El perdón o la punibilidad no debieran instaurarse como sistema de
relación, sinó como meros accidentes no deseable, como rigurosas
excepciones. Si condonar o sancionar son el resultado de una
imprudencia, mediante el procedimiento de desarrollar mecanismos
globales de indulto o de castigo -independientemente de las
condiciones de tal-, aceptamos implicitamente lo inmaduro o egoista
de las conductas que desembocan a tal situación en que hay que
solicitar clemencia o penitencia. Tendiendo a trabajar las
consecuencias y no las causas de los conflictos. A ello se añade el
factor de que no corregimos el proceso de la falta sinó que más
bien propiciamos la trivialización del mal, a su absolución y
eventual archivo como parte de la idiosincrasia humana.
No podemos basar una sociedad en la constante exculpación,
disgregación de la responsabilidad o escarmiento a los errores y
fechorías porque ello desemboca en una absoluta carencia de cautela
y competencia ante ellos. Sin extremismos ni impiedades, es esencial
construir una sociedad consciente de sus flaquezas y por ello
dispuesta a combatirlas. Por ello más que invertir inmensas
cantidades de dinero público, dolor y energía en penitenciarias,
reparación de daños y operaciones a corazón abierto, más sensato
e inofensivo sería para las instituciones promover el veganismo, el
respeto por la vida, la ecología, los mecanismos de inclusión
social, la justícia y el impedimento de cualquier tipo de abuso de
poder o corrupción, individual, tribal o institucional. Cosa que no
se está llevando a cabo.
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