LOS
COMPROMISOS DE LA LIBERTAD
Han
pasado ya algunos años desde que las niñas de la Europa civilizada
dejaron de ser linchadas en jornadas de 14 horas en las fábricas
textiles, en los agotadores trabajos nocturnos de los talleres, en
las rudas labores del agro, y todas aquellas tareas que les
envejecían con 40 años y les mataban de dolor a los 50. Esas niñas
que dejaron de morir en las factorías pudieron, como nosotras,
estudiar, aprender a leer y a escribir, ser personas y no meras
trabajadoras, todo gracias a las leyes que el humanista sentido común
ordenó instaurar. Esas niñas dejaron de estar condenadas a
convertirse en embrutecidos seres humanos, para conocer algo más
alto que una vida destinada a trabajar como método de simple
supervivencia, procreando tantas veces como Dios mandara, golpeando a
sus mujeres, divirtiéndose toscamente con drogas legales y muriendo
antes de lo que hubiera sido natural. Esas vidas (no diré ¨vidas
animales¨ porque los animales no humanos conservan su sublime
libertad) fueron rescatadas para la sociedad y algunas de ellas
pudieron demostrar sus aptitudes en el campo de las artes, la
cultura, el deporte o la ética. Esas niñas son nuestra familia
directa.
El
mismo proceso de desarrollo moral que menciono, fue aplicado en otras
facetas de la marginación como fueran el sexismo del varón contra
la hembra, de la raza caucásica contra cualquier otra, o los
derechos a la eutanasia (en proceso aún), a no ser agredida sin
consecuencias, a no ser violada sin castigo y, en resumen, un amplio
abanico de triunfos que la sociedades avanzadas han adoptado como
suyos, aplicándose con notable éxito y estableciendo bases de
respeto para ir avanzando en otros campos. Y por supuesto incluso en
los mismos problemas, para pulirlos, profundizar en ellos y conseguir
aquello que toda sociedad sana ansía o debiera ansiar: sociedades
sin víctimas.
Particularmente,
a día de hoy, agradezco sincera y públicamente la generosa labor a
todas aquellas personas que fueron escupidas, insultadas, pegadas,
maltratadas, injuriadas, aborrecidas, encarceladas, ...asesinadas
incluso, para que las mujeres que forman esta sociedad en la que
existimos tuvieran derecho a algo tan básico como la independencia
económica, el sufragio universal, el derecho a tener o no tener
descendencia, el derecho a escoger...., en fin, el derecho a ser...
!hombres!. Agradezco esa muestra de sentido común así como
agradezco a las mártires que acabaron con las dictaduras para que yo
pudiera sentirme más libre, para que las personas a las que amo no
fueran fusiladas, para que los seres con los que comparto vecindario
no fueran arrestados por la noche por expresar sus ideas, su opción
sexual o su compromiso social. Muchas gracias. El humanismo os lo
agradece.
Pero
darlas gracias es poco agradecimiento. He leído demasiado para
dejarlo ahí. Sé demasiado sobre mi especie para quedarme en el
regocijo de mi condición de bienestar. Y el mejor modo de demostrar
mi gratitud no va a ser regalarles un libro o un encendedor, sinó
dedicar parte de mi vida a seguir avanzando, trabajar porque otras
venideras tengan más derechos que yo, mejores perspectivas, un mundo
más límpio, un mundo respirable: una sociedad sin víctimas, el
antiguo ideal.
Más
allá, afirmo con vehemencia que disfrutar de lo logrado, sin
reciprocidad en las actuaciones personales, es una modalidad de
traición zafia y egocentrista.
Tal
como suena: no tenemos ningún derecho a no hacer nada para que la
sociedad avance en planos éticos, nos lo debemos a nosotras, a las
que trabajaron para nosotras y a las que vendrán. No tenemos ningún
derecho a quedarnos de brazos cruzados habiendo todavía tanto por
hacer. No estoy solamente hablando de remediar que billones de
personas sufran nuestro tren de vida, ni siquiera hablo de salvar los
paisajes cosificados para nuestra comodidad, ni siquiera de enmendar
esa parodia de libertad llamada democracia o combatir la avaricia
omnipresente... Voy a ir más allá, hablo por ejemplo de la deuda
ética que adquirimos -naciendo-, de complementar nuestras
obligaciones éticas y comprometernos con la vida que sufre,
independientemente de si posee piel, escamas, pelo, plumas o
exoesqueleto, por ejemplos.
Es hora de otorgar derechos universales a los
animales no humanos, empezando por ese noventaiocho por ciento de los
cien mil billones de animales que son asesinados para nuestra gula,
mediante algo tan sencillo como cambiar de dieta y de consumo. ¿ Tan
adictivo resulta comprar que nos resulta difícil, simplemente, no
comprar compulsivamente y sin pensar ?. Sin olvidar que es tan
culpable quien mata que quien paga por matar. Es hora de devolverles
el derecho a la vida a los animales no humanos, un derecho que ya
poseen en la naturaleza. Es hora de garantizar a los animales no
humanos su libertad, librándolos de nuestras cárceles físicas,
emocionales e intelectuales. Es hora de reconocerles su nivel de
dignidad, olvidando toda la basura especista que nos enseñaron ( con
toda la buena o mala fe del mundo ), nuestras madres, nuestras
antepasadas, mientras luchaban por que las personas tuvieramos
mejores condiciones de vida. Es hora de cumplir sueños y no
preceptos, es hora de ser libres liberando, es hora de vivir dejando
vivir.
Concluyendo:
nuestro compromiso con la libertad es esencial ( nada precisa tanta
disciplina como la libertad ), de modo que debemos invariable y
urgentemente concluir ese modo de construcción irresponsable y
feroz, aboliendo para comenzar el sistema de dominación imperante,
que comienza en la vejación a los animales no humanos y continúa
con los humanos. Ese compromiso de libertad tomada y otorgada es
asimismo un deber
moral
de nacimiento, inherente al derecho
moral
de nacimiento, porque existir en la sociedad consiste en eso, en
derechos y en deberes.
Trabajad
por los animales no humanos, ahí está la raíz de nuestras
diferencias.Trabajad por los seres humanos, liberándolos de su
necesidad de esclavizar, torturar y matar. Es un buen principio, y
augura un buen final.
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