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sábado, 26 de abril de 2025

MISHI, MISHI, MISHI...

A la penumbra del atardecer por una ventana encendida suena una voz femenina que dulcemente evoca un nombre, esperando que acuda como siempre a la promesa de un cuenco lleno de comida. A menudo vuelve, otras tarda horas o días. ¨Mishi, mishi, mishi...¨, se escucha insistentemente…


Es una fracción de segundo a veces lo que se tiene yendo en coche para diagnosticar la situación, a veces es más, depende. En principio es un bulto, si hay sangre, roturas, tripas fuera, la posición del cuerpo, la rigidez evidente... a primera vista se ¨sabe¨, y es la mayoría de las veces; pero cuando surge una pequeña duda, se para, se mira y se comprueba. La intuición se trabaja y desafía a las reglas. A principios de marzo vimos un gatito en la cuneta, en una posición de atropello. Gordito, suave y junto a una carretera, en los lindes de la cual, por supuesto, casas donde viven imbéciles que dicen ¨siempre vuelve¨, ¨son seres libres¨, ¨sabe cuidarse¨, ¨no tenemos derecho a castrarlos¨. Si usan esas y otras frases, sabemos que son imbéciles. El gatito aún respiraba, tenía los ojos abiertos, el izquierdo con hemorragia interna, lo cual ya sugería que el golpe había sido ahí. Al no estar castrado, fue fácil determinar que la primavera hacía su trabajo. Lo llevamos a una clínica de guardia y durante el viaje tanteé suavemente su columna, sus patas, su mandíbula, para detectar posibles roturas, dirigiendo el aire caliente de la climatización hacia él. Tras un golpe lo primero que sobreviene es una severa hipotermia, hay que calentar hasta llegar a la clínica. Aguantó, lo cual sugería que no había hemorragias internas en órganos, ni huesos rotos perforando por dentro. Un alivio. ¿Chip? ¿qué cosa es eso? ¿Collar con identificación?, meh, es sólo un gatito que no importa a sus cuidadoras. El tiempo, el dinero, la energía, el desgaste emocional de estos y otros casos de abandono (sí, abandono, un gato que callejea es un gato abandonado), y la misantropía que me crece como una ola gigante… La primera semana fue delicada, había que valorar posibles daños, pero un mes después estaba listo para ser esterilizado, ahora vive con nosotras, en La Casa de las Ranas. Se llama, como podéis imaginar, ¨Suerte¨. Es el séptimo que vive aquí, hemos llegado a tener once desde hace 25 años, desde aquel Grzegorz cachorro al que encontré dentro de una bolsa de plástico, con sus hermanos rotos dentro. No buscaré a las antiguas ¨cuidadoras¨ de Suerte, no merecen a este animal. Probablemente en breve tengan otro recambio al cual tratarán del mismo modo. La ley permite esto. La estupidez de la gente, también


Por supuesto que hay una legalidad, pero en zonas rurales son papel mojado. El trato de la gente rural es brutal, inconsciente, es frecuente ver perros y gallinas o gatos caminando por los lindes de las carreteras, y más que probable que en breve formen parte de la capa orgánica que cubre los asfaltos del planeta, hecha de animales aplastados. Es ilegal que deambulen ¿y?. La misma policía, las mismas abogadas, las mismas juezas también dejan salir a los animales sin castrar, sin chipar...


Existen 3 tipos de gatos, los que se han matado cayendo por el balcón o ventana no enrejado, los que no se han matado al caer, y los que caerán tarde o temprano. Del mismo modo sucede con los gatos que salen al exterior de una casa, 3 grupos: los atacados por personas, envenenados, atropellados, mordidos por perros… y que sobreviven, los que mueren, y en tercer lugar los que no tardarán en sufrir esa ¨libertad¨. El binomio Libertad-Seguridad oscila caprichoso al azar de las circunstancias y los accidentes en las indigentes mentes de millones de ¨cuidadoras¨. Por no decir que muchas veces dejar salir a un gato sólo obedece a la comodidad de que no meen la casa o arañen sus muebles. La ¨libertad¨ que quieren para el gato, no es sino su propia conveniencia.


