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lunes, 18 de noviembre de 2024

DISPAROS SIN VIOLENCIA


Cuando tenía 17 años recibí mi primera cámara fotográfica, 100% plástico, muy barata, como de mentira, la única función que tenía era el flash. En mi primer carrete hice foto de arquitecturas, gente y paisajes, mis más habituales temas después, pero también de algunas flores y una mariposa Pavo real, lo recuerdo bien. Años más tarde compraría una reflex y fui practicando más, haciendo cientos, miles de fotos, para ir aprendiendo y perfeccionando. Enamorada de la luz, el principal motivo de la fotografía (del antiguo griego foto: luz, grafía; dibujo), me ha sido tan importante como el dibujo, e hice varios cursos de fotografía científica y de naturaleza, aprendí a revelar carretes y a hacerme mis propias copias, hice decenas de exposiciones, gané varios premios, publiqué un libro de fotografía de naturaleza y otras cositas, pero lo que más me atrajo fue la fotografía de naturaleza. En la naturaleza hallamos reposo y concierto, diálogo, paz, verdad, libertad y plenitud, todo debido a que… somos naturaleza. Subir por montes, coserme mis propios hides o refugios de lona camuflaje, para aguardar a animales horas y días y fotografiarlos. La fotomacrografía de animales, plantas, semillas, hojas... me cautivó especialmente. Hay un mundo riquísimo más allá de lo que se ve a simple vista, requiere otras técnicas, otras exigencias, más profesionalidad, pero el resultado es espectacular.


Fotografiar naturaleza fue y sigue siendo mi pasión. La fotografía de animales se basa en los mismos preceptos que la caza, ropa, movimientos, comportamiento… Cuanto más nos integremos a la naturaleza, más posibilidades tenemos de una buena toma. El cazador es un infraser que mata lo que dice amar, como los maridos que matan a las mujeres que dicen amar, como el pederasta que rompe a una niña para el resto de su vida en el nombre del amor, en cambio la fotografía permite llevarse a casa una escena única y maravillosa dejando que un ser único y maravilloso viva. En el pueblo de mi abuela podía irme de fiesta con mis amigas a beber y bailar, pero volvía a casa antes del amanecer, cargaba mis bártulos y subía a la montaña a encerrarme en el hide para fotografiar a la fauna de madrugada. Los primeros rayos de sol reflejaban en la tímida familia de perdices que se acercaba a beber a una charca, o más tarde el martín pescador o la culebra cazaban ranas y el lagarto ocelado lamía algún tomate maduro que le había dejado de señuelo. No me daba pereza cargar 10 o 15 kilos de material fotográfico, el cuerpo, las ópticas, el flash de antorcha, los 3 flashes de relleno y los cables de sincronización de destello y su estructura, un puñado de carretes, dos trípodes… y caminar hasta 14 horas por la sierra, bebiendo agua de las charcas mismas donde los jabalíes y los corzos bebieron por la noche. Años después, cuando me hice vegana, recordé que las emulsiones de las películas están hechas de gelatina animal, como las gominolas que la gente come, y que los huesos de millones de animales condenados a la gula y al mercado, formaban parte de ese material sensible, así que dejé la fotografía. Aún no estaba perfeccionada la fotografía digital, la calidad era y sigue siendo inferior. Yo usaba el kodachrome 64, la película de mejor calidad existente, incluso esperaba 15 días al revelado, por lo que cada disparo era muy calculado y a menudo único, no como ahora, que es más fácil tirar 100 disparos hasta que una foto sea correcta. Hace unos años cedí a la digital y sigo haciendo fotografía, pero ni mucho menos como antes.


