“Muevan allá feroz guerra ciegos reyes,
por un palmo más de tierra”
La canción del
pirata. José Espronceda
No me gusta la palabra naciones, pretende sugerir
nacimiento, dar vida, cuando lo que es son cotos de morideros, cementerios
delimitados, alambradas de muerte. Detesto las fronteras, líneas imaginarias
trazadas con la sangre de las niñas, espacios usurpados a las inocentes a las
cuales tampoco pertenecían más que como casa y comida, valores tan inexcusables
como perecederos tras los ciclos vitales. La decisión de la soberanía sobre un
territorio me parece un entretenimiento de idiotas, un juego absurdo de posesión
de aquello que nos posee, la tierra, y a la cual volveremos en forma de volatil
ceniza o pestilente carroña, todas y cada una de nosotras. Todas apestaremos
algún día. Me repugnan los países.
Pero es un tema a debatir,
sin duda, pues quizás el número de muertas más significativo de nuestro haber
histórico es el derivado de la contiendas y conflictos por el acaparamiento de
tierras, cuya unica finalidad es explotarlas, asesinar a sus legitimas
habitantes evolutivas, diezmar y centenar y milenar sus riquísimas biodiversidades
para convertirlas en muñecosas caricaturas de superviviencia que se cuentan por
individuas, ejemplares, puñados, poblaciones anilladas, catalogadas, numeradas,
identificadas y -por extensión- flexibilizadas esclavas de nuestro punto de
vista. La manutención y preservación de esa perversión llamada frontera cuesta
al erario público miles de millones de euros, además de ser una fuente
constante de discriminación, vulneración de derechos internacionales, violación
de derechos humanos personales y colectivos, exterminio de personas,
ostracismo, colonialismo, neocolonialismo, explotación de caracteristicas (los
llamados “recursos”), depredación, ambición, avaricia, ceguera social, miedo, y
decenas de agresiones que defendemos hasta vertir la sangre de nuestras hijas,
para poder enterrarlas envueltas en una tela con los colores adecuados.
Cierto es que las personas no
humanas luchan en ocasiones por territorios, pero no tenemos por qué copiar los
comportamientos si podemos y sabemos relacionarnos sin posesiones (nuestro
cuerpo es nuestra única posesión, con él vivimos y morimos). Cierto es que las
orcas comen pingüinos, pero nosotras no somos orcas, cierto es que las leonas
cazan antílopes, pero nosotras no somos leonas, cierto es que las chimpancés
luchan en algunas ocasiones hasta despedazarse por defender zonas de bosque
donde pueden alimentarse con cierta garantía, pero nosotras no somos
chimpancés. Solemos justificar nuestra monstruosidad y falta de escrúpulos mediante
el slogan de que en “la naturaleza” “los animales” hacen cosas aparentemente
horribles, y nos sentimos bien exponiendo nuestro derecho civil, nuestros mapas
cartográficos y nuestra tecnología gps como modo superlativo de avance moral
(?), frente al “caos natural” y a la atribuida -por nosotras- mezquindad de las
no humanas. Lo cierto es que somos
animales cuando nos conviene, y cuando no, somos las señoras feudales de este
coto de caza a nuestro favor que denominamos planeta Tierra, con pretensiones,
megalomanías varias y mucha mucha mucha gilipollez.
Explotamos sin miramientos
África, por ejemplo, y les robamos cuanto haya en ese territorio, fomentando
guerras intestinales... para las cuales gustosamente les suministramos armas,
aumentando sus deudas externas. Construimos este profundo excremento llamado
sociedad neoliberal, y nos vestimos con trapos elegantes, automóviles
perfumados y superfluas baratijas que mostramos en las televisiones y
publicidades, tentando a las personas expoliadas para que las consuman, para
luego impedirlas la entrada en los territorios que ocupamos mediante el
brillante argumento de “negra, tú no entras”, mostrando en ese gesto burdo
nuestra minusvalía empática. Somos ladronas robando a potenciales ladronas,
pero nuestro hurto es más refinado, hasta tal punto que no lo consideramos lo
que es, apropiación indebida.
Somos la más ladrona de las
especies, sin más derecho que el que creamos a nuestra conveniencia robamos e
intoxicamos tierras donde durante miles y millones de años han existido
civilizaciones enteras de personas no humanas en armonía con su entorno, donde las
más antiguas civilizaciones humanas de tribus no contactadas, originarias -las
primeras y más antiguas sociedades humanas-, siguen resistiendo o están siendo
exterminadas por la ambición y la estupidez (sinónimos), en un goteo cruel y
premeditado de sangre vertida, llamado la hemorragia de la conquista de
América, por ejemplo. Somos la más ladrona de las especies, encerramos a no
humanas en zoos porque hemos arrasado sus casa primarias, su sagrado dosel
verde, inmarcesible durante edades geológicas completas, y que no ha podido
sobrevivir a nuestras ansias de confort, de poder, de formar países y la
truculenta historia que pretende justificarlos.
Maldigo a las ladronas, me
limpio el culo con sus banderas, vomito sobre el blasfemo nombre de sus países
y sobre las enciclopedias escritas exclusivamente con la sangre de las
inocentes. La defensa animal y la defensa de los derechos humanos no será
completa hasta que las fronteras sean eliminadas y ninguna cultura crea ser
superior a otra, porque las fronteras son sólo herramientas de dominación
manejadas por ladronas.
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