Los gatos, como los perros, son animales dependientes del ser humano, esclavos emocionales de la incapacidad de la gente de gestionar su soledad. Podríamos aducir el tremendo magnetismo de sus ojos, romantizar su misterio, pero en realidad no es más que el deseo de posesión y consumo de gatos. Ellos no existen en nuestro clima, salvo sus parientes, los gatos monteses y los linces ibéricos y euroasiáticos, cuyos caminos evolutivos ha sido muy muy diferente al del Felix Catus o gato ¨doméstico¨. ¨Libres¨ no sobreviven, rara vez envejecen, pueden vivir una semana tras un abandono, o máximo 8 años, si tienen mucha suerte, en casas pueden vivir hasta 25 y 30 años, si no tienen la mala suerte de enfermedades graves incurables. Los gatos son dependientes del ser humano, y aunque vivan en colonias alimentados por personas humanas, siguen expuestos, en menor, mayor o drástica medida, a las inclemencias metereológicas, el vandalismo y la crueldad, las enfermedades y los accidentes.


Por otro lado son miles de millones las aves, roedores y otros pequeños mamíferos, reptiles, anfibios, insectos los animales que cada año mueren en las garras de los más de 600 millones de gatos que hay en el mundo, la mayoría de los cuales viven en la calle. Dejar salir a los gatos es el modo que tiene la gente de demostrar que los paseos de sus gatos -animales elegidos, mejores, superiores-, son más valiosos que las vidas de todos esos animales silvestres que el gato mata por instinto, sin hambre. Esta disociación cualitativa de especies es un pensamiento recurrente que también se percibe cuando dicen amar a todos animales, menos a los que se comen y explotan. La hipocresía.


Las campañas de esterilización de gatos, las colonias controladas, las adopciones masivas, no sirven de mucho, ni siquiera ralentizan significativamente las poblaciones, a juzgar por el hecho de que la cifra de gatos no deja de aumentar. Pese a que la mayoría de personas que cuidamos gatos también, tengamos la idea inexacta de las cifras, basta con salir de las ciudades para encontrarmos con montones de gatos sueltos, expuestos, vulnerables, con una fecha de caducidad prematura. El gato suelto es el signo identitario del medio rural, donde vive la mayoría de ellos.


Antes de dejar salir a un gato es bueno chiparlo, así podrán informarte cuando lo encuentren atropellado (sarcasmo)... Los gatos muertos suelen ser sustituidos por otros que alguien siempre tiene disponibles, porque ni siquiera se dignan a esterilizar y dejar de aumentar el problema, prefieren saturar las redes sociales con peticiones de adopción, cuando no de peticiones de gatos para rituales o para alimentar depredadores exóticos.


La culpa nunca es del gato, ni de morir en la carretera ni de matar pequeños animales, sino de la persona que lo abandona o lo deja salir o permite que se reproduzcan por cientos de millones más de lo natural. La culpa no es del jabalí si provoca un accidente de tráfico, sino de los cazadores que lo persiguen y lo hacen perder la cautela, y de haber construído carreteras y urbanizaciones en sus territorios originales, de haber invadido todo lo invadible con nuestra doctrina del MÁS. La culpa no es de los animales por causar desperfectos en las posesiones humanas, sino que hayamos usurpado con ellas sus espacios vitales en el expansionismo ecocida que nos caracteriza y que exige una cada vez una más abundante sobrepoblación.


Si pudiéramos valorar la maldad del uno al 10, la naturaleza sería 0 y el ser humano 15.


Toda esa gente que inunda las redes con peticiones de acogida y adopción de gatos y perros, que aboga por el buen corazón y chantajea a las demás con el dolor del abandono y el sufrimiento; toda esa gente que ceba con millones de euros la industria del mascotismo, que publicita a los animales como adorables, llegado el caso ¿podrían vivir sin ellos?. Ese es el verdadero quid de la cuestión, si podemos imaginarnos vivir si tener animales encerrados, si nuestras vidas serían lo suficientemente autónomas y creativas, si podríamos reconciliarnos con nuestra soledad para no depender psicológicamente de los animales que usamos para acompañarnos. Si no es así, si no podríamos renunciar a poseer animales, entonces somos el problema, no mejores que quien come cerdo o peces. Los animales siguen reducidos a la función que les asignamos.



