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jueves, 12 de febrero de 2015

NACIONALESPECISMO



"Shoah" es un excepcional documental de 1985, realizado por Claude Lanzmann, el cual basa nueve horas de duración en testimonios de victimas y verdugas del exterminio nazi, en lo que vieron y oyeron personalmente durante la catarsis del antisemitismo en Europa, es decir lo que el mundo hizo a millones de personas, usando a las nazis como herramienta. Es importante aclarar esto porque lamentablemente sigue existiendo desde el nazismo el mismo antisemitismo, anticomunismo, homofobia y muchas otras discriminaciones absurdas en la actualidad, y muy latentemente en Polonia, donde vivo. El exterminio nazi no fue casual, sino una consecuencia histórica de desprecio y odio acumulado por siglos.

Al inicio de la segunda parte de "Shoah", una peluquera judía de Częstochowa ( Polonia central ), relata que fue obligada, junto con otras 16 peluqueras más, a cortar el pelo a miles de personas en los cinco minutos previos a sus asesinatos en Treblinka, mediante gas de escape de los camiones, un método más habitual que el zyklon B. Durante dos minutos cortaban el pelo a víctimas que a menudo sabían su inminente destino. Pero ni las peluqueras ni las víctimas podían hablar (bajo pena de muerte inmediata) sobre qué les deparaba, instadas a fingir que iban sólamente a ser desparasitadas. Dicho cabello se introducía en bolsas y se enviaba a Alemania. Durante la narración, fluida y objetiva, la peluquera explica cómo otra peluquera de su misma ciudad tuvo que cortar el pelo a su propia mujer y a su propia hermana..., de repente se interrumpe su declaración, rompiéndosele la entereza y transformando su lucidez en balbuceos de voz quebrada. 
 
Aquella otra peluquera de Częstochowa tuvo que hacer su trabajo con esas personas tan amadas y callar. No podemos imaginarnos el tormento insufrible de dicha persona, sencillamente no podemos, y tampoco podemos imaginarnos cómo fue el resto de su vida en el caso de que sobreviviera (en casos de ese tipo es fácil suicidarse). Sólo podemos llorar, mordernos los puños de rabia y poner todo nuestro empeño en que jamás vuelva a suceder algo similar. Aquello que no ha sucedido no puede volver a suceder, por eso la memoria histórica es algo más que batallitas de gente anciana, es un ejercicio de cautela a tiempo presente, el cual contiene además todos los posibles y probables futuros.

El genocidio europeo nos aterra, sobretodo porque fue provocado por una crisis económica, susceptible de suceder cíclicamente gracias la avaricia y la indiferencia del ser humano. El fantasma de la falta de dinero provoca automáticamente falta de reparo. Los trabajos más "sucios" de la industria alimentaria -me refiero al exterminio de miles millones de personas no humanas-, los realizan físicamente personas de bajo poder económico, como si el dinero justificara todo, como si por el dinero todo fuera permitido. Como si el dinero fuera una religión.

Cuando dejamos de tener escrúpulos con alguien significa que lo tratamos "como a un animal", así nuestra relación con el resto de especies animales está directamente aliada a la falta de aprensión, donde no hay respeto ni sentimientos estalla el especismo o el exterminio nazi, por ejemplos.


Empujado por las necesidades ( y por las soluciones rapidas ), 17 millones de alemanas votaron a Hitler, y es por la situación económica que miles de millones de personas son asesinadas en comisarías, guerras y mataderos. Por eso debemos dejar de atribuirle cualidades de monstruo a Hitler, en absoluto lo fue, fue una oportunista simplemente que liberó sus frustraciones en la época histórico-económica adecuada, hasta escalas sin embargo que una parte de la humanidad no tendría capacidad intelectual, inhumanidad ni don de convencimiento para alcanzar, aunque no le faltaran complejos y mezquindad para ello. Hitler tuvo una capacidad de convocatoria enorme para congregar a gente similar en necedad, tanto para cumplir los objetivos trazados, como los nuevos que iban surgiendo. Incluso la "Solución Final" era meramente económica, como la guerra, como las guerras.

