El azulísimo cielo de ayer, mudó hoy a una lechosa mate azulidad acompañada de calor y bochorno, que anuncia lluvia para luego, para más tarde, para la noche. Llego hasta el arroyo con los perros, chapotean y espero paciente a Caleb, con su pasito octogenario, que acaba zambulléndose. El agua fresca lo hace feliz, y por eso, a mí también. Cuando sale, regresamos. Cor se ha quedado 30 metros allá, necesita que lo esquilemos y sufre el calor, se ha tumbado a la sombra de un pequeño abedular, sobre la hierba jugosa. Decido tumbarme con él, todas nos tumbamos. Miro arriba, la luz espejea en las hojas de la copa de los árboles, una golondrina pasa, la primera, guiñándole el ojo izquierdo al verano. Es día festivo, así que ningún ruido humano de tractores ensucia el aire, un silencio de trino y brisa cimbrea las hojas. Fiesta de mariposas. Una paz sobrehumana, sin tiempo ni edad, se echa a dormir a nuestro lado, silbando a la vida en el idioma preferido. Soy un perro más que aprendió a teclear, poco más, y de pocas cosas estoy tan segura como que este es el sentido de la vida. Lo verdaderamente importante, es gratuíto…
Las Vegas, una ciudad en un desierto, un proyecto capitalista forzado y 100 % dependiente, construido lejos del agua, consume 4.000 toneladas de ella anuales, así como 100 MW de electricidad, proveniente -según orgullosas presumen-, de placas fotovoltáicas de la planta Solar Bouder I, 500 Ha de tierra robada a fauna y flora. Las renovables… Las Vegas es una muestra de lujo y despilfarro, un claro ejemplo de humanidad en estado puro, destructiva y venial, que fomenta el sexismo de sus comercios de carne femenina, el sobreconsumo más desquiciado, la ludopatía, el clasismo y la estupidez, sinónimos de la sociedad occidental.
El producto de consumo más sostenible, ecológico y biodegradable que existe es aquel que nunca se fabrica, nunca se oferta y nunca se compra. El planeta no necesita desarrollo sostenible, sino ético. El planeta necesita que nos detengamos y retrocedamos en nuestras intenciones. El ser humano no precisa nuevas ideas, sino dejar a la naturaleza en paz, o ingerir en ella como el pulpo o la rata, en círculo. El capitalismo verde es otro color de lo mismo, un disfraz, buenas intenciones declaradas que no hacen más que fingir no ser lo que sí son: destrucción, miseria y desierto. Las Vegas.
El ecologismo no es cambiar el motor de coche, modificar el combustible, mejorar los materiales de los neumáticos, reducir su ruido a cero. El ecologismo es ir a pie, o no ir. El transporte puede y debe reducirse muchísimo y la austeridad que el planeta necesita es, tanto para la gente humilde como para la gente rica. De hecho, nada hay más ecoilógico que la diferencia de clases. Si derrochara 1 millón de euros diarios de su fortuna, Ellon Musk, -infame destructor del planeta gracias a su clientela-, necesitaría 1.150 años para gastarlo. Cifras indecentes ante las cuales la gente no se escandaliza, sino que al revés, sueña poseer. La avarícia es alternativa a una vida vacía. Comprar como terapia es inyectarse heroína para calmar el dolor, funciona sólo hasta que el cerebro vuelve a pedir más. Yonquis del tener.
Hay dos tipos de ecologista, quien lleva una vida austera y quien lucha contra quien despilfarra. Urge que sean la misma persona. 490 millones de toneladas de plástico son producidas, consumidas y deshechadas cada año, la UE, como respuesta, crea tapones adheridos a las botellas deshechables. Ridículo. Ese es el nivel de compromiso, pero la UE no hace nada que la gente con su conducta y consumo no pida. La UE también es taxativa -y Polonia hasta lo profundamente racista- contra la inmigración, y digo yo, si no gusta la inmigración ¿qué mejor que dejar de comprar los productos que expolian los países y obligan a su gente a migrar a los nuestros?. La imbecilidad de la gente sólo está limitada por sus recursos económicos. La imbecilidad permanece siempre intacta, sólo mudan las posibilidades financieras que se tengan para ejercerla.
