DE MALA MUERTE

                        

    La ignorancia es una cualidad intrinseca a la razón, al igual que la lucidez, ambas se necesitan mutuamente. La razón precisa comunmente de espacios yermos para tener dónde actuar y poder aportar su fertilidad por mor de buenas cosechas. Denominar a alguien ignorante es un ejercicio de lucidez compartida, que anima e incita a los avances individuales, colectivos y, por extensión, sociales. Es por ello que de en modo alguno denominaría ignorantes a las tontesillanas. Las tontesillanas merecen otros apelativos más acordes con su ralea.


    Palurdas incapaces, necias catetas, asesinas activas, paletas de comportamientos esquizoides, machirulas con problemas de virilidad irresolutos, anegadas hasta el cuello en sus propios excrementos anéticos,... tales semejarían las definiciones que una, graciosa o torpemente, pudiera emplear para definir a quienes permiten, apoyan y ejecutan uno de los actos de infamia más cobardes, repugnantes y viles de la larga historia de necrofilias que tristemente atesora la cara miserable de España. Esa España pringosa, orgullosa de sus roñas y sus hediondeces. La España de los cojones peludos, de la cultura de la violación, de la exhaltación de la muerte ajena.


    Las ignorantes reptamos por la hierba baja de los prados, esperando aprehender de su humedad, conscientes de nuestras carencias, avergonzadas de ellas pero ilusionadas en que un día llegaremos a saber algo y poder así ser simplemente dulces, simplemente mejores. Nada que ver con el asco mayúsculo de los septiembres marrones oscuro de Tontesillas, en el ano de España, donde cientos de psicópatas en bastardo fuenteovejuna azuzan y aterrorizan a una persona no humana para desangrarla con cobardes lanzazos y finalmente, -una vez la tienen postrada de rodillas, incapaz de comprender tanta depredación y voracidad-, ejecutarla. Todo debido a su culpa milenaria de haber ser toro. 


    Ni aceptación, ni comprensión, ni olvido, ni perdón. !!A muerte contra el Toro de la Verga!!. Contra esa histerica carencia de valor suplida con arrogancia invasiva, esa mezquina manera de desfogar la inutilidad de unas vidas inútiles enfrentadas a la incapacidad de suicidarse cortésmente para el bien de la comunidad, contra ese espectáculo de baba y alcoholismo, de estupidez profunda y servil, de infradotadas reventando a una inocente mientras suena el himno de la canción del verano al ritmo de oleadas de testosterona. Las participantes albergan el cerebro en el balano, están hechas de la misma pasta de las violadoras y las pedófilas, vulnerando la inocencia indefensa. Solo que estas violadoras, estas pederastas, son apoyadas por la ley. Una ley de esta calaña es una ley fascista. Súmenle el apelativo a la ristra de los ya mencionados.


    Señoras antropólogas, no busquen más el eslabón perdido, lo hemos encontrado.


    Torquemada renace en los veranos ibéricos, en las piras litúrgicas de crueldad de los toros embolados. Franco se masturba sobre los cadáveres de las no humanas asesinadas, excitado por la fanfarria taurófoba, orgulloso de su legado de gangrena. En los veranos ibéricos el fascismo de la saña más asquerosamente machista de la España Angosta evacua intestino sobre la imprescindible ética, para gloria de traadicciones y loa a la corrupción que cierra escuelas y hospitales para eviscerar toros y llamarlo "fiesta". Tontesillas, pueblucho de mala muerte, probablemente con uno de los coeficientes intelectuales más paupérrimos de Europa, expresa su sabiduria al parecer del único modo que sabe: atormentando a sus niñas con el show de la tripa expuesta, educándolas en la sangre a borbotones, violando personas de otra especie, persiguiéndolas con premeditación y alevosía entre hedores de semen podrido. Lo de Tontesillas es el clímax de la testiculación que sufre el mundo desde hace miles de años, cuando enarbola en sus comportamientos septembrinos un estandarte de odio patriarcal. Quien disfruta la muerte de un toro, crea bases para el asesinato de género y la violencia sexista.


    Atiendo al proceso de cambio, año tras año, pero no llega. Se ignoran y se rechazan las protestas anuales contra esa escoria de festejo llevado a cabo en Tontesillas, se considera al cambio un chantaje, se deshecha la alternativa de eventos lúdicos y culturales en sustitución de la inercia de la brutalidad... Matar un toro lenta y perversamente es más divertido, hace más machotas a las tontesillanas (incluyo a sus mujeres, por permisibilidad), más dignas de recibir titulaciones tan ignominiosas.


    Como cada ańo por estas fechas, como colofón de un verano de insultos a la paz social en calles sucias por el miedo de los toros, en una catarsis de vómitos y diarreas sobre la justicia, llega el Toro de la Verga como un cubo de meados sobre el sentido común, para adornar con la insulsa violencia a las viejas decrépitas del estado. 


    Ahora que el gobierno no tiene a ETA para aterrorizar a las ciudadanas y venderles el voto a los dos partidos mayoritarios como solución a su miedo, ahora que imponen leyes terroristas de silencio a los derechos humanos básicos de expresión democratica, ahora que se recorta en todo menos en sueldos indecentes, dietas despilfarrantes o en aparatos de represión y control de la libertad. Ahora, que la educación y la sanidad en detrimento socavan la legitimidad de la existencia de un estado, ahora, en una de las letrinas de la península, se afilan las lanzas, se preparan las asesinas, y muere Miguel Hernández una vez más, como un valor menguado por el griterio de la temeridad histriónica. Quevedo y Calderón estupefactos se retiran a sus aposentos de olvido, Cervantes se amputa de pura vergüenza su otra mano, y Sender y Concepción Arenal, cabizbajas y silenciosas, son retiradas de las bibliotecas de Tontesillas, donde nada de mayor nivel que harrypotter resulta comprensible a sus usuarias. Tontesillas apesta a detrito y a iletralidad.


    Tontesillas es el espejo de la salud moral de España. Como cada año por estas fechas, las patéticas ínfulas de un pueblo con complejos de inferioridad -completamente fundados, por otra parte-, muestra sus dientes afilados para morder con fiereza a una niña extraviada, a un toro que no sabía nada sobre su crimen de haber nacido toro, y que se extingue a golpes y empujones, a cuchilladas, tajado por mil lugares, con el cuerpo lacerado y vulnerado, del mismo modo que se repliega un universo, encogido de rodillas, enroscado en su inmenso dolor y acabado. Con violencia. Injustamente. Para siempre.


    Ni uno menos, ni un toro más. Detengamos la taurofobia.



   

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