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martes, 12 de marzo de 2013

CRECERAN FLORES SOBRE MI PIEL


                   “La eternidad está enamorada de las obras del tiempo”
                                                                                        William Blake
            

                            CRECERAN FLORES SOBRE MI PIEL


                El amor, como otras enfermedades contagiosas, sufre altas mortandades por oxidación y envejecimiento, pero no se deja chantajear, es decir, o se siente o no se siente. Un amor gestado como mero combate contra la soledad no es amor, sino simple autodefensa exenta de altruismo. El amor en definitiva es una energia extraña, cuanto más la derrochas más la acumulas, cosa contraria le ocurre al odio el cual nos agota y consume. Tengo dudas al respecto de si esa extraña y alta energia que permite amar se desvanece cuando las personas que la profesan mueren. Me agrada irracionalmente pensar que a algun lugar debe ir esa fuerza vital. Lo que queda claro es que, amando o no, nos moriremos.

                Ahora toco mis piernas, fuertes a costa de tardía juventud -o mejor dicho, de vejez precoz-, recorro con las yemas de los dedos su musculatura y su respiración hinchándose y desinflándose al caminar. Mis piernas cumplen su misión y me desplazo, avanzo, me muevo. Palpo esos y otros miembros y pienso en aquellas personas que carecen de ellos, pienso en cómo sería vivir sin piernas o brazos, así como cómo debe ser la incapacidad y la dependencia. No andar, no correr, no pedalear. Toco mis ojos, toco mis manos, toco mis orejas y pienso en cómo debe ser vivir sin luz, sin tacto, sin sonidos. En todo caso tal vez mejor que la muerte. Que es la nada.




             Moriremos, qué duda cabe, pero esa consciencia lúcida no resta tristeza al asunto. La renuncia al viento, al mar, a los besos, a los árboles y al olor de los animales vivos, a la lluvia, al sabor del agua y de las plantas, al perfume de la vida, a su belleza casi santidad... cuesta irse sin pelear al menos. Por eso doblemente triste no es un animal que muere, sino aquella que lucha por no morir y no lo consigue, el esfuerzo sin premio, la total injusticia de los sucesos en abierta oposición a nuestro sistema de valores. Por ello a estatura humana un millón de cadáveres resulta un acontecimiento tan dantesco como abstracto, más inabarcable que el cuerpo muerto de uno sólo de ellos, cuando ésta se trata de una persona cercana a nosotras. La conciencia de la muerte es un fenómeno diferente en cada cultura, pero desde el punto de vista absoluto, desde la ecologia, la muerte es buena.

                En busca de la inteligencia ecoética una se topa con cuestiones derivadas de qué hacer con nuestro cuerpo cuando dejemos de ser nosotras y pasemos a ser un amasijo de carne inerte sujeta a degradación. Siempre pensé que no queria que me enterraran según costumbre occidental, aburrido rito católico adornado con homilías y frases hechas el cual detesto. Siempre pensé que una incineración con dispersión de cenizas era lo que menos impacto en el medioambiente producía... hasta que supe la cantidad de energia que se desperdicia en el acto de quemar un cuerpo. A lo que cabe añadir que, calcinando esa materia, se niega a animales y vegetales la posibilidad de alimentarse con el envase de lo que ahora somos pero no seremos, porque no hay nosotras después de nosotras. Somos materia y energia, nos transformaremos en ellas, y lo más sensato sería hacerlo mediante el modo que el universo ha dispuesto, es decir, minimizando dramas, fluyendo.

