Inmensa,
navegable, imposible, mítica pero real, tangible en sus 170
toneladas de ballet oceánico repartidas en treinta metros de
longitud, la Balaenoptera
musculus
o ballena azul es el animal más grande de cuantos tenemos constancia
que haya existido en el planeta. Con un superlativo de belleza,
volumen y gracia en estado puro, hace resonar su voz desde la
protoprehistoria a través de la acústica del agua a miles de
kilómetros de distancia, cuando trillones de toneladas de sales y
aguas se convierten en pistas de sonido para sus himnos a la vida.
Otro
cetáceo, la ballena jorobada, emplea ciclos de sonido rimados
audibles a 30 kilómetros. A la poesía indescifrable de sus
canciones entonadas durante horas se le añade la dificultad y el
ritmo repetido, en complejas melodías líricas cuyo significado
desconocemos y que son diferentes cada año. Son las rapsodas del
Gran Azul, sopranos y tenores de Thalassa, danzando en lentos,
pesados y potentísimos golpes de aletas de exquisita coreografía.
Para felicitarlas por esta grandiosidad, les arrojamos arpones
explosivos demostrándolas quien manda, para que de repente todo sea
sanguinolento... El mar entonces es rojo y mas pobre.
Los
cetáceos son personas en toda regla, su neocórtex les otorga
consciencia de si mismos y de su entorno, así como avanzado nivel
cognoscitivo. Los delfines y las humanas tenemos por ejemplo el mismo
tipo y numero de células cerebrales, sólo disimila el reparto
espacial de ellas. El córtex auditivo en el cerebro del delfín se
sitúa en la parte superior, hasta donde el sonido de su sistema de
ecolocalización es transmitido. El sonido en los cetáceos,
entonces, no se recibe mediante orejas -por no poseer- sino mediante
receptores en la mandíbula inferior que repercuten y trasforman las
ondas sonoras en impulsos nerviosos en el oído interno. El nervio
acústico de los delfines es 10 veces mas grande que el nuestro, y al
ser enormemente emocionales reaccionan mucho más intensamente a los
estímulos sensoriales, que activan las hormonas del estrés y
desencadenan el pánico. Este método de sobresalto es el usado por
las pescadoras japonesas en las matanzas anuales de delfines,
mediante redes acústicas que paralizan a estos increíbles animales.
Algunos de estas pescadoras son adiestradoras de cetáceos, que usan
su conocimientos científicos para la destrucción en el nombre de la
gula, nada nuevo que la ciencia se vende al postor y en suma la
barbarie también aprovecha la tecnocracia ( las nazis nos enseñaron
bien ). El sonido de los tubos de metal golpeando en el agua que
forman estas redes acústicas durante la masacre de delfines es sin
embargo 100.000 veces inferior al de los sonares de los ejércitos.
Los
barcos de la Marina usan potentes sonares para localizar posibles
submarinos que destruyen a los cetáceos, las ballenas sobresaltadas
se dirigen intuitivamente hacia las costas a morir. Lo que llamamos
el suicidio de las ballenas es sólo la continuación de la guerra
que los ejércitos del mundo mantienen contra las no humanas en
"tiempos de paz".
Mientras
las soldadas juegan a defendernos de las enemigas que ellas mismas
crean, los cetáceos se rompen por dentro.
Los
cetáceos atacados por los horrendos sonares militares se
sobresaltan, obligados a emerger súbitamente, provocando su
descompresión. El examen de los órganos durante la autopsia arroja
múltiples saturaciones de burbujas de aire, partículas de grasa
desprendidas del interior de las mandíbulas por la vibración, así
como burbujas de gas liberadas por las resonancias en los vasos
sanguíneos. Todo este material repentino colapsa el riego sanguíneo,
deteniendo su sistema vascular y provocando infartos, lo cual explica
la muerte de los cetáceos en apenas unas horas tras la exposición a
los sonares.
Tras
los ejercicios bélicos los ojos de las marsopas revientan y acaban
muertas en las playas, llorando sangre y pudriéndose al sol. En sus
cerebros tomografiados por ordenador se observan coágulos de sangre,
podemos imaginarnos el sufrimiento de las ballenas retorciéndose de
dolor durante horas. De dolor interior por el colapso y exterior
propio de la insolación.
El
ejército norteamericano por su parte alega inocencia, culpando a
extraños virus y a la luna llena la muerte de miles de cetáceos.
Muchos de ellos se hunden en los fondos arenosos donde varan y mueren
por asfixia al no poder subir a respirar aire. Ya desde los años
sesenta en todo el mundo se avistan varamientos y muertes por
exposición al sol de orcas, calderones y otros cetáceos con el
sistema de ecolocalización destruido, inmediatamente después de
ejercicios del ejército. Como siempre, el ejército lo único que
sabe es matar, sus sonares resuenan hasta a 100 kms. dejando playas
enteras de cetáceos asesinados por la estupidez humana y en el
nombre de la seguridad, aunque no se sabe muy bien la seguridad de
quien.
La
India recientemente ha prohibido el uso, explotación y asesinato de
delfines por considerarlos "personas no humanas", cualquier
científica mínimamente inteligente sabe que lo son, y aunque no
haya diferencia sustancial entre un cerdo, un primate, un cánido o
un cetáceo, es obvio desde cualquier prisma científico -desde
neurobiología hasta etología-, que estos últimos merecen por
proximidad nuestra total protección. Debemos hacer llamamiento a los
gobiernos que los exterminan por creencias atávicas y obsoletas,
costumbres, rutinas o cualquier otra razón, deteniendo las masacres
cometidas en nombre del libre mercado.
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