Hay catalogadas cerca de un millón de especies animales, pero la dinámica de los conteos científicos revela que podrían existir hasta 100 millones de especies, la casi totalidad más pequeñas que nosotras, y existe un consenso en la cifra de 30 millones de ellas. Basado en él, desconocemos a 29 millones de especies. Es probable que si nos dedicamos a estudiar y observar insectos, veamos alguna especie sin catalogar, que no existe para la entomología, y si vivimos en un ambiente muy salvaje, las posibilidades son altas. Se suele decir que la protección medioambiental pasa por conocer a sus habitantes, para poder aprender sus costumbres, exigencias y peligros, pero la protección del planeta no puede competir con el sistema capitalista que la gente refuerza con sus compras y consumo (y que no existiría sin ellos), y que cada año contaminan los campos con 4 millones de toneladas de insecticidas, de modo que se exterminan especies desconocidas, calculándose en 50.000 especies perdidas para siempre cada año. El ser humano es un cáncer metastásico para el planeta y para sí mismo.


Personalmente soy muy fan de los gorgojos, esos coleópteros veganos de hocico trompetero, me causan mucha ternura, así que cuando puedo fotografiar uno soy feliz. Los estudios biológicos de diversidad consistieron hasta hace bien poco en atrapar animales y matarlos, ese método brutal y sádico -como la vivisección, la ciencia armamentística y otras pseudociencias de la muerte- sigue aplicándose con insectos, arácnidos, animales marinos y aves. Estudian a la especie con su cadáver. Es mucho más ético fotografiarlos o filmarlos, sin embargo no deberíamos tener ningún problema en desconocer la existencia de miles de millones de animales, rechazar que los torturen encerrándolos en zoos para poder verlos bajo el inversoimil pretexto de ¨estudiarlos¨. Bastaría saber que existen, que son libres, que están por ahí, en algún lugar, disfrutando de su derecho a la vida, tal y como hacemos. Es lo que llamaríamos respeto, pero puedo entender que quieran referenciarse, así que el fototrampeo, la fotografía de campo y el video, pueden ser excelentes herramientas para hacerlo.


Cuando empecé a hacer fotografía natural nos enseñaban a usar el cloroformo para dormir a los insectos que queríamos fotografiar, luego eran liberados, pero ello suponía un maltrato claro. Hay incluso fotografías de estudio con animales muertos, congelados y puestos en la postura que se desea. Alguien que fotografía así ciertamente posee cero empatía y cero interés por el animal, sólo quiere su trofeo, como un cazador, muerto. Siempre que se secuestra a un animal con objeto de estudiarlo-documentarlo, lo sometemos a estrés, y si lo liberamos en otro lugar puede no orientarse hacia dónde tenía su refugio, sus huevos, sus crías… Como todos los estudios y documentaciones modernos de la naturaleza, deben aplicarse métodos de baja o cero invasión, molestando y estresando lo mínimo al animal, incluso llegando a lo ideal: que jamás sepa que fue documentado.


La luz es lo más importante de la fotografía, más incluso que el motivo que fotografiemos. Toda fotografía natural debe evitar la luz cenital del mediodía en verano. La última luz de la tarde y la primera del amanecer son mágicas, en el lenguaje del cine se las llama ¨la hora bruja¨ porque genera una sombras, ribeteados, perfiles y rellenos muy sugerentes, además de ser intensa y cálida, de tonos amarillos y anaranjados. Si ponemos una cartulina blanca o un flash de relleno en el lado opuesto a la dirección de la luz natural, obtendremos una fuente de luz menor contraria y de volúmen para el animal fotografiado. En la fotografía de animales debemos incidir en el enfoque a los ojos, donde las humanas centramos la atención. La mirada es el animal, de modo que debe tener un brillo, y que será el del sol en exteriores o el del flash en lugares oscuros. El brillo significa vida y sin él el animal parecerá muerto o falso. Hay fotografías científicas cuya exigencia informativa requiere más puntos de iluminación, incluso un flash anular, para poder apreciar todos los detalles posibles del animal desde un sólo ángulo. Los flashes no suelen molestar a la fauna, acostumbrada a rayos y relámpagos. No fotografiaremos a contraluz (a menos que queramos hacer una silueta) sin un pantalla de reflejo o un flash de compensación, y evitando en todo lo posible las aberraciones cromáticas y ópticas, esos reflejos no deseados que aparecen por brillos o luz directa en el interior de la lente de la cámara. Los animales deben ser fotografiados dejando siempre un espacio ante sus ojos, incluso no centrando al animal en el cuadro, sino dando más espacio a su frente y menos a su parte trasera, para que el animal y el lugar adonde mira ¨respiren¨, y no se tope con un final de cuadro ante la cara. El encuadre en paisajes es crucial, eliminando las zonas que no nos den información, a menos que la fotografía pretenda ser minimalista, una mera exposición de tonos, colores o texturas.



