LOS
IDIOMAS CIEGOS
El
idioma verbal lo fue a estropear todo. Los lenguajes fonéticos se
comieron a los movimientos de cola, las ridículas piruetas
semánticas aplastaron los supremos potenciales del cuerpo, el
minusválido léxico suplió a la piel y sus aromas, los
estrafalarios giros lingüísticos hicieron obsoleto el cariño
incondicional, el sentimiento de pertenencia al grupo, los pactos
mudos, las inspiraciones espontáneas... Un universo de mentiras,
falsías, engaños, abusos floreció a raíz de la creación del
lenguaje verbal en nuestra especie. Tú lo sabes muy bien, aunque no
lo sufras desde ahí abajo, tanto como nosotras.
Desde
ahí abajo, amarrado a la correa, guiando los pasos de una persona
sin mirada, sentado en el piso del vagón, me miras como si las dos
supiéramos todo lo que vale la pena saber. La gente se apea en sus
paradas, en silencio o en griterío, vendiéndose comentarios y
apreciaciones que nada significan para tí, ni para mí, acaso ni
siquiera para ellas. No sabes que eres de raza labradora, no
entiendes de raza, sólo cometes tu trabajo desde la soledad, desde
esa soledad.
Los
perros guía pueden viajar en metro, eso es bueno, acceden a un mundo
subterráneo al que jamás se adentrarían por propia voluntad,
porque la tribu de los suyos son adictos al sol de los parques, al
viento matinal y al del ocaso, al poder sublime del olor de la
hierba. Pero perro se adapta bien al traquetreo dulce del vagón ora
a la izquiera, ora a la derecha, quizás se recuerda en el interior
de su madre, todavía nonato. Mansamente observa el bosque de piernas
que lo rodea, con el instinto castrado y la lengua fuera,
tranquilamente caminando entre la prisa mundanal de la ciudad,
obligado a no sentir, a no interactuar, a no tener vida. ¿Habéis
visto alguna vez a un zombie?, guían a las personas ciegas.
O
quizás sí los perros guía sufren el totalitarismo de la
comunicación hablada, el ariete de la palabra, las lanzas de las
casi siete mil lenguas existentes, la tortura de la antigüedad de
los idiomas. No saben distinguir lo germano de lo latino, lo
anglosajón de lo eslavo, no conocen a las creadoras de las palabras,
en qué redoma se licuaron cuando apenas eran un sonido primitivo y
esencial, en qué crisól fueron materia de verbos, con qué cinceles
fueron surcadas las expresiones en las primeras piedras y metales, y
bajo qué pretextos acabaron compilándose en diccionarios,
misceláneas de ideas, textos sagrados. Los perros guía simplemente
descienden a las profundidades de la ciudad, donde millones de
ciudanas recorren el sistema arterial del cuerpo urbano, fluyendo
como glóbulos rojos, aherrojados a una misión que no eligieron.
Así
que todo trayecto concluye, de acuerdo a la supuesta linealidad del
tiempo, y la parada llega con la hora de ascender hacia la luz, una
luz que no ofrece mucha diferencia con los túneles de neón del
subterráneo, ni para la persona sin mirada, ni para el perro guía.
Lentamente camina, de ninguna parte a ninguna parte, sobre la ciudad
o bajo ella. El andén tiembla estremecido por el fragor del convoy.
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