En temas de energía, la solución no es inventar nuevos métodos más ¨sostenibles¨ de generar más y más energía, sino cuestionarse si el despilfarro es un derecho, si es necesario ese sobreconsumo demencial. Nos reconocemos sin rubor yonquis de la energía, eólica, nuclear, a gas, a carbón... A la gente que apoya megaproyectos de producción energética las pondría a vivir cerca de turbinas, en los alrededores de centrales nucleares o térmicas, a sentir la ¨experiencia del futuro¨. Los aerogeneradores son ruidosos, y asesinan a miles de aves; sus palas no son reciclables, se entierran cuando se rompen. Millones de paneles solares serán basura en unos pocos años, así como sus baterías de almacenamiento, todo será basura. Los cientos de miles de toneladas de residuos radioactivos de las nucleares, cuya vida tóxica es de al menos 100.000 años serán nuestra más gloriosa basura, el legado de nuestra toxicidad. El futuro es basura. Crear carne sintética, productos de un sólo uso -por muy orgánicos, y verdes y extrasuper que pretendan ser-, no son sostenibles, ni llenar todos los tejados y autovías del mundo de paneles solares o abarrotar desiertos o cordilleras (ecosistema de millones de animales) con más y más aerogeneradores, plantas nucleares, nuevas chucherías de megalómanas ingenieras ansiosas de fama y dinero, al servicio de avariciosas empresas sin escrúpulos y de consumidoras creyentes de que la tecnología arreglará todo. El dilema de la producción-consumo de energía es haber confundido Renovable o Sostenible con Despilfarrable. Ninguna novedad es la solución, todo reside en lo que ya existe.
Criticar
la proliferación humana no es ecofascismo, ecofascismo es deforestar
una hectárea de
bosque original para
que una familia en
situación de pobreza paupérrima
con
10
personas pueda vivir, sólo
porque las
bebés
las
manda dios y el patriarcado, y
que a
su vez tendrán 10 hijas más, que
deforestarán 20 hectáreas más para alimentar a sus hijas. La
pérdida de hábitat del gorila de montaña en
África Central y
deber recurrir al infame turismo son
ejemplos
de ecofascismo poblacional, de egolatría genética, del supremacismo
que supone pensar que parir cuanto
queramos es
un derecho humano, contra
un
planeta acosado
y violado.
Para quien
piensa que aún la tierra puede alimentar al doble de poblacion
humana, decir
que cuando
llegue esa cantidad en
pocos años,
entonces deberemos de
nuevo plantearnos la superpoblación,
no se trata de cuestiones morales sino de matemática pura: no
puedes comer más comida que la que hay en el plato sin acabar
robando la comida a otras, o comiéndote el propio plato. Reduzcamos
drásticamente el consumo, rechacemos la publicidad de nuevas
experiencias que necesiten recursos, energía, materiales, como
la IA, depredadora de agua para fines básicamente lúdicos.
Volvamos a colaborar con la naturaleza, al
tempo lento, a acatar
sus ritmos y
confiar en su labor. No somos domadoras de nubes, dueñas de los
ríos,
especuladoras de océanos. No nos pertenecen los animales, ni uno
sólo de ellos. Debemos decrecer, debemos ser humildes, conformarnos,
quedarnos quietas y regresar al ritmo auténtico de la vida.
Somos 70% agua, así que la calidad, gestión, acceso, abundancia y futuro del agua debería ocupar el 70 % de nuestros esfuerzos, es un reto global pero también local. Nadie produce el agua, está simplemente, es gratis, y debería ser accesible en cantidad suficiente para una existencia digna y sana. Querer más de lo necesario es la pulsión más inmadura del ser humano.
Cortar flores silvestres que tenían una misión para la biosfera, para ponerlas en un jarrón a verlas morir lentamente es un guiño al ecocidio en otra escala, una elocuente noción del trofeo y la posesión, otra loa a la bagatela. De cortar flores a cazar animales y colgar sus cabezas en la pared, vestirnos con ellas o tener sus cadáveres en la nevera, no hay más que una cuestión de nivel, una escalada cuantitativa, no cualitativa. La acumulación ilógica se extiende también a las relaciones sexoafectivas basadas en el número más que en la calidad, en la mediación de dinero incluso para lograrlas, en centrar como meta un logro sin tener en cuenta los intereses de la otra persona.