Lo que más asusta a los animales es nuestra verticalidad y nuestra altura, así que si queremos fotografiar a un animal casual, lo mejor es tirarse al suelo y quedarse quietas y en silencio, reptando muy poco a poco hacia el animal en caso de que estemos demasiado lejos para nuestra óptica. Si nos manchamos, nos manchamos, la toma valdrá la pena. En buitres y otras carroñeras incluso funciona tumbarse boca arriba sin moverse esperando que poco a poco se acerquen. El silencio es el lenguaje de los animales, que sólo cantan o hacen ruido cuando necesitan manifestar un deseo sexual o social, pero en general los animales viven en la más exquisita y perfecta discreción.


Nunca debemos hacer fotografía de nidos, a menos que estemos camuflados y las madres-padres no sospechen nuestra existencia. Invadir el espacio de una pollada puede suponer que las tutoras huyan o que los mismos pollos salten del nido, muriendo en ambos casos.


La investigación de la conducta animal, lejos de afinarse, perfeccionarse y hacerse más verosimil sin ingerencia -es decir, priorizar la observación no invasiva- se ha convertido en demasiadas ocasiones de ávidas cazadoras de imágenes, en una colonización, un ataque directo a sus intimidades. Tarde o temprano esas invasiones pasarán factura en el comportamiento de las individuas y las especies. Los animales modifican sus comportamientos en función de los nuestros, no es adaptación ni evolución, sino sometimiento y desesperación. Drones cada vez más cerca para lograr la toma más espectacular, encima de ellos, obligándolos a huir hacia donde no pretendían. Robots de vigilancia camuflados claramente distinguibles de animales reales, millones de flashes de cámaras trampa en miles de puntos de espacios naturales inquietando y estresando a los animales, atrayéndolos con cebo de comida fácil en lugares donde no debería haber. Las técnicas someten a menudo a más y más presión a los animales, de modo que debemos aplicar principios éticos en ellas. Para mainspreading el que hace el ser humano con la naturaleza…


El coleccionismo de especies en fotografía es nefasto yo incluso caí en coquetear con ello, un poco por organizar y clasificar las especies y otro poco por orgullo coleccionista. Eso debería ser sustituido por una cierta delicadeza e intuición, una intención artística, hay muchos modos de fotografiar a un sólo animal o planta, pueden practicarse y evitar caer en el concepto de trofeo, de la emoción de usar y tirar, barata y venial. La paciencia es la técnica de la que menos se habla, y que es crucial para cualquier buena toma. Luego estarían la buena suerte, la casualidad o el accidente como métodos menos canónicos pero presentes en la mayoría de disparos.


La observación y documentación de la naturaleza y sus criaturas debe tener corazón y alma, igual que el trato entre seres humanos, alejándonos de la fría intención consumidora y cosificante. El respeto en los encuentros como base fundamental, la admiración y por qué no, el amor al animal que observamos -bien sea con una cámara entre ambas o no- nos puede proporcionar momentos irrepetibles y emocionantes que nos acompañarán por el resto de nuestras vidas. A la vida vale la pena tomársela con calma.








viernes, 27 de septiembre de 2024

ÁRBOLES

 


