¨Mi alimento no precisa de una dieta carnívora como el hombre, y te aseguro que no me es preciso matar un cordero para alimentarme; me bastan las nueces y las moras¨.
Frankenstein. M.Shelley
HAMBRE
El gran vehículo derrapa, pierde estabilidad y centro gravitatorio, bambolea como un gran monstruo de mecánica, inercia y fuerza centrífuga. Descontrolado como el cañón libre que en ¨El 98¨ relataba Victor Hugo, a merced del vaivén del barco, dando tumbos y arrasando lo que encuentra enmedio, hasta al final doblar noventa grados para volcar de lado sobre la cuneta y decenas de metros adelante. Las jaulas de la caja aplastadas, rotas, hendidas en amasijos de hierros y barrotes licuados en pastelina por el impacto. Tras el estruendo metálico y los crujidos, llegan los lamentos. Decenas de animales yacen al borde de la carretera, la escena es dantesca. Las sangres de muertos y heridos hacen una sola sangre, charco común que se extiende e impregna la tierra de los lindes. Cuerpos descoyuntados, con las cabezas hundidas bajo la herrumbre, con las extremidades y las columnas vertebrales partidas, con la piel despellejada por la erosión del asfalto. Otros logran levantarse, aturdidos, algunos afortunados han muerto enseguida, otros lo están haciendo, otros podrían curarse con un mínimo de asistencia veterinaria, pero el matadero no admite -al menos legalmente- animales que no puedan entrar por su propio pie en la máquina carnívora. Eso dice la ley, pero en realidad millones de ellos cada año en todo el mundo son entrados a la fuerza, con hematomas, con golpes, con ojos de menos y colas rotas, con piernas quebradas. Cualquier persona que hoy en día crea siquiera por un momento, que las leyes de bienestar animal sirven para mejorar las vidas y las muertes de los animales, es una mentirosa, una perversa degenerada, gana dinero con ello o vive en la más profunda de las ignorancias.
Todo en verdad ha sucedido en cuestión de segundos, el tráfico se ha detenido, o intenta circular por algún hueco que el camión derribado haya podido dejar. Luego están los animales, deambulando aquí y allá, extraviados, aterrorizados, libres pero inmovilizados por su miedo. No es el final del horror, ahora empieza la carnicería. De alrededores y barrios cercanos acude gente como por arte de magia, como si esperaran ese momento. Hay un tiempo limitado hasta que llegue la policía, y lo van a aprovechar al máximo; media hora, dos horas, tanto como puedan. Llegan armadas de cuchillos, hachas, machetes, mazos, con todo lo que pueda aplicar una violencia extrema, y empiezan a acechar, cazar y matar cuerpos. Todos son hombres, y no es casual. Los animales ya fallecidos son seccionados, mutilados, descuartizados rápidamente. Sus pedazos son llevados con prontitud a los coches y motos, para ser consumidos más tarde en fiesta carnaval. Los agónicos serán asesinados en el más generoso de los casos, otros simplemente serán despedazados con vida. Cuando se acaban de trocear los fáciles, la gente persigue a los sanos que escapan. Si dejan alguno vivo serán cargados en otro camión hacia el destino inicial: los ganchos de la cadena de despiece del matadero, con toda la fragilidad de los cuerpos trémulos, expuestos, desvalidos, indefensos ante un poder ciego y sin escrúpulos, el poder fascista, la esencia del ser humano. Los animales no son seres vivos, carecen de todo derecho real, son carne provisionalmente viva, con esa endeble resistencia con que la carne caliente y maleable se expone a la dureza del filo del cuchillo. Los animales caen uno a uno, estirados por la cola y las orejas, rajados.
