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sábado, 1 de noviembre de 2014

LADRONAS



“Muevan allá feroz guerra ciegos reyes,
por un palmo más de tierra”                        
                            La canción del pirata. José Espronceda

                                          

No me gusta la palabra naciones, pretende sugerir nacimiento, dar vida, cuando lo que es son cotos de morideros, cementerios delimitados, alambradas de muerte. Detesto las fronteras, líneas imaginarias trazadas con la sangre de las niñas, espacios usurpados a las inocentes a las cuales tampoco pertenecían más que como casa y comida, valores tan inexcusables como perecederos tras los ciclos vitales. La decisión de la soberanía sobre un territorio me parece un entretenimiento de idiotas, un juego absurdo de posesión de aquello que nos posee, la tierra, y a la cual volveremos en forma de volatil ceniza o pestilente carroña, todas y cada una de nosotras. Todas apestaremos algún día. Me repugnan los países.

         Pero es un tema a debatir, sin duda, pues quizás el número de muertas más significativo de nuestro haber histórico es el derivado de la contiendas y conflictos por el acaparamiento de tierras, cuya unica finalidad es explotarlas, asesinar a sus legitimas habitantes evolutivas, diezmar y centenar y milenar sus riquísimas biodiversidades para convertirlas en muñecosas caricaturas de superviviencia que se cuentan por individuas, ejemplares, puñados, poblaciones anilladas, catalogadas, numeradas, identificadas y -por extensión- flexibilizadas esclavas de nuestro punto de vista. La manutención y preservación de esa perversión llamada frontera cuesta al erario público miles de millones de euros, además de ser una fuente constante de discriminación, vulneración de derechos internacionales, violación de derechos humanos personales y colectivos, exterminio de personas, ostracismo, colonialismo, neocolonialismo, explotación de caracteristicas (los llamados “recursos”), depredación, ambición, avaricia, ceguera social, miedo, y decenas de agresiones que defendemos hasta vertir la sangre de nuestras hijas, para poder enterrarlas envueltas en una tela con los colores adecuados.

         Cierto es que las personas no humanas luchan en ocasiones por territorios, pero no tenemos por qué copiar los comportamientos si podemos y sabemos relacionarnos sin posesiones (nuestro cuerpo es nuestra única posesión, con él vivimos y morimos). Cierto es que las orcas comen pingüinos, pero nosotras no somos orcas, cierto es que las leonas cazan antílopes, pero nosotras no somos leonas, cierto es que las chimpancés luchan en algunas ocasiones hasta despedazarse por defender zonas de bosque donde pueden alimentarse con cierta garantía, pero nosotras no somos chimpancés. Solemos justificar nuestra monstruosidad y falta de escrúpulos mediante el slogan de que en “la naturaleza” “los animales” hacen cosas aparentemente horribles, y nos sentimos bien exponiendo nuestro derecho civil, nuestros mapas cartográficos y nuestra tecnología gps como modo superlativo de avance moral (?), frente al “caos natural” y a la atribuida -por nosotras- mezquindad de las no humanas.  Lo cierto es que somos animales cuando nos conviene, y cuando no, somos las señoras feudales de este coto de caza a nuestro favor que denominamos planeta Tierra, con pretensiones, megalomanías varias y mucha mucha mucha gilipollez.

         Explotamos sin miramientos África, por ejemplo, y les robamos cuanto haya en ese territorio, fomentando guerras intestinales... para las cuales gustosamente les suministramos armas, aumentando sus deudas externas. Construimos este profundo excremento llamado sociedad neoliberal, y nos vestimos con trapos elegantes, automóviles perfumados y superfluas baratijas que mostramos en las televisiones y publicidades, tentando a las personas expoliadas para que las consuman, para luego impedirlas la entrada en los territorios que ocupamos mediante el brillante argumento de “negra, tú no entras”, mostrando en ese gesto burdo nuestra minusvalía empática. Somos ladronas robando a potenciales ladronas, pero nuestro hurto es más refinado, hasta tal punto que no lo consideramos lo que es, apropiación indebida.

         Somos la más ladrona de las especies, sin más derecho que el que creamos a nuestra conveniencia robamos e intoxicamos tierras donde durante miles y millones de años han existido civilizaciones enteras de personas no humanas en armonía con su entorno, donde las más antiguas civilizaciones humanas de tribus no contactadas, originarias -las primeras y más antiguas sociedades humanas-, siguen resistiendo o están siendo exterminadas por la ambición y la estupidez (sinónimos), en un goteo cruel y premeditado de sangre vertida, llamado la hemorragia de la conquista de América, por ejemplo. Somos la más ladrona de las especies, encerramos a no humanas en zoos porque hemos arrasado sus casa primarias, su sagrado dosel verde, inmarcesible durante edades geológicas completas, y que no ha podido sobrevivir a nuestras ansias de confort, de poder, de formar países y la truculenta historia que pretende justificarlos.

         Maldigo a las ladronas, me limpio el culo con sus banderas, vomito sobre el blasfemo nombre de sus países y sobre las enciclopedias escritas exclusivamente con la sangre de las inocentes. La defensa animal y la defensa de los derechos humanos no será completa hasta que las fronteras sean eliminadas y ninguna cultura crea ser superior a otra, porque las fronteras son sólo herramientas de dominación manejadas por ladronas.




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