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lunes, 15 de febrero de 2016

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA, ADOLESCENCIA PROGRAMADA



    Del mismo ánimo de rentabilidad de donde surge la obsolescencia programada, lo hace la adolescencia programada. La obsesión humana por parecer y actuar fisicamente joven, relega por aprensión al ostracismo a quienes no se ciñen a ello, o a quienes no acatan un canon de belleza determinado. Dicho apartheid social se manifiesta mediante burlas, desprecio, discriminación o simple marginación basada en la misericordia -en el más benévolo de los casos-, cuando no a una manifiesta condescendencia.

    Ciertamente se es merecedora de respeto por ser persona y no simplemente por ser vieja o joven. Existen viejas deleznables por el hecho de haber desarrollado su vejez prematura mediante comportamientos, ideologías y actitudes ya en sí despreciativas hacia las demás, pero del mismo modo existe esa minusvalia ética en personas de apariencia joven. Quien abandona a sus mapadres cuando envejecen merece ser tratado de igual modo, y de hecho es bien probable que así sea.

    En todo caso el negocio y la belleza/juventud física se han convertido en una doctrina ubícua, por culpa y gracias a la cual hacemos y deshacemos relaciones humanas, desde la ridiculez de la corbata y los tacones como imperativos estéticos, hasta las millones de personas en paro que no hallan ocupación al haber traspasado los 50 años de edad. Envejecer es una vergüenza. Todo ello pasando por la adoración al macho depredador y energético, saturado de proteína animal, redbullizado, cocainizado, como modelo de triunfo y prototipo recomendable en una sociedad/jungla donde las menos escrupulosas están llamadas al éxito. La primera conclusión que se extrae de todo esto es que la adolescencia programada es en cierto modo patriarcal, pues contiene unos elementos asociados a la hegemonía relativa a la dominación por la testosterona: la fuerza exterior.

    Basar la valía personal en el aspecto que ofrecemos es un vaticinio incontestable de fracaso, enfrentadas como estamos a la degradación natural de las células. Una batalla perdida a corto, medio o largo plazo. La importancia exagerada que delegamos al aspecto y el pánico al desprestígio social atribuído a la perdida de lozania visible, degenera hacia un modelo humano de obsolescencia programada, donde nos equiparamos voluntariamente a productos y bienes fabricados para el mero uso. Ahí, la Juventud Bella o la Belleza Juvenil se convierte en una religión autoimpuesta y mimada por el conjunto social, el cual alaba la fuerza y la tersura como un bien indiscutible a despecho de la fisología, y despreciando otras aptitudes carentes de edad, como podrían ser la compasión hacia las no humanas, la inteligencia emoética, el ingenio, la dulzura, el respeto a lo respetable (una neonazi adorando una esvástica no es respetable), la capacidad de colaboración o la aptitud para cuestionarlo todo, empezando por una misma mediante la autocrítica.

    El dogma de la Juventud Bella encuentra acólitas en la pereza a desarrollar otros valores, en la simpleza de los argumentos (similares a decálogos y prefectos concebidos por la industria), y halla sus altares en los salones de belleza, clínicas estéticas y gimnasios. Desde la televisión claman sus profetas que en la moda ejemplifican su máximo exponente. Por todo eso, otras capacidades valiosas para la ética humana como podrían ser las mencionadas arriba no pueden estar ligadas, más que de un modo testimonial o meramente anecdótico, con la adolescencia/obsolescencia programada, pues se corre el riesgo de transmitir por ejemplo que el veganismo (la filosofia de respeto, igualdad, justicia y sostenibilidad más emparentada al humanismo), pueda ser nefastamente considerado una mera moda, y no un valor en sí. El veganismo en este caso es un referente ineludible a la hora de construir sociedades, en contra al modelo patriarcal de la muerte y la esclavitud, es decir de la fuerza como ideal y la musculatura exterior como objetivo.

     Al otorgarle tanta importancia al aspecto inflamos tambien el esperpéntico infantilismo social. Un buen ejemplo podria ser el acaparamiento de la atención que tiene el estreno de una superproducción cinematográfica de ficción, por encima de la tragedia de las refugiadas de países que sufren sangrantes conflictos bélicos. Esta mecánica por otro lado, le entrega más poder de decisión y convocatoria a la apariencia, a la Belleza Juvenil, y más impacto en nuestro modo de vivir y en las decisiones comunes. Unas personas adecuadas al canon de belleza "triunfan" por ello en la mitología semiótica social, mientras que otras menos "afortunadas" se suicidan por la depresion y marginación proveniente de falta de atención social o por carecer de aquellos recursos que la promesa de la Juventud Bella hubiera podido teóricamente proporcionarles.

    La farándula de las elecciones políticas modernas muestran un alarde de Juventud Bella en las campañas publicitarias y una agresividad invasiva típicamente asociada al patriarcado especista, que mantiene como nexo inevitable el aspecto físico de las candidatas, su rejuvenecimiento, maquillaje, solidez y determinación, así como líneas de belleza standard. En Occidente el aspecto condena a un cerdo a ser ejecutado o a un gato lo destina a ser acariciado, los comentarios de una estrella televisiva parecen contener más veracidad que la palabra de una persona sin hogar o una anciana que proteste, cuya valía se liga frecuentemente a la frustración de no poder disfrutar ya de Belleza Juvenil, adjudicándole a su opinión un rencor poco verosimil. En todo caso, las relaciones cotidianas giran directamente entorno a nuestro aspecto, somos lo que parecemos del mismo modo que en el heteropatriacado capitalista se es lo que se tiene.

    Basando la salud de las civilizaciones en la apariencia -en la adolescencia eterna-, no sólo condenamos a todos los aspectos centrífugos a la norma, sino que nos aceptamos a nosotras mismas como productos con una fecha de caducidad previa a la caducidad natural (la muerte física), codificando que, transcurrida la época dorada de la Belleza Juvenil (naturalmente "corta" en proporción al resto de la vida), nuestro papel ha concluido o no va a ser simplemente reconocido en el poco consistente imaginario de la fama. Dicho imaginario se halla estrechamente emparentado a la aceptación social. Romper con la dictadura de las apariencias y apostar por valores más honestos y fiables, menos basados en la mentira cosmética, puede ser un camino de humildad y fehaciencia hacia el fin de las discriminaciones, empezando por la discriminación o la mistificación hacia "lo que parece" o la belleza exterior, pues no todo lo que parece eso, ni todo lo que es, parece..


    La estéticodisidencia, la belleza interior -atemporal-, el cultivo de comportamientos igualitarios, justos y horizontales entre nosotras y con el resto de los animales, al margen del condicionante del aspecto, empieza por nuestra actitud al respecto. La eterna cuestión del contenido contra la forma.





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