Suceden estos accidentes de transporte de judí… perdón, de animales no humanos, en todas las carreteras del mundo. Un caso así hace 2 años en la Ruta 9 Sur de la provincia de Córdoba (Argentina), 280 animales volcados, perseguidos por gente que llegó en furgonetas y coches al lugar del incidente, hasta lograr llevarse 120, enteros y a pedazos. Llegó un policía y sólo grabó con el teléfono, incapaz de detener a una chusma de carnívoros en la más peyorativa -acaso única- expresión de la palabra. Los cerdos vivos incluso, cargados en los maleteros, las bacas, los asientos. Carne gratis, carne mucha. Y de nuevo en Arrecifes y de nuevo en Argentina, en enero de 2024, sucedió otra de estas ceremonias de humanidad pura con un camión de vacas. Las zonas del país en que ocurren estos hechos no son pobres, son zonas sin desempleo, e incluso si así fuera el viejo chantaje de la pobreza no invalida la realidad de que legumbres, verduras, tubérculos o frutas son más accesibles económicamente que la carne. No es el hambre lo que empuja a esa gente, sino el Hambre de Carne. Retengamos el concepto.
A finales de los años 70 y durante los años 80 en las protestas organizadas en Polonia por el sindicato Solidaridad contra el gobierno satélite de la Unión Soviética, se repetía la frase ¨Carne y jabón para la patria¨, con la cual se resignificaba el concepto de necesidad básica. Gritando ¨!Carne y jabón para la patria!¨, las multitudes no sólo exigían el aumento de la cuotas individuales de carne repartidas en boletos de racionamiento, sino abogaban por el capitalismo inmediato. El clásico ¨Pan y trabajo¨ de los movimientos obreros del siglo XIX y XX daba un paso adelante en su querencia existencial, dentro de la dinámica capitalista. Dicha excepcionalidad fue referida por el antropólogo Marvin Harris en su libro ¨ Vacas, cerdos, guerras y brujas: Los enigmas de la cultura¨, como un fenómeno significativo. La carne, un producto de lujo durante milenios en la clase trabajadora, se esgrimía por ella ahora como algo esencial que precisaban satisfacer. No era el hambre -necesidad primera de todo animal-, lo que empujaba al pueblo a protestar, sino de nuevo el Hambre de Carne.
Carnitina, creatina, y mioglobina son sustancias adictivas que la carne podría tener. Proteínas formadoras de músculos que se pueden encontrar perfectamente a partir de aminoácidos de plantas y hongos, pero que en forma de carne generan una dependencia de bajo nivel que actuaría como hace la lactocaseína (casomorfina) presente en los lácteos. La casomorfina aparece con más cantidad al metabolizar lácteos de vaca (caseína A1) que lácteos de otros mamíferos (caseína A2), y es generada naturalmente para ¨obligar¨ a los terneros a depender de esa sustancia, manteniéndose cerca de su madre, la vaca -la cual haría el papel de narcotraficante por el bien de sus hijas-, pero que genera una adicción en seres humanos al consumo de quesos por la concentración 10/1 respecto a la leche cruda. En palabras de Neal Barnard, presidente de la Asociación de Físicos para la Investigación de Medicina Responsable: ¨las casomorfinas se enganchan a los receptores opiáceos del cerebro, provocando un efecto calmante similar a la heroína y la morfina¨. Dicho de otro modo, podríamos diagnosticar el carnismo y la dependencia a los productos de origen animal como una ligera patología. Yonquis de la carne.
La dependencia a la carne empieza siendo inculcada en comidas para bebés de meses de vida con innecesarios trozos de animales, cuya repetición a lo largo de los años genera una costumbre y una falsa necesidad fisiológica acomodada en el cerebro, dado que lo que nos sucede desde el nacimiento hasta los 6 años de edad, condiciona fuertemente el resto de nuestra vida. La industria cárnica, interesada en vender más, ha creado una red de socialización didáctica de consumo de carne y productos animales en cada etapa de nuestras vidas. Niñas y adolescentes, dentro de las dinámicas juego-comida que ofrece la casi totalidad de restaurantes de comidas rápidas, hamburgueserías, pizzerías -tan populares en la juventud e incluso hasta bien entrada la madurez humana-, normalizan el innecesario consumo de lácteos (un alimento exclusivamente creado para cachorros y crías de mamíferos) y de cárnicos (un alimento para carnívoros estrictos). Por lo tanto no estaríamos hablando de hambre, ni siquiera de alimentación o nutrición, sino, neurológicamente, de nuestra vieja enemiga, el Hambre de Carne.
