EL NO COMO ESTRATEGIA
A raíz de
la reciente publicación del material gráfico resultante de una
investigación llevada a cabo en granjas polacas de animales para
pieles, la opinión pública ha tomado el tema de la crueldad
gratuíta (si existiera otra), como algo suyo. Entre las consecuentes
vehementes expresiones en contra de tal tipo de mercadería basada en
la muerte y la crueldad, también han habido quienes la defienden,
bien sea porque viven de ella, porque simpatizan o son familiares de
quienes viven de ella o, incluso, las de quienes ven el tortura,
matar y despellejar animales como parte de una bonita tradición,
indisoluble a este homo cada vez más cuestionablemente
sapiens que abarrota los espacios públicos y las ciudades.
De entre
las observaciones más cretinas entre las cretinas cabe añadir las
del grupo -pequeño por fortuna-, de personas que simplemente niegan
la veracidad de la investigación, la credibilidad del informe que la
acompañaba y cuestionan que dichas horrendas imágenes pertenezcan a
granjas polacas. Lo cual me ha sugerido cierta otra negación.
Celebrado
por los variopintos grupúsculos neonazis del mundo surgió hace
algunos años con fuerza un tema preocupante: el Holocaust Denial, es
decir, el Negacionismo de que existieran los campos nazis de
concentración, una Solución Final judía y el extermínio de
millones de personas, bien fuera por pertenecer a una raza diferente
a la caucásica, o poseer una ideología disímil a la
nacionalsocialista. A este respecto caben tres corrientes: la de
quienes niegan rotundamente el Holocausto, arguyendo mentiras y
engaños por parte del lobby judio, norteamericano y soviético, en
segundo lugar la de quienes niegan que fuera una cifra tan elevada y
desciendan el número a 300.000 judías asesinadas y un tercer grupo
que afirma que Adolf Hitler no tenía constancia de la existencia de
Auschwitz, Sachenhausen, Treblinka, Bergen Belsen y otros tantas
decenas de campos de exterminio.
Paul
Rassinier, Harry Elmer Barnes, Einar Aberg o el radical David Hoggan,
pasando por el Informe Leuchter y David Irving se empeñan en seguir
ofreciendo sus dudas al respecto de las cámaras de gas, defecando
sobre la memoria de las niñas muertas.
Es por ello
que las sionistas se vengan en las palestinas bombardeando Gaza: el
mundo sigue sin respetar a las judias. Juegos de muerte siguen
animando a las niñas que somos.
La cuestión
de fondo es que ante la imposibilidad de ocultar las pruebas de sus
crímenes las criminales y sus cómplices (en absoluto menos
criminales), la técnica Negacionista alude a un revisionismo de los
hechos para posteriormente interpretarlos, burlarlos, ningunearlos,
negarlos y hacerlos desaparecer. La desnudez pornográfica de los
cadáveres, por lo visto, no resulta suficientemente elocuente para
algunas. Mientras seguimos aquí, sentadas sobre las cenizas de los
crematorios, el ser humano sigue sin entender emociones sencillas.
Sin olvidar por un momento que no fue casual que Auschwitz o
Treblinka se construyeran en Polonia, el antisemitismo de esta nación
sigue todavía teniendo repercusión en nuestros días, especialmente
entre fanáticas religiosas. Entonces ¿ quiénes mejores que las
reaccionarias polacas para usar la herramienta del descrédito ante
la evidencia ?.
No soporto
a las personas que tienen dificultad para pedir perdón ni a las que
tienen demasiada facilidad para ello, la vida consiste en
relacionarse de tal modo que no haya lugar para arrepentimientos que
afecten a otras personas, humanas o no. Pero cuando a la legítima
culpa se la disfraza de ignorancia y mentiras y ceguera, entonces
debemos empezar a preocuparnos.
Más ¿
qué es saber ?, ¿ qué es ver ?, … ¿ Realmente importa eso ?,
más bien afirmaría que la clave es ¿ por qué alguien más allá
de nosotras mismas debe sufrir nuestra oscuridad ?. Peor que no ver
es enfrentarse a la verdad desnuda, es demasiado cruda y fangosa.
Tocar el fango es necesario, lo brutal, lo mezquino, como haber
comido la carne de otras personas, humanas o no. No hay que abogar al
remordimiento, ni obsesionarse con las culpables a la infamia, no
sirve de nada lamentarse. Hay que cambiar, hay que cambiarse y
reconstruirse, hay que seguir andando, hacia la meta de nuestra
perfección como especie. Simplemente hacia el ser humano, ese animal
aún incompleto.
Entre miedo y orgullo, y frustración y soberbia, bailamos la música
de nuestro funeral, sin acabar de comprender que somos nosotras las
enterradas, ignorantes al hecho de que en todo momento, pala en mano,
cavamos con cretino ahinco nuestra propia fosa. Jamás los animales
no humanos hacen eso. Nuestra distancia con el bosque se acentúa a
medida que nos creemos algo más que simples mamíferos productores
de mierda.
La
diferencia entre las nazis y las omnívoras es que las primeras ya
han sido socialmente reconocidas. Entre ambas existen las negadoras
profesionales, las ciegas a sueldo, las nihilistas y las que existen
sin perspectivas. Billones de animales sufren y mueren cada año,
inimaginables torturas y agonías. Algunas de ellas -un ínfimo
porcentaje,recordemos-, son documentadas, pero automáticamente
negadas, cuestionadas o deslegitimizadas por una sociedad absurda y
deforme que debería callarse por la pura vergüenza de su propia
ineptitud. Pero ya nadie aduce vergüenza, la ética y la justícia
se venden en los centros comerciales en la sección de rebajas. Y
nadie las quiere comprar. Acabarán trituradas en la basura si no lo
evitamos, incineradas como todos los cadáveres de todas las víctimas
inocentes del mundo, sean de raza judía, pobres, homosexuales,
mujeres, niñas o poseedoras de hermosas pieles. Olvidadas, negadas,
invisibles.
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