Mientras empiezo a escribir estas líneas, millones de metros cúbicos de agua, barro, materia orgánica de todo tipo, árboles, coches, material de construcción, plásticos, residuos tóxicos, letrinas, animales y plantas arrancadas del suelo y todo tipo de basura humana son arrastradas enloquecida y gravitacionalmente por las inundaciones en el sur de Polonia. La necesidad humana de construir asentamientos cerca del agua -y usarla también como alcantarilla- ha degenerado en construir al lado suyo, incluso dentro del agua, sin garantías ni seguridad ante cualquier accidente. El agua es vida, pero sabe ser muerte. Un desastre humano pero sobretodo medioambiental, en tanto esas masas de agua poderosas erosionan superficies terrestres ricas en flora y fauna, con sistemas micorrizales complejos, vegetación acuática con décadas -si no siglos- de antigüedad, anegan madrigueras y arrasan con todo cuanto hay a su paso... Los cadáveres de millones de animales formarán parte de la gran masa orgánica perdida, millones de individuas muertas. Algunas de ellas no irán río abajo, están muriendo atadas a la legendaria imbecilidad de la gente palurda que todavía encadena a los perros. Gatos enclaustrados, cuyas cuidadoras olvidaron o dejaron para que murieran sin importarlas demasiado, desesperados, maullando a nadie, suplicando una ayuda que nunca llegará. Cerdos, vacas, caballos, conejos, gallinas, pavos… incapaces de escapar de las cárceles en las que el sadismo humano en pleno siglo XXI, encierra para descuartizarlos y comérselos, en el marco de ese indescriptiblemente repugnante estado de guerra que llamamos ¨explotación animal¨. Imágenes de cerdos aterrorizados flotando, nadando hasta agotar su fuerzas y hundirse irremediablemente, sin ser salvados porque el seguro económico compensará a las granjeras.


El agua corre libre. Han talado millones de árboles por la zona, en otro de los masivos ecocidios que se cometen habitualmente en el país y en todo el planeta. Kilómetos y kilómetros de espacios preparados para recibir un cierto exceso de lluvias, han desaparecido por mano humana. La esponja de musgo y gruesa capa vegetativa capaz de tragarse miles de litros en minutos ha sido reemplazada por la codicia irreflexiva del hormigón. El agua corre libre. La vegetación que tanto oxígeno, suelo, vida animal y sistema bidireccional vertical en el ciclo del agua aporta, ha sido eliminada para hacer restaurantes y carreteras, nuevas viviendas. El agua corre libre, llevándose todo lo que encuentra. La naturaleza responde y lo hace con vigor. Fusilaron a los castores que construían naturales presas para que las riadas fueran menos trágicas o inexistentes incluso. Los casi 150.000 castores del 2020 fueron empezados a ser considerados una plaga por esa misma gentuza que encadena a sus perros, y los mataron por miles a balazos, a palos, en la fiesta sangrienta del patriarcado, cantando las excelencias del sabor de su carne. Los cazadores celebran sus miserables orgías de tripas y tendones amputados. El agua corre libre, sin dueña, como es el agua. Polonia es el último tramo de la gran llanura que nace en Siberia, un país de pocos accidentes geográficos montañosos, si tuviera una orografía similar a otros países, las inundaciones se cobrarían millones de animales y ecosistemas cada año. En todas partes del mundo se talan árboles de puntos cruciales, colinas, taludes, veredas, bosques inclinados… y la lluvia no se detiene, avanza, se abre paso a cuerpo, se atropella a sí misma, gana velocidad y temperamento, haciéndose un puño imparable que derriba edificios como papel.


