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jueves, 25 de octubre de 2012

LOS IDIOMAS CIEGOS

LOS IDIOMAS CIEGOS

              El idioma verbal lo fue a estropear todo. Los lenguajes fonéticos se comieron a los movimientos de cola, las ridículas piruetas semánticas aplastaron los supremos potenciales del cuerpo, el minusválido léxico suplió a la piel y sus aromas, los estrafalarios giros lingüísticos hicieron obsoleto el cariño incondicional, el sentimiento de pertenencia al grupo, los pactos mudos, las inspiraciones espontáneas... Un universo de mentiras, falsías, engaños, abusos floreció a raíz de la creación del lenguaje verbal en nuestra especie. Tú lo sabes muy bien, aunque no lo sufras desde ahí abajo, tanto como nosotras.

              Desde ahí abajo, amarrado a la correa, guiando los pasos de una persona sin mirada, sentado en el piso del vagón, me miras como si las dos supiéramos todo lo que vale la pena saber. La gente se apea en sus paradas, en silencio o en griterío, vendiéndose comentarios y apreciaciones que nada significan para tí, ni para mí, acaso ni siquiera para ellas. No sabes que eres de raza labradora, no entiendes de raza, sólo cometes tu trabajo desde la soledad, desde esa soledad.

            Los perros guía pueden viajar en metro, eso es bueno, acceden a un mundo subterráneo al que jamás se adentrarían por propia voluntad, porque la tribu de los suyos son adictos al sol de los parques, al viento matinal y al del ocaso, al poder sublime del olor de la hierba. Pero perro se adapta bien al traquetreo dulce del vagón ora a la izquiera, ora a la derecha, quizás se recuerda en el interior de su madre, todavía nonato. Mansamente observa el bosque de piernas que lo rodea, con el instinto castrado y la lengua fuera, tranquilamente caminando entre la prisa mundanal de la ciudad, obligado a no sentir, a no interactuar, a no tener vida. ¿Habéis visto alguna vez a un zombie?, guían a las personas ciegas.

                O quizás sí los perros guía sufren el totalitarismo de la comunicación hablada, el ariete de la palabra, las lanzas de las casi siete mil lenguas existentes, la tortura de la antigüedad de los idiomas. No saben distinguir lo germano de lo latino, lo anglosajón de lo eslavo, no conocen a las creadoras de las palabras, en qué redoma se licuaron cuando apenas eran un sonido primitivo y esencial, en qué crisól fueron materia de verbos, con qué cinceles fueron surcadas las expresiones en las primeras piedras y metales, y bajo qué pretextos acabaron compilándose en diccionarios, misceláneas de ideas, textos sagrados. Los perros guía simplemente descienden a las profundidades de la ciudad, donde millones de ciudanas recorren el sistema arterial del cuerpo urbano, fluyendo como glóbulos rojos, aherrojados a una misión que no eligieron.

                   Así que todo trayecto concluye, de acuerdo a la supuesta linealidad del tiempo, y la parada llega con la hora de ascender hacia la luz, una luz que no ofrece mucha diferencia con los túneles de neón del subterráneo, ni para la persona sin mirada, ni para el perro guía. Lentamente camina, de ninguna parte a ninguna parte, sobre la ciudad o bajo ella. El andén tiembla estremecido por el fragor del convoy.

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