¨Una mujer sin un hombre es como un pez sin bicicleta¨, escribió la feminista Gloria Steinem, parafraseándola podríamos decir ¨Una comida sin carne es como un buzón sin bocina¨, dado que la carne no es necesaria en ninguna etapa de nuestra vida. Todos los argumentos nutricionales han sido desbancados uno a uno por la ciencia de la nutrición, que pese a ser relativamente joven, nos enseña cómo nuestro cuerpo solicita tales o cuales minerales, proteínas, vitaminas y otros nutrientes, así como enferma si carece de ellos. El exceso de proteína animal, además, genera habitualmente obesidad, aunque es fácil caer por ahí en la gordofobia, consistente en reducir a alguien a su peso, que es lo lo que hace quien cría animales: ver carne donde hay personas. El consumo mundial e histórico de carne es únicamente debido al gusto por ella, que luego se convirtió en avaricia, hasta el punto de destruir el planeta para satisfacer la demanda.
La mejor escritora del mundo, Marguerite Yourcenar, vegetariana, ayudó a la redacción de la Primera Declaración Universal de los Derechos de los Animales. Los primeros artículos son loas a la vida de los animales, un paraíso de protección legal para ellos, pero es llegadas al 9º artículo que dice: ¨Cuando un animal es criado para la alimentación debe ser nutrido, instalado y transportado, así como sacrificado, sin que ello resulte para él motivo de ansiedad o dolor¨, afirmando que los animales tienen derecho a ser asesinados (...). En la Declaración de los Derechos Humanos no existe un artículo ni siquiera aproximadamente similar al 9º, ni que cause tanta repugnancia. Tan poderosa y arraigada es el Hambre de Carne que existe incluso para defender el derecho al carnismo en un ámbito de defensa de la vida animal. Demencial.
La única garantía de que la hamburguesa 100 % porcino que alguien esté comiendo no contenga heces fecales, o sea en realidad carne de perro, fetos, gato o carne humana es... no comer esa hamburguesa. Es IMPOSIBLE para el sistema veterinario y sanitario del sector cárnico controlar las millones de toneladas de carne que llegan a las tiendas cada día. IM-PO-SI-BLE. Así que lo más probable es que las consumidoras estén habitualmente comiendo mierda o a sus propios semejantes. ¨La carne¨ no existe, la ¨carne¨ es una ambigüedad, un referente ausente, una recurrencia eufemística que invisibiliza a un ser vivo y sintiente, al cual hicieron padecer hasta asesinarlo. La carne refiere a una desintegración corporal abstracta, desvinculada de la vida, tal y como sucede con el ¨pescado¨, que es otro malabarismo cruel para llamar a los peces con el nombre de cómo los atrapan, cosificándolos.
El carnismo es una enfermedad cuya sintomatología es insuficiencia de escrúpulos, gula irrefrenable por todo lo que se mueva, incapacidad de empatizar, total carencia de sentido común. El consumo de carne animal es el más nefasto nexo de coexistencia entre el violador y su víctima, el vínculo cómplice entre la palestina desesperada y la colona israelí, entre el pedófilo y la niña, la verduga y la fusilada, la torturada y la torturadora. El plato de crimen que une a las personas neonazis y las antifas, un espacio de placer sacro para ambas, donde reconciliarse, asesinando a inocentes.
¿En qué se asemejan los ritos indígenas de agradecimiento a la naturaleza cuando se sacrifica a un animal y la liberación de su alma, a los métodos de confinamiento y ejecución bienestaristas de los mataderos occidentales contemporáneos?. Todos ellos hablan de hacer sufrir lo mínimo al animal, del supuesto respeto, del amor incluso y otros eufemismos. Al animal todo eso no le importa, están hablando de él sin él, como alguien sin derechos, tutelada por incapacidad de decidir por sí misma qué quiere. Los animales son como la opinión de una mujer cuando dos machos -considerados por sí mismos sus dueños-, hablan respecto a lo que la conviene o no, sin contar con los intereses de ella. El Hambre de Carne es la más evidente muestra de la cultura del despilfarro y la falta de escrúpulos, por eso la carne debe ser prohibida, porque no podemos confiar en las buenas intenciones de la gente.
Confiábamos en el ser humano, hasta que un día vimos al cerdo con sus propios ojos, desde su miedo. Ese día lo cambió todo.
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