“La Naturaleza es la
mejor maestra de la verdad”.
San Ambrosio
ECOLOGISTAS Y ANIMALISTAS
La búsqueda de la
felicidad no es algo que me preocupe especialmente, porque viene sola. Escuchando
las voces del bosque es automático encontrar esa felicidad. Somos por así
decirlo, naturalmente felices. Sin embargo pervertimos esa gracia innata con
banales asuntos humanos y deseos postizos. Millones de personas en “el mundo
depredador del mundo depredado”, son infelices por la terca obstinación en
vivir vidas ajenas, atiborrandose de antidepresivos y antiansioliticos persiguiendo
objetivos sin sentido. Desatendiendo consciente y febrilmente las voces del
equilibrio y la sencillez, que colindan puerta con puerta con la armonía y son
indisolubles a la naturaleza, o limítrofes en el peor de los casos.
El asunto no está en
desmitificar la civilización para atribuirle a la naturaleza valores por encima
de los que posee, sino atender a los hechos fisiológicos, racionales y
emocionales que nos demuestran que somos carne viva emparentada a la tierra, y
que olvidándonos de ese hecho, nunca conseguiremos la felicidad que nos
corresponde por ese hecho de consciencia. El ser humano se cree tan especial y superior, de
no estar sujetos a las leyes de la naturaleza sino a las leyes de dios, o de la
ciencia conocida, que vienen a resultar similarmente antropocéntricas. La
ciencia no es la respuesta, sino eventualmente “una” respuesta, una herramienta
si queréis. Ante las dudas, conviene ser sensatas aplicando un principio de
cautela a la hora de relacionarnos con la naturaleza y sus criaturas: nos va el
futuro en ello.
Todo aquello que no es ecológico es ecoinsensato, o,
en el mejor de los casos- ecoilógico. Si por ejemplo la comida ecológica es
-como su nombre indica- lógica, ello desprende que la “comida” convencional o
transgénica es, damas y caballeros, ilógica. Cae por su peso, y sin embargo resulta
curioso este apelativo pues proviene de un animal que se denomina a sí mismo
racional. A pesar de todo compramos comida basura porque es mas
barata, y de ese modo nos queda mas dinero para malgastarlo en otros venenos y
otros prescindibles.
“¡La tierra es de quien la
trabaja!”, escucho gritar dentro de mi, un grito profundo, telúrico, alto,
claro y decidido. La tierra para quien la trabaja y un día volver a la tierra
después de una vida de regarla con el sudor y mirar hacia arriba en rogativa del
agua. No más esclavas, no más jornaleras a sueldo miserable, no más tratar a la
tierra y a la vida como recursos, la prehistoria nos grita al oído y no lo
escuchamos. Comparar la
tierra con la madre es un error parcial, porque tarde o temprano nos debemos
desprender de la madre para vivir adultas y autosuficientes, aunque sea
esencial tener la madre como referencia. La tierra es, simplemente, el agua, el
aire, la comida, lo único necesario a nuestra naturaleza animal.
La
tierra no es de nadie, nos “pertenece” de un modo no posesional, sino condicional
y limitado, como nos pertenece el aire que inspiramos y expiramos, o el agua
sin la cual moriríamos de un horrible sufrimiento; como modo de supervivencia,
el resto es inventado, pervertido, nauseabundo. Y las faunas que en ellas nos
movemos, al igual que la tierra, no pertenecen más que a la vida, y al derecho
a vivir. Quien explota a las personas que se dejan la piel para vencer el
hambre, por el mero afán de enriquecerse, no es muy diferente de quien explota
un cerdo para despedazarlo y mercar con su cadáver para echárselo de comer a
las fieras verticales, a esas estúpidas inconscientes que visten corbata y
entienden el reglamento del balompié.
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46 mutaciones radioactivas
diferentes se detectaron en los animales que sobrevivieron al desastre nuclear
de Chernobil. Decenas de años despues se siguen manteniendo las lecturas del
nivel de radioactividad en los animales y plantas que siguen viviendo alli,
provocando malformaciones y abortos en las nuevas generaciones. El abuso masivo
de agua para la refrigeración de las plantas atómicas, así como la eutrofización
traumática de los sistemas ecuáticos, y por supuesto el latente riesgo de
explosión, fuga, incendio o cualesquiera de los numerosos accidentes, sucedidos
anualmente durante la producción de electricidad nuclear, debieran ser
suficientes para considerar la energía nuclear como poco o nada límpia, costosa
y nociva al medio ambiente.
Las enormes granjas de
molinos de viento matan cada año miles de aves con sus hélices, así como
resulta innegable la masacre biológica de las presas fluviales de generación de
electricidad y el empobrecimiento de biodiversidad que cometen por falta de
interelación entre cauces, sedimentaciones y acceso a tramos del río. Estos son
dos casos más que ejemplifican que una postura radicalmente ecológica es el
único camino coherente -hasta la fecha-, en defensa de los animales y por
supuesto del propio planeta donde fauna y flora existimos.