Antes de la 2ª Guerra Mundial, la población judía se contaba en 15,3 millones de seres humanos, después de todos los pogroms y genocidios eslavos antijudíos y la gran matanza nazi, su población se vió reducida en 6 millones, pero con las décadas posteriores y el boom natalista que sucede sociológicamente tras cada desastre humano, se ha recuperado hasta recuperar la demografía de 1933. Podemos concluir que Treblinka, los asesinatos rusos, polacos, ucranianos, etc. contra la población judía, la ayudaron a sanear, fortalecer y hacer crecer mas fuerte, así que a ellos deberíamos agradecer cuánto hicieron por el pueblo judío… Dicho de este modo suena provocativo, así lo pretendo, ridículo, absolutamente imbécil y a todas luces criminal, pero es el argumento que emplea la Dirección de Bosques Polacos -corrupta y avariciosa, sin conciencia ecológica alguna- cuando justifica la tala masiva a escala nacional de un BILLÓN de árboles anuales, aludiendo que los repone plantando pequeños retoños, los cuales en 50 años volverán a ser sacrificados para la economía del régimen ecocida polaco, un gobierno cuyo apellido Conservador es reduccionista; de un conservadurismo sólo aplicable a considerar a la mujer una versión menor del hombre sin derechos sanitarios completos, al colectivo LBGTQ+ unas apestadas, a cualquier raza no blanca, prescindible, o enemiga a cualquier religión -o falta de ella- no católica. El porcentaje de bosque aumenta después de la tala como la población judía aumentó después del genocidio. Todo muy lógico, claro… La lógica del fascismo.


Que se trasplanten tres veces más árboles de los que se talan convierte a Polonia en un campo de cultivo, no el vergel de biodiversidad del que se jactan cuando afirman que más del 30 % del territorio polaco es bosque. Un zoo no es una isla de biodiversidad, sino una cárcel, y lo mismo una granja de árboles constantemente asediados, mutilados, fumigados, no es un bosque, sino una factoría de madera, así como millones de hectáreas de soja transgénica para engordar el ganado polaco no es sinó un desierto verde de acidificación y muerte lenta. Es un insulto a la inteligencia y a la noción más básica de ecología llamar ¨desarrollo sostenible¨ esa escala ⅓ de plantación: un árbol de 50 o 100 años jamás puede ser sustituído en sus propiedades bióticas por 3, 10 o incluso 50 pequeños retoños, por no recordar que un porcentaje de ellos no prosperará. Y no pueden sustituirlos porque hay muchos otros factores más allá de la miope lectura que la Dirección de Bosques aplica, tasando la importancia del árbol en las toneladas de madera que puedan mercadear ejecutándolo. Hay nidos de aves en ellos, de insectos, de reptiles, de mamíferos, hay decenas de especies que habitan un árbol maduro y que no lo hacen en retoños de 1, 5 o 10 años incluso. Hay interacciones de micelios que tardan décadas o siglos en tejer su maravillosa red subterránea. Recientes estudios científicos muestran que las raíces de los árboles más fuertes son capaces de acercarse a ejemplares más debilitados, conectarse a sus raíces y radículas y alimentarlos durante años, mantenerlos vivos en un estado de altruismo y generosidad que nada envidiaría al de cualquier animal, incluso de nuestra especie en los casos de altruismo existentes, que son menos de los que nos gusta pensar, como especie egocéntrica y narcisista que somos. 

 



Habida cuenta que un roble puede vivir 2000 años si se le deja en paz, un abedul 120 años, o un pino 400 años, podemos calcular con vértigo la inmensa vitalidad y el valiosísimo proyecto biológico que es un árbol. La lectura reduccionista de su valor en peso de madera es la misma que se aplica a los animales carnificándolos, convirtiendo caminos evolutivos de decenas de millones de años e individuas únicas e irrepetibles en cachos de carne al peso. La mirada humana a cuanto vive. La mirada del violador a su víctima.


En el año 2015 Polonia exportaba 185.000 toneladas de madera y en el período 2019-2023 exportó 14,3 millones de toneladas. La cantidad actual es de 2,2 millones de toneladas anuales. Menciono sólo la cantidad para exportar, a la cual hay que sumar el consumo interno nacional de madera. El régimen ecocida polaco ha instalado un trono totalitario de sierras mecánicas y harvesters de hambrientas bocas en los jóvenes y los viejos bosques capaces de convertir un árbol en madera en cuestión de segundos. Sin misericordia se han talado miles de árboles de las veredas de carreteras bajo la idiotez de que son un peligro para el tráfico. Un gobierno ecocida que lo único que tiene de conservador es su asiento en el parlamento y sus cuentas corrientes, bien conservadas. Están vendiendo el país a trozos. La relación entre una persona patriota y su patria es la misma que la de un proxeneta y su prostituta, algo para servir a su interés económico. Las banderas dan dinero.