Existen 7500 variedades de manzanas en el mundo, 10.000 de arroz, 7000 de patatas, 20.000 de legumbres, 10.000 de tomate, y muchísimas más de cada vegetal, verdura, árbol, fruta, tubérculo, alimentício para el ser humano o no. Todas las flores y frutos alimentan alguna vida. Las corporaciones que pretenden poseer la vida, las que deciden qué debemos plantar para satisfacer la pereza y el interés por el rendimiento de la gente, han reducido increíblemente tal variedad. Pero cada semilla está preñada de la prehistoria de la vida, como un jeroglífico genético que se remonta a miles de millones de años. Cada año octillones de octillones de semillas, en cada milímetro cuadrado de la superficie del planeta se esparcen y se entierran, se alzan y se hunden, ruedan, reptan, bucean, viajan en el vientre de las aves y los ratones y los zorros para germinar o no a uno, cien o mil kilómetros más allá de la planta madre. La generosidad abrumadora de mamá terrestre se zafa, con el gesto de quien se sacude el polvo de la ropa, de toda teoría o interés de nuestra patética especie, superando las expectativas de cualquier ciencia botánica. La semilla se reinventa, muta, se gestiona y compone una nueva sinfonía de formas, colores, tonos y tamaños para que eclosione diez mil años más. El deseo de la vida clama en millones de idiomas. Nosotras estamos de paso, ellas vinieron a quedarse. La diferencia fundamental entre el campesinado y el comercio es que el primero agradece a la tierra, y el segundo a las corporaciones. Otro modelo alimentario es posible. Cuando niña odiaba la coliflor, me daba asco, y además, por muy bien que se lavara, siempre tenía bichitos, y me daba más asco todavía. Ahora no hay bichitos, ni en el plato, ni en la planta ni en el campo, para eso echamos casi 4 millones de toneladas de productos químicos ecocidas al año, que matan literalmente todo, abejas, insectos, pequeños reptiles y mamíferos.., por billones. Muchas de las 50.000 especies que extinguimos anualmente lo hacemos con el modelo alimentario convencional.
Las ruinas, los escombros, los parques asilvestrados, los paisajes postapocalípticos, las construcciones olvidadas absorbidas por la vegetación y colonizadas por animales salvajes, los extrarradios de la civilización o sus pecios, despiertan en mí la más genuína de las esperanzas, cimentada en la maravillosa certidumbre de que ahí no hay seres humanos. Nada en el mundo es más pacífico, fértil y prometedor que la ausencia humana. El No Consumir es la acción más revolucionaria que puedad hacer por el medio ambiente. El único modo real de justicia e igualdad social es renunciar a los caprichos. La dieta vegana de marcas, donde todo producto de origen animal debe ser sustituido por su simil vegetal, a cuál más parecido, a cuál menos traumático para la transición alimenticia de alguien interesada en ella, en cierta manera manda un mensaje de dependencia capitalista a lo plastificado, creando un rechazo legítimo de parte del movimiento ecologista profundo, que sabe que el tema de los residuos es tan importante como el de la industrialización de la explotación animal. Ese veganismo empaquetado no es un proyecto de veganismo ético, sino una estrategia de mercado, que aceptamos porque conocemos la estúpida terquedad y la estulticia creativa de las personas carnistas, incapaces al parecer de hacer un plato de cereal-legumbre-verdura en condiciones, sin lloriquear por miedo a morir desnutridas.
Sabemos cuánto dinero cuestan las cosas, pero no sabemos cuánta vida nos cuesta el dinero. Si se puede salir de la heroína ¿por qué no va a poderse salir del capitalismo?. Las corporaciones no nos obligan a consumir, lo hacemos por decisión propia. El mundo iría mejor si la gente pensara todo lo que compra, en lugar de comprar todo lo que piensa.
Pedir perdón al árbol con el cuerpo del cual haremos nuestra casa carece de sentido si nos hacemos más casas. El árbol puede ser cosificado en madera, e incluso muerto daría vida a muchas otras vidas, pero debemos tratar que los productos que hacemos con las muertes de los árboles sean duraderos y tengan sentido. Si hacemos o compramos un mueble, una cama, un armario, deben ser para toda la vida. Cada vida que matamos, desde una lechuga a un roble, debe ser respetada. Cada 7 años todo nuestro sistema celular ha sido regenerado, somos otras literalmente. Los cambios forman parte de nuestra biología. Cambiemos, pues, para mejorar.
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