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jueves, 13 de junio de 2013

¿ LIBRES... O NUESTROS ?

¿ LIBRES... O NUESTROS ?
 

             La lucha por los animales no humanos en el mundo ha tomado y toma diversos carices y objetivos diferentes, a menudo muy alejados de los intereses reales de sus recipientes. Gran parte de lo que hoy se consideran como derechos animales ( muerte humanitaria, cadenas más largas, jaulas amplias, tenencia responsable, adopción...), no son más que la siguiente argucia en el proceso de seguir teniéndolos bajo nuestros zapatos, sometidos a nuestros intereses y reglamentaciones. Obsesionadas como estamos con el argumento de la protección se cae a menudo en la sobreprotección, en el desenfreno de la caución, olvidando que los animales morimos, tarde o temprano, y sufrimos accidentes. Existe un histerismo dificil de justificar bajo el concepto de derechos verdaderos para las personas animales.


                  La lucha por los derechos animales, en la cual se pretende incluir a las demas especies sintientes en nuestra consideración moral, para defenderlos de los ataques de nuestra especie ( porque no pretendemos quitarle al león su derecho de matar gacelas, ni a la gacela su deber de huir ), obvia por sistema algo tan escandalosamente evidente como la defensa de los territorios donde estos existen. Están desapareciendo miles de especies por ese motivo. Billones de individuas, billones de veces UNA. Hablo de productos de origen cien por cien vegetal, por ejemplo, cuyos ingredientes fueron hechos con selvas devastadas y consiguiente muerte de sus habitantes, o de agricultura intensiva y sobreexplotación de tierras, con las matanzas de animales derivadas de ello ( caza regulativa, destrucción de madrigueras y ecosistemas...).


                      Los derechos para los animales no humanos no son un fin en sí mismo sin la liberación de estos, sólo son una etapa. Y la liberación de los animales no humanos exige principalmente abrirles de par en par todas las puertas de nuestros cerebros y nuestros corazones, dejarlos galopar, volar, correr, nadar, saltar... lejos de nosotras, para que regresen por propio pie -maltrechos por milenios de dolor y muerte-, a los lugares de donde los secuestramos para construir nuestra civilización. Los derechos animales no consisten en tratar mejor a las personas no humanas sino en dejar de tratarlos. Al abrigo de ese mismo precepto se basan todos los derechos fundamentales atribuidos para las humanas ante nosotras, en el precepto de identidad reconocida, voluntad no vulnerada, vida respetada y libertad garantizada. Bajo ese prima no debemos tratar a las mujeres porque ellas saben muy bien tratarse solitas, sin nuestro paternalismo. Particularmente el termino tratar, o trato, me recuerda mucho al trato especial que las nazis ofrecian a las judías...


                          Los derechos humanos, bien en favor de las opciones sexuales, la equidistancia social entre géneros, la integración racial, la defensa de la infancia o de la libre circulación de las personas humanas, por ejemplos, se comprenden por la suposición vinculante de la integración voluntaria por parte de las individuas potencialmente favorecidas por dichas precripciones legales. Dada esa presunción de existir en el marco de la sociedad humana es que podemos ofrecerles los beneficios que pudieran emanar de ello. Pero ¿ cómo se aplican derechos fundamentales a individuas que no necesitan ni quieren vivir con nosotras ?. Los derechos animales no están dirigidos solamente a palomas, gorriones, cigueñas, ratas u otros animales que deciden existir en nuestras poblaciones sino que se tratan de un principio universal de protección de todas las especies animales ante nosotras mismas, una defensa ante nuestra crueldad de protoespecie. Si realmente pretendemos liberar a los animales no humanos de nuestra dominación y nuestro utilitarismo herramiental es decir, liberarles de su estatus de cosas, debemos permitirles construir libremente sus propias sociedades en sus propios ecosistemas, con sus propio derecho a equivocarse y a comportarse mediante conductas que nos pueden parecer crueles pero que forman parte de su propio camino evolutivo. No consiste en seguir teniéndolos bajo nuestro cuidado o someterlos a nuestra cosmovisión, sino en que regresen a la vida que llevaban antes de que iniciaramos la cruenta y depravada posesión, hace casi dos decenas de miles de ańos, cuando el inicio de la agricultura nos sugirió que los animales eran como las plantas, susceptibles de ser encadenados, dominados, encarcelados, y explotados como si no fueran individuos, sino agentes pasivos circunstancialmente vivos. Meros portadores de nuestros abrigos, nuestra carne, nuestra fuerza bruta...


                    Los derechos animales son sólo el boceto de los verdaderos intereses de las personas no humanas, su liberación de nuestro punto de vista. Las razas animales son consecuencias del racismo humano, por lo tanto el perro debe desaparecer para regresar al lobo original. El cerdo debe tener garantizados sus espacios vitales en su ecosistema original (emparentado a la babirusa y al jabalí), el gato debe regresar a África,... y así sucesivamente. Si queremos observarlos debemos, respetuosamente, hacerlo en sus espacios naturales. Debemos retirarnos de millones de hectáreas donde nuestra expansión invasiva ha llegado, debemos gestionar el planeta sin prepotencia, pensando en él como un vecindario y no como recurso. Eso es lo que podriamos denominar veganismo profundo.


                   Dentro de ese principio de derecho liberador y conforme a nuestra ética, podría ser admisible -y aún recomendable- la ayuda a aquellas individuas que precisaran nuestra ayuda ( de hecho es el único motivo que encuentro por el cual debieran vivir junto a nosotras ), especialmente a aquellas individuas que deciden coexistir con nosotras. A ellas les debemos garantizar derechos sin obligaciones, y solventar los conflictos derivados de laq convivencia, respetando los intereses de ambas especies -a veces confrontados-, mediante soluciones no letales, compasivas y racionales.


                       Dejar de consumir animales es un inicio solamente. El decrecimiento industrial, la reducción del consumo en general, los productos locales y de temporada, la racionalización de nuestras necesidades y el largo etcétera que llama utopía a las soluciones prácticas y reales. Pudiera ser que el sueño de la razón produjera maravillas y no monstruos.



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