Pero ¨hay que salvar el planeta¨, dice la gente, como si ¨el planeta¨ fuera allá, en otro lugar ensoñado, en los bosques pluviales o los profundos océanos. Aman ¨el planeta¨ como la gente carnista ama a los animales, refiriéndose a aquellos privilegiados que consideran dignos de su amor. Donan dinero para ¨salvar el planeta¨ a organizaciones cuya mayoría de ingresos se despilfarran en sueldos, viajes, burocracia, eventos y mil prescindibles más, se compran camisetas que digan ¨salvad el planeta¨ mientras echan por el desagüe lejía ecocida, se toman selfies con modernos teléfonos en sus vacaciones a cualquier lugar gentrificado por el colonizador turismo. Salvemos el planeta, dicen, como si el planeta fuera otro planeta y no este donde viven, los parques de su barrio, los bosques de su entorno, la fauna que sobrevive a la presión de una sociedad expansionista y canibal. Un bebé más, para el cual se talará otro bosque para hacer las dos toneladas de pañales que usará, dejando un terreno yermo donde edificarán su piso de mañana. Hay que salvar el planeta, lloriquean, mientras consumen y consumen, viajando lejos, viviendo en la superabundancia, en el exceso de recursos, malgastando energía, deshechando sin cesar los embalajes de sus compras, sus plásticos que ya vuelan hacia los fondos del mar y los estómagos de los peces, mascando a esos peces y carne que arruinó millones de hectáreas de cultivos para cebar a los animales… Hay que salvar al planeta, dicen, y yo pregunto ¿de quién?, ¿de quién, sino de ellas, hay que salvar al planeta?


Los desiertos avanzan, los incendios avanzan, provocados por ganaderos en busca de pastos y espacio para la carne del carnismo, calcinan millones de hectáreas de árboles en el sur de Abya Yala, en los alóctonos bosques de pino y eucalipto de Portugal, verdaderos recipientes de gasolina que se encienden casi por autocombustión. Miles de millones de animales, muchos más de los que la gula humana ejecuta, mueren horriblemente, de asfixia, de hipertermia, con los pelajes y las plumas ardientes, convertidos en ascuas, en teas inflamadas que corren humeando sin dirección, chillando de dolor hasta caer muertos, durante minutos, horas, días, y hasta semanas después de haber concluído las llamas. Construimos en cauces de ríos y mares, o edificamos retenes artificiales para el agua en lugar de dejar ese trabajo a quien desde hace millones de años lo hace con orfebre meticulosidad y eficiencia: los animales, los árboles, la vida en su conjunto, que colaboran con la naturaleza -y no contra ella, como nosotras- para realizar su mágica simbiosis en equilibrio y armonía.


El mundo no esta muriendo, el mundo está siendo asesinado, premeditadamente, con la estupidez que nos caracteriza. Los árboles están en el planeta desde hace millones de años, regulándo el clima, afirmando suelos, dando techo y pan a todas, sin pedir a cambio nada más que los dejemos en paz.


Acabo estas lineas enfurecidas mientras por la ventana escucho, como cada año, la grave nana del ciervo en la turbera. Su bellísimo canto de berrea, misterioso y profundo, alegre y convocatorio, como una extensión del bosque que reverbera y vuelve en un eco que se riza a la vegetación, y se enlaza con los troncos y la humedad de la noche. Un canto de victoria, un animal enmarentado al bosque, parte y todo de él, unidad y comunidad. Pero llegará mañana y seguiré escuchando un día más en el fondo del bosque, como un epitafio, la labor criminal y constante de las motosierras.

martes, 20 de agosto de 2024

MAMÁ



Es una bebé, trastabillea insegura, mira todo tratando de entender, de buscar comida, calor, refugio. En su mente primitiva y pura sigue habiendo una necesidad de madre, más allá de ahí todo es caos. Es una bebé, el fragmento más frágil de la vida animal recién lanzada al mundo. Estira sus musculitos, agita sus aletas, camina o vuela a duras penas sobre sus huesitos y espinitas. Huele todo y todo es nuevo. Las bebés están diseñadas morfológicamente para generar compasión, incuso entre miles de especies diferentes. Nadie normal daña bebés, las tira a la basura, se las come, las estrella contra el suelo, como hace nuestra especie, a menos que sea depredadora natural. Pero ello no sucede en nuestra especie, oportunista recolectora y eventualmente depredadora cultural por aprendizaje, no por instinto. Matamos bebés por sadismo.


