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lunes, 23 de marzo de 2015

MONÓLOGOS CON EL RELOJ DE ARENA



               Creo que es sueco el refrán que dice que "las jóvenas van en grupo, las adultas en pareja y las viejas van solas". Todo llega. Un día metemos la cuchara en la sopa detectando la presencia de un buen montón, pero el cubierto zapador emite un tintineo metálico que delata el fondo de la cacerola. El sonido chivato nos habla de próstatas cansadas, de caídas energéticas consecutivas, de pechos fláccidos, de huesos esponjados y de labios tan secos. Llega una edad en que pronunciar la palabra “siempre” no supone un riesgo tan vertiginoso, ni una porción de tiempo tan inverosimil. Con el tiempo una empieza a dejar de interesarse por las fascinantes vidas de las demás, para tratar de hacer con la propia algo que merezca la pena. La mayoría de las humanas esto no lo conseguimos, aprendemos de la vida algo parecido a vivirla dentro de nuestras limitaciones intelectuales y emocionales, pero somos siempre aprendices de vivas, en parte por dudas y en parte debido a que carecemos de la sublime gracia de las no humanas, cuya plenitud vital es absoluta, desde su nacimiento a su muerte. Ellas saben de vivir quizás porque han concluido la parte más importante de su camino evolutivo, de modo que cada día disfrutan de las pequeñas cosas como si fueran las más importantes. En estos tiempos en que nos extraña que un pan lleve sólo harina, agua y levadura, en tiempos en que nos sorprendemos de que haya lugares con aire límpio, es tiempo de amar las cucarachas, valorar la sencillez y aprender de las no humanas el gran verbo de la vida: todo es excepcional.

                  Si una niña lee las líneas de la mano a una anciana, sólo le vaticina el cadaver,... pero la anciana a la niña, también le depara lo mismo, porque envejecer es un arte (el de ir a los sitios sin prisa por llegar a ellos), como cualquier otra cosa, y decididamente faltan artistas. La vejez es un estado de conciencia no relacionado con la degradación fisica del cuerpo. Si bien es cierto que una anatomía de setenta años no suele estar en condiciones de realizar ejercicios físicos que podría realizar fácilmente una persona de veinte años de edad, en la mayoría de las otras acciones que llevamos a cabo una anciana puede superar largamente a la joven. Pero la vejez en nuestra especie, como digo, no es cosa del cuerpo, sino del corazón y del cerebro. Amar y saber hacerlo, conocer las directrices de la bondad y del respeto, de la armonia, del equilibrio, del vivir sin dañar, del vivir y dejar vivir, forman parte de otros parámetros que no pertenecen ni a las edades, ni a los sexos, ni a las razas, sino a la individualidad de cada una, por ello podemos encontrar viejas adolescentes y jovencitas octogenarias. Todo esta dentro de cada una.

En muchas cuestiones ajenas al deterioro de salud vinculado a escasez de regeneración celular, no debe ser impedimento esta carencia para otras actividades de caracter ético por ejemplo, comportamientos ecológicos, respeto por otras especies, por la propia especie y por una misma. En estos campos una persona adulta puede ser tan eficaz como una joven y nunca es demasiado tarde para nada, ofreciendo unos resultados tan o más positivos. Por el contrario, hay que hacer caso omiso a la vieja decrépita, la que enarbola su edad como un título académico, a la vieja de corazón que sale a cazar no humanas, a la degradada vieja que condena los modos de amar genuflexada a trozos de yeso coloreados, a la vieja de voz crujiente que critica la libertad de ser y condena a alguien por el color de su piel, a la demente senil de alma asfaltada que castra las plumas y los anhelos... Hay que ignorar a la vieja, tenga la edad que tenga, para hacer un mundo donde todas tengamos derecho a seguir siendo niñas, ingenuas, febriles. De-sen-mas-ca-ra-das.

           Después del amor y de la vida, la muerte es la más importante de las experiencias, el gran aplauso del viento... o el gran silencio de una vida desperdiciada. Siento lástima por quien quiere morir durmiendo y perderse ese último acto hermosísimo tan íntimo, tan nuestro. Hay que ver desnudas al amor, hay que ver a la vida cruda y hay que entrar en la muerte con los ojos abiertos, como dijo Margueritte Yourcenar, con los ojos de una nada que se iguala por fin a la madre nada.


                 Mientras vivimos no es obligatorio amar a las no humanas, aunque es recomendable porque le damos una oportunidad a las buenas emociones. Bondad, altruismo, amistad, compasión, conmoción... son partes de nuestra naturaleza no educacional, que sentimos con menor frecuencia por las demás debido a una más que lógica falta de confianza, a los miedos internos y los prestados y a la propia mezquindad. La inteligencia emocional se queja de la racional no sin motivo, por su mania de ponernos en tronos inexistentes mediante herramientas erróneas. No existen tronos aunque puedan existir heroínas.
Personalmente tengo heroínas, no son humanas. Visten plumas como trajes de gala, se adornan con las mejores pieles del mundo: las propias, se deslizan miles de kilómetros en la oscuridad fría de los océanos, perforan el subsuelo perfumadas de olor de raíz y de lluvia filtrada, se alzan a la estratosfera y descienden a las simas volcánicas sulfurosas. Tengo heroínas, no descubren bombas inteligentes, no les interesa la poesía, se aburren ante el cine de arte y ensayo...; y ante la incertidumbre de quién recibirá el próximo premio nobel de economía, responden con un pedo minúsculo. Son mis heroínas, están siendo asesinadas, mueren con horror, y nos morimos un poco con ellas cada vez que se mueren. Voy a dedicar mi vida a defenderlas, es lo mínimo que puedo hacer, defender su solemnidad y su inocencia, cumplir con el trozo de responsabilidad que me corresponde por disfrutar de la vida entre humanas, mi responsabilidad social, indelegable como la de cada una.

                A quien piensa que la liberación animal es dios y el veganismo su profeta, le invito a escuchar la respiración de un cerdo durmiendo o un pájaro gorjeando, sin adornos ni aditivos, tal cual. No sé si la erradicación de la pedofília va a salvar de la infamia a nuestra especie, pero sé que va a salvar de la tortura a millones de niñas; asimismo ignoro si el veganismo será mejor para el universo, pero seguro es mejor para muchos universos salvados. 
 
              En resumen, no oculto que lo que ignoro es infinitamente más de lo que sé. Que no cunda el pánico, os regalo mi ignorancia, es cuanto puedo ofreceros.





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