No es que falten motivos para ejercer descrédito de nuestra especie, la cual parece más sumida en concursos permanentes de crueldad y estupidez que de comportarse con ética y empatía, y es normal que hallemos en las demás especies animales refugios de pureza, dignidad y verdad de los que la nuestra carece, pero ello nunca justifica encarcelarlos y someterlos a nuestro estilo de vida, peor o mejor, por eso no estoy de acuerdo en que personas sin hogar tengan animales bajo cuidado. La situación económica de alguien no es argumento para hacer sufrir al animal nuestras carencias, nuestra falta de garantías. No es un derecho. Repito: NO es un derecho.


No debemos tener animales, el camino de la liberación animal también pasa por liberarlos de nuestra compasión, piedad, dependencia y apego, cuando estas revierten en detrimento de sus vidas. Las vidas de los animales son plenas, su conciencia de la libertad y de la intensidad es mucho más alta que la nuestra. No conocen la frustración, no sufren la monotonía, no se esclavizan para satisfacernos, sólo en cautiverio podemos conocerles tales comportamientos, del mismo modo que la mantis religiosa hembra no decapita al macho cuando está en libertad y tiene muchos machos disponibles, o lo hace en un porcentaje mucho menor, sin el estrés reproductivo que provoca estar encerrada. Las vidas de los animales existen por sus propios motivos y para sus propios intereses, desanudados a los nuestros, mucho más antiguos, puros y perfectos. Los animales jamás caerían en esclavitudes voluntarias, en sistemas de control y sometimiento tan perfeccionados y desquiciados como los nuestros, huirían siempre si les dejáramos, tienen un gen de libertad muy marcado, como el ave lo tiene por el aire. Por eso el caballo cocea cuando se le molesta, el toro cornea, el gato araña o el perro muerde, porque no son ¨domésticos¨ y sumisos como los queremos, sino salvajes. Salvajes lo suficientemente gentiles para no comportarse con violencia si no lo sienten necesario, pero para hacerlo si lo sienten. Millones de años de evolución lo confirman.


La inmensa cifra de gatos existentes, fuera de todo raciocinio, genera también los síndromes de Arca de Noé de acumulación de gatos. Cada mes surgen casos de personas que acumulan gatos como trofeos en sus casas, sin higiene, sin atención veterinaria, en condiciones un poco mejores que en la calle, pero igualmente peligrosas para sus vidas. Y aún así, teniendo animales en buenas condiciones, no podemos garantizar que viviremos dentro de una semana o un año, o que nuestra casa se incendiará e nuestra ausencia. Los animales en el mejor de los casos están a nuestra merced, encerrados cuando estamos trabajando, sometidos a riesgos. Así que la población de gatos y perros debe ser controlada con moratorias de compra-venta, prohibición de cría y un estricto protocolo, sin necesidad de sacrificio alguno. Sueño un futuro donde no haya animales dependientes nuestros. El perro desaparecería naturalmente en cuanto dejáramos de manosearlo y criarlo, y los gatos también, devolviendo sus poblaciones a los climas para los que fueron genéticamente evolucionados, en países cálidos y en hábitats amplios.


La necesidad humana de naturaleza, de contacto con animales, podría ser satisfecha contemplándolos en parques y bosques, libres y soberanos, o en centro de recuperación de fauna lesionada o minusválida, que no sobreviviría sin ayuda humana, por culpa de accidentes naturales. Paralelo a dejar de poseer animales, existe el imperativo ético de cuidar animales en apuros, un cierto intervencionismo, una obligatoriedad de la cultura del cuidado que debemos implementar.


Mishi, mishi, mishi..., se escucha en la noche, cerrada ya, una voz cada vez más ansiosa, mientras un ser indefenso y agredido yace agonizando en algún lugar, o frío ya, rígido, oliendo a neumático.


Siempre volvía, esta vez no volverá

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