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sábado, 5 de julio de 2014

REGRESOS



                                          

Nietzsche escribía que el regreso a la naturaleza no era un retroceso sino una elevación. Probablemente se trata de elevación espiritual, pero una es demasiado tonta para comprender la cosmogonía del asunto, soy demasiado terrestre. La sencillez protagoniza la vida, e inventarse supuestas dobles y triples interpretaciones de la cotidianeidad es tremendamente aburrido y desde luego hace girar la rueda del absurdo. La carga especulativa y la perversión que pueden acarrear las interpretaciones de los hechos y los puntos de vista lleva a la legión de mitos, religiones, esoterismo varios y deificaciones domésticas, cuyo fin suele ser un vulgar método de propaganda de la humana como ser superior. Todas hacemos caca y no hay nada superior en ello, sólo es otra manera de eliminar toxinas. Me quedo con lo del regreso. Anhelo la vida de hace cien años y la ética de dentro de cien años.

Somos mamíferas verticales herbívoras, fuímos omnívoras, poco más de nosotras podemos afirmar y poco más interesa esencialmente. Nos gusta el contacto con otras pieles y calores -incluso de otras especies-, el contacto con el fuego sin embargo, nos daña la piel y la carne y nos puede llegar a matar, en ambas experiencias intervienen terminaciones nerviosas que nos informan de lo placentero o lo doloroso del asunto. Por eso los más básicos derechos humanos se centran en dos objetivos, primero: defender el derecho al placer físico y psíquico, y segundo: protegernos de las vulneraciones que pudieran provocarnos dolor, físico y psíquico. Básicamente, eso es todo. Luego matizamos si hace falta, pero lo esencial no admite debate.

Otro tipo de experiencia es la generada por nuestra capacidad de sociabilización. Cuando por empatía observamos a otro animal disfrutando, generamos endorfinas y podemos llegar a sonreir, por ejemplo, viendo a dos mariposas danzando en espiral en el aire, persiguiéndose jugando, o a dos perros saltando juntos e interactuando. No sirve quizás de nada esa capacidad, es un regalo y la disfrutamos muchisimas especies, por eso está bien que esté. Del mismo modo nos disgusta ver a un cerdo agonizando con la garganta cortada o una vaca con las ubres infectadas de tanto ser ordeñada, porque sabemos que quisieron no ser explotadas o simplemente vivir, y no se lo permitimos. La realidad es más sencilla de lo que queremos creer. Está bien utilizar argumentos éticos, políticos, económicos, filosóficos, sociales, antropológicos, o de cualquier otra índole, pero lo más sencillo es utilizar el sentido común.

A nadie se le escapa que el modelo de sociedad que  hemos heredado sólo beneficia a las personas que sufren desordenes psicológicos, patologías varias, cobardía obsesiva o simplemente enfermas de ambición, a nadie más. A nadie “normal” puede gustarle esa obligación de aparentar ser lo que no somos, vivir vidas que no nos pertenecen, manosear sueños de otras, viajar donde nos obligan socialmente a hacerlo, asesinar por capricho, vestir o actuar según un modelo general no disonante... Para esos fines existe una cierta pereza a pensar por una misma, a cuestionarlo todo y a cambiar lo que no nos gusta o no es justo, solidario, compasivo o igualitario... en fin, a cambiar toda la estructura del sistema en que vivimos.

Pensar es lo más erótico en nuestra especie. Pensar es afrodisíaco.

No todo es relativo, existe el bien y el mal. Matar -incluso en defensa propia- está mal, aunque pueda ser justificación en una situación extrema o defensa propia, y así debemos aceptarlo como excepción, no como regla. Si una persona humana se encuentra por accidente en un desierto y sólo hay un conejo cerca, es normal comerse ese conejo. No porque podamos sino porque debemos. Probablemente el conejo -si el desierto es tan desierto como propongo- muera antes de hambre, o sea que ni siquiera deberíamos matarlo. Pero esa situación extremada no suele existir más que en el imaginario de quienes defienden el derecho a matar, porque en la sociedad contemporánea -en el aquí y el ahora-, tenemos mucho para comer (demasiado incluso). Y el conejo debe vivir. 

Sólo una psicópata disfruta o es indiferente con el hecho de matar -sigo con el ejemplo del roedor- un conejo, nadie pensante-sintiente ve un conejo vivo como comida. Por añadidura son animales suaves, inofensivos, vulnerables, graciosos ( en el sentido de poseer “gracia”, no de ser divertidos ), de modo que convertirlos en sanguinolentas masas de pulpa coagulosa que se convulsiona en los estertores de la muerte no es un ejercício para cualquiera, porque ese “trabajo” se lo dejamos a las personas más faltas de escrúpulos. Se come carne y se bebe leche y se explota a personas no humanas porque alguien no tiene escrúpulos en presentarnos eso como comida, eludiendo la responsabilidad y el proceso de obtención de dichos productos.

El regreso a la naturaleza de Nietzsche no tiene por qué ser el volver a prender fuego con sílex, matarnos en conflictos territoriales o de otra índole... el regreso en nuestra especie está obligado a ser más armonioso, inteligente y ético, en consecuencia con los deseos de sociedades pacíficas y justas, íntimamente ligadas a medios ambientes límpios y salvajes, eso sólo será posible con conductas no invasivas, solidarias, comunes, respetuosas, libres...  Añadid los adjetivos que más os gusten, pero hacedlo con la Naturaleza, no contra ella. Con el respeto a los conjuntos y el respeto a las individuas. 

A cada una de ellas. Es decir, a cada una de nosotras.




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