No pretendo ser insultante ni despreciativa cuando hablo de mi especie, simplemente objetiva. Las amas del mundo saben que las armas se fabrícan para ser usadas y que nuestros cuerpos están llenos de grasa con la cual poder hacer jabón. El sistema regula esos recursos ( nosotras ) convirtiendo a las personas -de cualquier especie-, en posibles votos, impuestos, kilos de carne, superficie de piel, bolsas de células... en el dogma de un desquiciado utilitarismo y administrándonos como a tales, arrastrándonos como a muñecas descoyuntadas o cadáveres cosificados, hacia el procesado.

No hace falta que nos obliguen a ello, han logrado que interioricemos la misión, la culpa y los argumentos hasta codificar los exterminios, el sálvese quien pueda, la democracia, la monarquía, la jerarquía, la dominación en resumen, bajo el dogma del Bien Comun en una sociedad que empieza a ser la del Malestar. Una sociedad vampira, adicta a la extinción de la inocencia, sanguinaria, la cual sólo siente ser y crecer asesinando fetos de ternera para tener la leche y la carne, una sociedad basada en la depredación nacionalespecista, que engulle miedo y soledad de las esclavas del cacao, del café, del coltán, de la banana, de la ropa barata... Una sociedad genocida, nazi, que afila sus papeles moneda contra los ecosistemas, las leyes naturales y las tribus originarias, que carga sus errores estructurales a las demás. Mientras culpamos a los bancos y a la política de su cobardía necia y su mezquina avarícia, ignoramos con supina estultez que no son sino caricaturas de la sociedad, consecuencias del sectarismo de la podredumbre de un sistema donde miles de millones de sumisas venden sus cuerpos y sus vidas para medrar la máquina, mientras ésta ingurgita todo cuanto puede ser rentable. Trabajadora incluida.

Por ello en una sociedad enferma la salud es una excepción. Y cuando hablo de salud digo veganismo, como muestra de altruismo en estado puro, porque no sólo respeta a nuestra especie sino va más allá. El veganismo entonces es un punto de inflexión en el proceso civilizatorio, un acto de igualdad, de escrúpulos ante el crímen y la indiferencia.

La más terrible de las dictaduras es la de las circunstancias, y lo peor en ella es la fehaciencia de que se trata de nuestra propia vida, sometida a lo que nos rodea y condiciona. No somos dirigentes de nuestros deseos y preferencias, sino víctimas de lo propicio o inclemente del espacio y el tiempo en que pretendemos cumplirlos. Esa reflexión no exime sin embargo que la obsesión por medir la altitud o menoscabo de las sociedades según su poder adquisitivo, modifique drásticamente nuestras circunstancias, condicionando nuestra vida hasta la total falta de escrúpulos. Esa falta y sólo esa falta fue la constructora del sistema alimentario, de Treblinka, de los monocultivos y el neoliberalismo, o de tantos ejemplos de fascismo, un modo de elitismo como otro cualquiera que decide también qué sexo debe dominar, qué modo de amar es el adecuado, qué politica es la funcional o qué economía es la necesaria.

Hitler ganó la guerra -mirad a vuestro alrededor-, dejó un legado de odio y métodos propagandisticos que siguen funcionando, refinó conceptos de superestructuras ciegas que se nutrían de la anulación a las individuas y abonó el campo superlativo de las diferencias como algo execrable, en lugar de algo enriquecedor. Hitler vencedor promovió el mito de las jerarquias, del elitismo, de la superioridad, por eso cuando no existan los animales de raza, dejará de existir la humanidad de razas, de especies, de ricas o pobres, de clases. Cuando no haya diferencias excluyentes de valor entre los seres vivos sintientes ni nadie desprecie a nadie por motivos intelectuales, de aspecto, aspecto, de economía o de morfologia, entonces seremos, simple y felizmente, personas.



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