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jueves, 25 de octubre de 2012

DARZ BÓL!

DARZ BÓR!

Míralas, se ríen del cadáver que tienen a sus pies o que muestran orgullosas a la cámara. No les basta posar junto a la carroña, necesitan ridiculizarla, mostrar de algún modo que no tuvieron escrúpulos en destruírla cuando su vida vibraba por todo el bosque, porque una cosa es morir y otra cosa es morir, y otra cosa es ser matada.. Míralas, sonríen anchamente mostrando los caninos o la cornamenta del animal masacrado, cuya lengua pende abandonada, fría, inútil, casi ridícula de no ser por la tragedia. El cuello lacio de la víctima no disimila en mucho del de una niña muerta. Son las dueñas de la vida y de la muerte, se autodenominan depredadoras regodeándose con el disfraz de diosas, pero sólo son vulgares criminales. Posan como las heroínas que creen ser, valientes ante sí mismas, pero poseen sólo una osadía armada, como la de la torera ante el toro minusválido y aterrorizado en la arena, un valor postizo drogado por el alcohol quizás.

Se dan golpecitos de complicidad con el codo mientras se empujan la siguiente salchicha o el próximo vaso de vodka por el gaznate, comentando el tiro de gracia, la rapidez del encuentro, la certeza del disparo, como quien debate sobre un gol en el partido de fútbol. Están ebrias, de arrogancia, de prepotencia, con esa burda satisfacción que otorga la impunidad del asesinato.

No van al bosque en son de paz como las personas contemporáneas, no entran en el bosque como quien busca la tranquilidad en el sinfreno del caos social, entran en el bosque con el paleolítico en el corazón, con el neolítico en las venas, no abandonaron los gestos del cro-magnon ni la simpleza del neanderthal, entran en la arboleda a matar, tiran a matar, observan a matar. Van al bosque a robarle al bosque sus más sagradas criaturas. Viven matando y pensando en matar. La sociedad las ha adoptado como un modo de evitar que asesinen a otras personas, pero personas así llenan las enciclopedias con la historia del fuego. Las guerras se mantienen gracias a la labor tenaz en tiempos de paz de las cazadoras, que solucionan los problemas a base de gatillo. Sólo muta el contexto, sólo cambia el escenario.

Resultan infantiles vistas desde cualquier punto de vista, pero no son niñas, simplemente carecen de la capacidad de responsabilidad de las adultas, son bocetos de ser humano, como miembras de una protoespecie similar a la nuestra. Se jactan de sus escabechinas, que sólo son hazañas a sus ojos y a los de su casta, parecen una secta mortal. Toman decisiones rápidas, irreflexivas, asumiendo unas consecuencias letales que siempre pagan otros, como los actos erróneos de las niñas. Son juezas, policias, zapateras, presidentas, reinas, obreras, albañiles, programistas,... altas, bajas, miopes, hipermétropes, feas (todas), guapas (ninguna), urbanas y rurales, de izquierdas y de derechas... Enseñan a sus hijas la nomenclatura del especismo, las hacen posar en las fotos, las educan en el crudo oficio del desprecio. Cuando sean viejas se sentirán orgullosas de esas fotografías donde posaban con los despojos de la vida. No les importará que sus hijas les desprecien o incluso les odien por su ignorancia asesina. En la vejez el arrepentimiento ya no sirve, es demasiado tarde.

No es por piedad que no debemos matar animales, no es por piedad que no debemos matar animales, no es por piedad que no debemos matar animales... Se trata de algo más profundo, más esencial, se trata de dar a los animales no humanos la justicia que les negamos desde hace decenas de miles de años, se trata de identificarnos como especie, de avanzar en el plano ético y no mentirnos pensando que nuestra valía es solamente tecnológica. El ser humano debe sobreponerse a la inercia de la brutalidad si pretende pervivir. Ningún animal conoce una falta tan absoluta de escrúpulos como con la que agrede el ser humano a cuanto le rodea, incluído a sí mismo.

Se muestran impúdicas en las fotografías, es la cara más brutal de la pornografía, sólo comparable a las instantáneas que se tomaban las soldadas nazis o serbias durante sus matanzas, van a matar a otros bosques, a otros países, a otros continentes, su sed de sangre sólo tiene límites económicos, se reúnen en sus madrigueras para roer cadáveres, ataviadas con ridículos sombreros y enarbolando su humanidad como arma de fuego. Pero sin embargo son simples antropocentristas, y la diferencia entre humanismo y antropocentrismo es que el primero siempre pregunta y el segundo sólo responde.

Sonríen ante las cámaras mientras planean su próximas ejecuciones. A veces nos matan mientras paseamos por el bosque, no importa, son accidentes comprensibles y duran poco en la prensa. La civilización avanza, aún no sé si hacia adelante...

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