“Esta progenie
de males procede de nuestra discordia, de nuestra disensión: nosotros somos sus
padres y su origen.”
William Shakespeare
PESADILLAS ESCOLARES ( notas sobre la educación )
De repente me recuerdo, desazonada , asustada y casi a
punto de llorar, yendo los lunes sin ganas ni motivación, ni ilusión ni
alternativas. Tras un decepcionante domingo tarde, cuando sabía que al día
siguiente me obligarían a ir al matadero de sueños, a la oficina de castración,
a ese vulgar sistema de aplastamiento de voluntades diseñado, vomitado y
mantenido por seres aplastados, dominados y domados, llamado Escuela. Al
parvulario por fortuna no fuí, sufrí un poco menos que muchas otras, pero tras
la escuela aún hubo otros centros de exterminio de la personalidad por donde
nos obligan a pasar, por la fuerza o por chantaje. Institutos, universidades,
trabajos... penitenciarias voluntarias. Pero eso fue después.
Yo era como muchas, una niña apocada, insegura, sensible,
aprovecharon eso para intentar matar a esa niña que fuimos, en la mayoría de
otros casos lo consiguieron. Por las ciudades deambulan lobotomizadas niñas
envejecidas, prisioneras de su derecho a votar, de su hipoteca, de su contrato
anual, de sus anabolizantes y sus analgésicos, de su miedo a vivir. Por ello
sin resquemor pero sin piedad, debemos desaprender, descolgarnos los lastres impuestos
y acusar a las responsables de ello, luchando con ello para que caiga esta
superestructura de la perversión, que apunta sus miras telescópicas a los seres
más frágiles y sensibles, las niñas y los animales. Las niñas y los animales.
Alzada sobre sus monstruosas piernas económicas y su
violencia heredada, la sociedad engulle crías y las defeca obreras,
consumidoras, sumisas. Lo he ido aprendiendo a medida que localizaba los
residuos tóxicos que echaron en este bosque verdísimo de la niña que fuimos. De
repente recuerdo, especialmente cuando no había hecho los deberes de matemáticas
( mi trauma personal ), recordare siempre la hostia que me dio la profesora por
no atender -a quien ahora sin vacilar respondería con igual violencia-, la
obsesión por aprobar, memorizar una inmensa masa de estupideces, o el pánico a
los exámenes. No sé por que lo recuerdo, es una pesadilla sin estar dormida, lo
había olvidado queriendo ser libre y de haber ganado la felicidad con ello.
Pero
ahora, con mi dedo de frente, he reaprendido a jugar, a sonreir sin necesidad
de ello, a llorar por lo importante. Las alas son más fuertes cuando las bates
a menudo.
La sociedad es aquello que sucede cuando pasamos
perdiendo la vida tratando de sobrevivirla. Desde pequeñas nos enseñan a
obedecer, a tragar las pastillas sin agua ( en lugar de lo más sano: beber el
agua sin las pastillas ). Personas que dijeron y creyeron amarnos nos engañaron,
pensaron para nosotras diplomas y horarios, trofeos de hojalata y medallas
decorativas, nos animan a consumir sus drogas, a las absurdas bellezas físicas,
a la estética y las canciones de moda, a
justificar las guerras, a comprender a las criminales, a desear la construcción
de cárceles, a dominar, asesinar y descuartizar personas indefensas y freírlas
para después devorarlas, a despreciar cuando hablamos, a imponer nuestro punto
de vista, a orar para no pensar, a.... Nos aplastaron las conciencias, nos
sembraron sin cariño, nos violaron la inocencia. Nos dijeron que la normalidad
es ser malas en un mundo de maldad heredada y ubicua... Nos cincelaron a golpes
para el glorioso objetivo de ser normales. Para la miseria de ser normales.
Jamás debemos perdonar a la sociedad lo que hizo con
nosotras. Nacemos libres, sin discriminaciones naturales de género, de raza, de
clase, cultura o de especie. Nacemos libres, nacemos animales. Es luego que nos
estropean, nos humanizan y nos acosan para estropear a las demás. Nos educaron
a comer mal, y podríamos haber nacido en otro lugar y estar comiendo perros,
gatos, serpientes despellejadas vivas o seres humanos. Quizás tuvimos suerte...
No soporto a las personas que tienen dificultad para
pedir perdón ni a las que tienen demasiada facilidad para ello, la vida
consiste en relacionarse de tal modo que no haya lugar para arrepentimientos
que afecten a otras personas, humanas o no. Nadie debe pagar nuestra ignorancia
o nuestra sabiduría. Cada una es responsable de su vida y su libertad, pero en
cierto modo también de garantizar la vida y la libertad de las demás. Cada siete años somos otras, nuestras células nos reemplazan y aunque
aparentamos las mismas, no tenemos nada que ver desde el punto de vista
biológico. Lo lógico es cambiar, para ser coherentes y poder crecer. Porque
estamos cuerdas de desatar, por eso nos atan.
Nadie
hay más severa jueza ni más cruel consigo misma que una misma. Requiere más
urgencia ser inquisitiva con la falta propia que benevolente con la ajena.
Somos carceleras y presas, víctimas y verdugas, fusil, bala y cuerpo hallado
por ella y charco de sangre, pero gran parte de ello se debe a lo que nos
hicieron, la tremenda y profunda herida cometida. A ese desangramiento nuestro lo
llamamos civilización.
No
hay respeto para las niñas, no hay respeto para los animales no humanos. Son
dos seres cuya prioridad es domesticar lo antes posible, grabándo a fuego
órdenes disfrazados de sistemas de valores, preceptos insanos y
autodestructivos como dogmas, egocentrismo y aislamiento y desconfianza como
forma de vida basada en el miedo preventivo. Desperdiciamos los mejores años de
nuestra vida mascando la mierda de las demás.
No
hay rencor en cuanto escribo, si acaso la soledad que ofrece la lucidez y sobretodo
un inmenso deseo de salvar a las niñas y a los animales antes de que conozcan a
ese ser humano adulto que, en legiones innúmeras, señorea un planeta en
movimiento, manoseando y devorando a sus criaturas más valiosas. Las que
debieran convivir en él con amor y respeto, hasta que la muerte nos encuentre.
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