Una
leyenda de una tribu local del parque del Iguazú en la Mata
Atlántica de la Amazonía, narra la existencia de Naipi, la hija del
jefe de la tribu, tan hermosa que las aguas del propio río se
detenían para admirarla. El valeroso y apuesto guerrero Taroba se
enamoró de la muchacha, pero su padre decidió sacrificar a su hija
en honor del dios Serpiente Emboi. Prosigue la leyenda que la noche
antes del sacrificio las amantes escaparon y el encolerizado dios
Emboi agitó vengativo las aguas del río para tragárselas. De ese
modo y no de otro, damas y caballeros, nacieron las cataratas del
Iguazú. Precioso... Bueno, en serio, independientemente de la supina
estupidez de la propia historia -no confundir con romanticismo-,
obsérvese la basura de toda dicha leyenda, que nos habla de ríos
detenidos por el ser humano, guapas que triunfan sobre feas, amores
heteros como máxima expresión del amor, jefas, valerosos guerreros
acostumbrados a asesinar, padres genocidas y dioses malos
representados por inocentes animales como la serpiente... un tostón
de vómito. Por supuesto el mito, la estupidez de las leyendas
tribales, no se diferencia lo más mínimo en la estructura de
adoctrinamiento católica, basada en la imbecilidad, la estultamente
sexista hinduista, la rancia y misógina musulmana o hebrea, o
cualesquiera de los miles de mitos que conducen por activo o por
pasivo, a esa especie profundamente subdesarrollada a la que
pertenezco, en ocasiones a mi pesar.
No
importa si yo me cago o no en las religiones, cada una hace lo que
quiere con su vida, y desde luego el derecho a ser idiota es sin duda
el más universal de todos. Las religiones tienen un profundo
componente ético que defiendo, ante la aparente incapacidad
manifiesta de objetividad y sentido común de muchas individuas de
nuestra venturada especie. La religión ofrece una alternativa a las
crueles para que no vayan por ahí alegremente violando niñas
(aunque lo hagan), asesinando (aunque lo hagan) o destruyendo cuanto
tocan. Aunque lo hagan. Sin religiones sin duda el mundo sería peor,
mucho peor. Lo que me molesta de las religiones, claro está, cuando
creer tener derecho ético a torturar o matar como herramienta de
bien, alegando algún tipo de justificación.
En
la que nos toca sufrir de cerca, la católica, está prohibido vivir,
está prohibido morir, ni aborto ni eutanasia compasiva, ni condones,
ni besos a dos bigotes, ni carícias a dos montes de venus,... nada
de eso so pena de exclusión social e ignonimia, imbecilidad
eclesiástica que dicta reglas morales (tradicionalmente mediante
morados y chantajes)... y de paso mete sus faldas largas, su
maternidad obligatoria, su celibato, su heterosexualidad y demás
mierdas. Para simbolizar su amor, su fe, su respeto y su dulzura, la
secta católica ha escogido como su más elocuente símbolo la
sangrante carnicería de un ser humano crucificado -en el más
benévolo de los casos-, o cadáver -en el más común-. Curiosa
manera de marketing, no me negarán. La sangre en profusión, dolor,
laceración, tortura, agonía, llagas, el largo sufrimiento y la
triunfal muerte ajena (con clímax en el sacrificio ritual), anuncian
el deseo de purgar los pecados de otras (sugiriendo que otras paguen
nuestra maldad), formando parte obsesiva de la iconologia del
catolicismo. La amenaza de la cruz contra las infieles, esto es lo
que os espera si no os portais como decimos. Veganismo en estado
puro, como vemos.
Contraatacando
a la imparable feminización de la sociedad, que desbancará al
patriarcado, la Iglesia Católica utiliza el derecho a la
interrupción del embarazo como modo de criminalizar de nuevo a la
mujer, señalándola con su eterno dedo acusatorio (duro como una
polla erecta), como la asesina de masas más cruel que haya existido,
que ríete de las nazis, oye, y manteniendo de paso su dominación,
su depredación y todas las semióticas de la iconología descrita,
contra las no humanas también, lo cual nos lleva a concluir que las
religiones son discriminativas por esencia.
La
primera esencia de la discriminación religiosa es pretender que dios
heteropatriarcal monoteista existe. Por pereza en la busqueda de
otras alternativas al origen de todo, conformismo a la esclavitud
natural, maldad específica o avaricia, se sostiene que existe un ser
naturalmente amo (no ama) de lo demás, con derecho a hacer y
deshacer, utilizando para dichos fines a ciertas humanas,... las
cuales casualmente son las que han decidido esa teoría, qué
carambola.... De este modo el siguiente paso es adjudicar un rol de
superioridad con respecto a las no humanas, dado que la humana ha
sido hecha a su imagen y semejanza.
La
segunda discriminación de la Iglesia es la seguridad infalible con
la cual deciden las fronteras del bien y del mal, ajustando tales a
sus intereses, y dando a su punto de vista una locución universal.
Una tercera discriminación, ya mencionada, es la de otorgarle a las
hembras de nuestra especie la misma validez moral y calidad de
explotación que las de otras especies animales: la función
reproductora. Esa misma obligación utilitarista que condena a la
hembra a parir como única misión vital.
Una
siguiente discriminación es el derecho a decidir acerca de quién
debe morir y quién vivir (contradiciendo su amor por la vida en sus
soflamas antiabortistas), mientras bendice la ejecución sumaria de
miles de millones de personas no humanas (en ello se hermanan la
santa y la fascista), hasta las guerras de fe, las casi cien millones
de indígenas americanas masacradas con el beneplácito religioso,
pasando por las buenas relaciones del Vaticano con numerosas
dictadoras, desde Hitler a Pinochet.
La
Iglesia en conclusión es, por definición, en esencia y en acto,
genocida y fascista, lo cual no evita que se publicite a sí misma
como compasiva usando de escudo a las misioneras, del mismo modo que
el régimen nazi cuidaba a sus arias puras y organizaba colonias de
verano a las juventudes hitlerianas, o del modo que las neonazis
actuales reparten comida entre la población de raza rosada, tratando
de ganar votos y aplicar el más extensivo de los fascismos, la
democracia actual.
Mientrastanto
dios reza al ser humano para que cesen los castigos y las barbaries,
un dios impotente y aterrorizado, cagado en los calzones ante la
bestia bípeda que arroja azufre enarbolando cruz y bomba de racimo
en la mano, con sulfurosas palabras de amor urticante y pedófilo, de
amor destructor y excrementicio; una bestia vertical excesiva y
humanoide, que desgañita su odio mezquino en altares y parlamentos.
Una bestia criminal, histérica y enloquecida de rabia y pataletas
ante la propia incapacidad de exorcizarse a sí misma.
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