Nietzsche
escribía que el regreso a la naturaleza no era un retroceso sino una elevación.
Probablemente se trata de elevación espiritual, pero una es demasiado tonta
para comprender la cosmogonía del asunto, soy demasiado terrestre. La sencillez
protagoniza la vida, e inventarse supuestas dobles y triples interpretaciones
de la cotidianeidad es tremendamente aburrido y desde luego hace girar la rueda
del absurdo. La carga especulativa y la perversión que pueden acarrear las
interpretaciones de los hechos y los puntos de vista lleva a la legión de
mitos, religiones, esoterismo varios y deificaciones domésticas, cuyo fin suele
ser un vulgar método de propaganda de la humana como ser superior. Todas
hacemos caca y no hay nada superior en ello, sólo es otra manera de eliminar
toxinas. Me quedo con lo del regreso. Anhelo la vida de hace cien años y la
ética de dentro de cien años.
Somos mamíferas
verticales herbívoras, fuímos omnívoras, poco más de nosotras podemos afirmar y
poco más interesa esencialmente. Nos gusta el contacto con otras pieles y
calores -incluso de otras especies-, el contacto con el fuego sin embargo, nos
daña la piel y la carne y nos puede llegar a matar, en ambas experiencias
intervienen terminaciones nerviosas que nos informan de lo placentero o lo
doloroso del asunto. Por eso los más básicos derechos humanos se centran en dos
objetivos, primero: defender el derecho al placer físico y psíquico, y segundo:
protegernos de las vulneraciones que pudieran provocarnos dolor, físico y
psíquico. Básicamente, eso es todo. Luego matizamos si hace falta, pero lo
esencial no admite debate.
Otro tipo de
experiencia es la generada por nuestra capacidad de sociabilización. Cuando por
empatía observamos a otro animal disfrutando, generamos endorfinas y podemos llegar
a sonreir, por ejemplo, viendo a dos mariposas danzando en espiral en el aire,
persiguiéndose jugando, o a dos perros saltando juntos e interactuando. No sirve quizás de nada esa capacidad, es
un regalo y la disfrutamos muchisimas especies, por eso está bien que esté. Del
mismo modo nos disgusta ver a un cerdo agonizando con la garganta cortada o una
vaca con las ubres infectadas de tanto ser ordeñada, porque sabemos que quisieron
no ser explotadas o simplemente vivir, y no se lo permitimos. La realidad es
más sencilla de lo que queremos creer. Está bien utilizar argumentos éticos,
políticos, económicos, filosóficos, sociales, antropológicos, o de cualquier otra
índole, pero lo más sencillo es utilizar el sentido común.
A nadie se le
escapa que el modelo de sociedad que
hemos heredado sólo beneficia a las personas que sufren desordenes
psicológicos, patologías varias, cobardía obsesiva o simplemente enfermas de
ambición, a nadie más. A nadie “normal”
puede gustarle esa obligación de aparentar ser lo que no somos, vivir vidas que
no nos pertenecen, manosear sueños de otras, viajar donde nos obligan
socialmente a hacerlo, asesinar por capricho, vestir o actuar según un modelo
general no disonante... Para esos fines existe una cierta pereza a pensar por
una misma, a cuestionarlo todo y a cambiar lo que no nos gusta o no es justo,
solidario, compasivo o igualitario... en fin, a cambiar toda la estructura del
sistema en que vivimos.
Pensar es lo más erótico en nuestra especie. Pensar es afrodisíaco.
No todo es relativo,
existe el bien y el mal. Matar -incluso en defensa propia- está mal, aunque
pueda ser justificación en una situación extrema o defensa propia, y así debemos
aceptarlo como excepción, no como regla. Si una persona humana se encuentra por
accidente en un desierto y sólo hay un conejo cerca, es normal comerse ese
conejo. No porque podamos sino porque
debemos. Probablemente el conejo -si
el desierto es tan desierto como propongo- muera antes de hambre, o sea que ni
siquiera deberíamos matarlo. Pero esa situación extremada no suele existir más
que en el imaginario de quienes defienden el derecho a matar, porque en la
sociedad contemporánea -en el aquí y
el ahora-, tenemos mucho para comer (demasiado
incluso). Y el conejo debe vivir.
Sólo una
psicópata disfruta o es indiferente con el hecho de matar -sigo con el ejemplo
del roedor- un conejo, nadie pensante-sintiente ve un conejo vivo como comida.
Por añadidura son animales suaves, inofensivos, vulnerables, graciosos ( en el
sentido de poseer “gracia”, no de ser divertidos ), de modo que convertirlos en
sanguinolentas masas de pulpa coagulosa que se convulsiona en los estertores de
la muerte no es un ejercício para cualquiera, porque ese “trabajo” se lo dejamos a las personas más faltas de escrúpulos. Se
come carne y se bebe leche y se explota a personas no humanas porque alguien no
tiene escrúpulos en presentarnos eso como comida, eludiendo la
responsabilidad y el proceso de obtención de dichos productos.
El regreso a la
naturaleza de Nietzsche no tiene por qué ser el volver a prender fuego con
sílex, matarnos en conflictos territoriales o de otra índole... el regreso en
nuestra especie está obligado a ser más armonioso, inteligente y ético, en
consecuencia con los deseos de sociedades pacíficas y justas, íntimamente
ligadas a medios ambientes límpios y salvajes, eso sólo será posible con
conductas no invasivas, solidarias, comunes, respetuosas, libres... Añadid los adjetivos que más os gusten, pero
hacedlo con la Naturaleza, no contra ella. Con el respeto a los conjuntos y el
respeto a las individuas.
A cada una de
ellas. Es decir, a cada una de nosotras.
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