Existe una especie de
alergia urticante por parte de los movimientos animalistas a ser denominados
¨ecologistas¨, una absurda reacción que pretende segregar lo que es considerado
como bueno para la tierra de lo que es bueno para los animales. Olvidando que
cada vez que se tala un árbol se mata a cientos de animales y se deshaucian a
muchos otros tantos, especialmente innecesario cuando ese árbol va a ser
utilizado para absurdos folletos publicitarios de ofertas de pechos inmensos,
champúes de rebaja y ropa de marca a precios de locura.
El movimiento ecologista y
el movimiento animalista deben aprender a ser pareja de hecho, por supuesto en
armonía a la lógica contemporánea, que no va a permitir que una persona se
denomine a sí misma ecologista si come carne. La personas omnívoras no son
ecologistas, son, simplemente, ignorantes. Con todos mis respetos y conciencia
de que yo misma comí carne. Porque si a decenas de miles de hectáreas de bosque
tropical taladas diariamente para
producir carne, leche y huevos, acidificación de la tierra y aguas
subterráneas, liberación de metano a la atmósfera, y otros muchos desastres
derivados de la explotación animal puede llamársele una práctica ecológica,
entonces ese pensamiento es fruto del más profundo desconocimiento. Estamos
hablando de una catástrofe ecológica global provocada por la gula y el capricho
gastronómico, por no hablar de la adicción a la importación de grano americano.
Comer carne y
mantener una postura coherente con la ecología son actitudes incompatibles. No
es una opinión. A ello añadirle el factore moral de que el ecosistema de la
vaca no es una nave de ordeño, el origen natural del cerdo no es la granja de
cría y engorde, y que el perro debe volver al bosque, los gatos a África y a
ciertos bosques, el ser humano deberia abandonar todos los territorios donde no
crecen vegetales comestibles. Asi veo la ecologia profunda y sostenible,
asociada claro está a un proceso civilizatorio no enfocado exclusivamente a la
tecnología, sino al desarrollo de la ética, nuestro verdadero bien evolutivo, sin
víctimas.
Los argumentos animalistas
en contra de la ecología no son mucho más inteligentes que los ecologistas en
contra de los animalistas, seamos realistas. El hecho de concentrar la
ampliación de los derechos y obligaciones de la esfera ética social a las
individuas ( únicas e irrepetibles ) por encima de los grupos específicos, no
la convierte en más legítima que el hecho de defender a una manada, un rebaño,
un grupo social animal o una especie. Cada ecologista concienciada debiera
llorar y lamentar la pérdida de una sola individua. No exclusivamente desde el
punto de vista ético, sino por ejemplo, desde el hecho de que esa ultima
individua pudiera ser una hembra reproductora, o que incluso pudiera ser una de
las últimas -o la última-, hembra reproductora de una determinada especie.
Asimismo cada animalista debiera lamentarse por la pérdida de una bandada, una
especie o de la repentina ausencia de un determinado animal en un determinado
ecosistema. Pienso que hay carencias de comprensión por ambas partes.
Tan radical como es
malentendido el veganismo pudiera ser la radicalización en el consumo de
recursos, especialmente comprendiendo cómo hemos creado con nuestros monederos
esta sociedad, la cual si bien ya nos vino heredada, nos empeñamos en mantener
tan depredadora como siempre. La mantenemos mediante prescindibles compras de
objetos inútiles destinados a satisfacer nuestro ego, así como a prácticas
antiecológicas ( o sea, especistas ).
El planeta tiene
los días contados, de modo natural o de modo artificial. Dentro de algunos
millones de años el sol se convertirá en una estrella gigante blanca, después
una enana roja y después toda su increíble masa de energía y materia se
replegará sobre sí misma para crear por absorción un agujero negro, es decir,
un espacio en plano negativo que crecerá absorviendo todos los cuerpos celestes
que se encuentren en el radio de su acción, asi como su energía. Es el ciclo de
las estrellas, una teoría según los astrónomos, una hermosa poesía segun las
rapsodas. En cualquier caso, ninguna película. Algún día el planeta Tierra, sin
nosotras dentro, se calcinará debido a la subida de temperatura de la gigante
blanca. El mundo tal y como lo conocemos no existirá.
En este escenario
no parece trágico que desaparezcan cada año miles de especies de la biosfera
por nuestra culpa. Pero los datos que aquí ofrezco omiten la dimensión animal
del asunto, la verdadera cosmovisión del ser humano: su propia altura.
Mientras tanto la
degradación del planeta debida a la acción del ser humano es patente e
irreversible en algunos casos, ignoro si el ser humano sabrá parar ( en todo
caso ya es demasiado tarde para muchas ), pero si no sabe hacerlo,
sencillamente, nuestra especie se extinguirá. No destruiremos el planeta,
sobrevivirán las bacterias, que generarán nuevas formas de vida, tan o más
exquisitas que las actuales, pero felizmente sin nuestra nociva presencia. Es
un alivio saber eso. Pero aquí sentadas sobre las cenizas de los crematorios
del mundo, ardiendo de impotencia, viendo cómo discuten y pelean entre sí las
diferentes facciones de la defensa de la vida. No puede una menos que
entristecerse porque independientemente de que ganen unas u otras, pierde
siempre la vida, y ambas posturas, tal y como están hoy día planteadas, tienen
víctimas en sus estrategias.
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