Imaginaos
la peor persona que podáis. Imagináos una persona que, después de
torturar a su propia hija de dos años de edad, quemarle los pezones
con cigarrillos, cortarle los lóbulos de las orejas con una hoja de
afeitar y quemarle las plantas de los pies con una plancha, entre
otros suplicios, la viola, la abre en canal y la deja desangrarse
hasta la muerte. Luego se masturba sobre su cadáver. Imaginaos a
alguien en condiciones de alienación social capaces de cometer tales
atrocidades ( estoy hablando de alguien hipotética, no tengo
información de alguien así, lo cual no descarta que exista ).
Imaginaos que es atrapada, juzgada y conducida a la cárcel con
varias condenas perpetuas que garantizen que nunca más podrá
repetir algo similar. Las presas de la cárcel, como sucede a menudo,
la violarán ( es el código de las rejas, pues también tras los
muros de las prisiones hay padres y madres ), y la inducirán al
suicidio durante años, aunque la asesina nunca lo cometerá. Lo que
si que hara es asesinar a un par de presas. Esa persona, ni más ni
menos enferma que muchas otras que andan en libertad, en vuestro
imaginario esa persona execrable, una monstrua indigna de convivir
entre personas, que no ha sido ejecutada porque en este país no
existe pena de muerte ( por fortuna ), condenada a pudrirse en la
prisión durante el resto de su miserable vida, sea cual sea su
duración, merecedora de mil muertes quizás, de la más profunda
agonía, cuya frontera sobre el mal y el bien simplemente no existe,
y de igual modo que Hitler, Stalin, Pol Pot, Gengis Khan o cualquier
paidófila, posee muchos más derechos que el cerdo que comiste hoy.
El cerdo sin embargo, ante la ley y ante la moral, era inocente.
Reflexiona. Si lo haces, el veganismo viene sólo.
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