                En Tibet cortan a pedazos los cuerpos inservibles de las difuntas y alimentan con ellos a los animales. Es muy hermoso servir para algo, pero la legislación europea no permite ni tales ni otras practicas, por ejemplo el pacifismo del budismo ( a juzgar por las politicas patriarcales e invasivas de nuestros dirigentes y los miles de millones de personas no humanas que mueren en los mataderos europeos), por lo tanto hay que incinerar con el fuego redentor... o enterrar. La incineración de cuerpos que practican las hinduistas también es un ecoilógico proceder a juzgar por la cantidad de madera necesaria para calcinar un ser humano. Y egoista, como el ritual atroz de matar, momificar y emparedar a los animales humanos y no humanos que tenian cercanía emocional con algunos faraones del Antiguo Egipto, o el rito sati hindú donde la esposa ardía en la pira funeraria del marido muerto. Entonces la muerte de una persona era la muerte de varias. Nadie debería sufrir nuestra sabiduría o nuestra ignorancia.

                Desde luego, la idea de que me encementen y pongan una lápida sobre mí me causa náuseas, en primer lugar por lo inutilde la perpetuación del recuerdo a las personas -en la cual solemos hacer prevalecer las virtudes por encima de los defectos-, y lo segundo porque la conciencia animalista que profeso rinde culto a lo vivo. En el instante en que una vida abandona un cuerpo, éste se convierte en una fría materia, una modalida de nada con la cual denominamos a las cosas. Y es absurdo reverenciar cosas.

                Ante la escasez de cementerios, en Suecia se practica desde hace algún tiempo la promación, un proceso de liofilización de cadaveres consistente en sumergirlos en nitrógeno liquido a casi -200 grados para despues, con vibraciones o ultrasonidos, convertirlo en polvo. De ese modo -empleado también por la industria alimentaria y farmacéutica para tratar alimentos y drogas-, tras su desecación por vacío, se separan los posibles componentes no ecológicos de nuestro cuerpos ( mercurio, empastes dentales, valvulas by-pass, implantes... ), y la materia restante es cien por cien ecológica. Pero creo que la energía destinada a tal proceso no lo convierte en tan ecológico como publicitan, además promueve una sociedad tecnócrata que incluso llega hasta nuestra propia muerte.

                Hace veinte años tenia el siguiente pacto con una amiga: en caso de que una de los dos muriera antes, la otra debía hacer desaparecer el cuerpo y enterrarlo sin ataúd en algun lugar anónimo donde nadie pudiera ir a llorarlo. El método era ilegal, pero bien sabemos que la ley va siempre retrasada respecto a la ecoética, asi que no nospreocupaba demasiado. Esa amiga era criadora de animales no humanos, así que a medida que mi conciencia del concepto de asesinato creció, progresiva y obviamente la amistad se degradó. Por lo tanto mi cadáver se ha quedado de nuevo sin anonimato.

                Lamentablemente he debido enterrar a algunos de los animales no humanos que han convivido con nosotros, su lugar ha sido debajo de los arboles. ¿ Por qué no debería ser ese un buen lugar para los animales humanos ?. Tras su fallecimiento, el activista animalista ingles Barry Horne, fue introducido por sus amigas en un ataúd hecho con papel mache reciclado, ligero y de fácil descomposición. Sobre la tierra removida fue plantado un roble, las raíces del cual no habrán tenido problema en alcanzar el cuerpo y transformarlo en savia, en clorofila, hojas, flores y frutos que alimentaran -durante siglos quizas-,a los animales no humanos que él tanto respetó y amó. Creo que no se me ocurre mejor modo de vivir tras la muerte. De manera que sirva este texto como legado, así quiero que me entierren. En un bosque.

                Para acabar añadiría que me repugna el hecho de amputar flores para ofrecerselas en holocausto a la memoria de las muertas. Las flores no deberian pagar nuestras mentiras ni nuestra cosmética del arte de vivir y morir. Mejor no engañarse demasiado: aunque no queramos acercarnos a la naturaleza en vida, ella sabrá qué hacer con nosotras cuando las células desintegradas resten fuerza a nuestra vida. Me quedo con la versión del árbol crecido sobre mi boca. 

                ¿ Conocéis mejor modo de dignificar nuestro cuerpo que transformarlo en flores vivas?.






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