Hace unos meses murió mi madre, y cuando ello sucede se rompe el cordón umbilical que nos une a ellas. Nunca antes. Tengas 1 o 90 años, el sonido de la palabra mamá significa lo mismo, activa las mismas partes telúricas de nuestra corteza cerebral, generadas en aquel estadio larvario de quienes somos, cuando no sabíamos que sabíamos, antes de la conciencia, antes de una primera noción del yo, antes del universo de los sentidos. Todavía tardaré décadas en comprender la dimensión de lo que ocurre cuando muere una madre, pero no hablaré de ello. Somos mamíferas, y proporcionalmente pasamos un tiempo de vida muy superior a la media dependientes exclusivamente de ella, aunque los primeros seis años de vida son aquellos en los que los acontecimientos, los vínculos que nos suceden y cómo lo hacen se convierten en determinantes para el resto de nuestra existencia.


En La Casa de las Ranas la maternidad es importante. Las yeguas Wisia y Olga, madre e hija, escaparon y llegaron juntas, y vivirán y morirán juntas, el vínculo no se romperá. Sol, el cordero, nació en esta casa cuando su madre Maya decidió que su hijo nacería libre, escapando del lugar donde estaba antes. La mayoría de gansos, gallinas y gallos nacieron sin madre, a la muerta luz de la incubadora donde las obligaron a nacer, orfanadas del calor, la voz y los cuidados propios de sus madres, y las criamos juntas, en una sola bandada, hasta que las características propias de su especie nos obligaron a separarlas unos metros, pero siguen viéndose, escuchándose, reconociéndose. Son conscientes de ser naufrágios en un océano de sinmadres, pero les queda el consuelo de la comunidad. Las gansas este año han querido empollar sin conseguirlo, las permitiremos el año que viene tener al menos un pollo para que experimenten la maternidad. Hay que esterilizar a los animales que conviven con nosotras, por decencia, porque fueron tratados como excedentes de una superpoblación, porque son las privilegiadas que rescatamos de una máquina fascista especista, y no pueden reproducirse en un mundo colapsado e inseguro para ellas, pero al mismo tiempo, también decidimos unilateralmente sus espacios, sus dietas y sus vidas, las controlamos reproductivamente -a la inversa de lo que hacen las mercaderes, para multiplicarlas-, así que queremos darlas la oportunidad de experimentar ese instinto antiguo de la crianza, como madres y como bandada. Una sola vez. Que escuchen desde el mismo momento de quebrar la cascara del huevo, el piído que traduce la palabra mamá.


La sociedad humana es esencialmente infanticida. Estamos sometidas a las reglas culturales, entrenadas para ser productivas, adoctrinadas para no conocer la libertad fuera del sistema, mediocremente escolarizadas para ser obreras y consumidoras. Desde el momento mismo de nacer, la violencia obstetrícia convierte a cada bebé en una pieza de coleccionista. Arrancada de su madre agotada del parto, para ser medida, pesada, de mano en mano, lo cual supone un trauma crucial en sus vidas. El latido de mamá, sentido veinticuatro horas al día, única seguridad absoluta junto al calor y la humedad, de repente de convierten en frío, sequía y silencio. El corazón de mamá ya no golpea, la bebé no sabe, no entiende, y algunas entran en una fase de muerte preventiva asociada a la idea de que los cambios bruscos significan el fín. Cada bebé debería permanecer al nacer junto a su madre, desobedeciendo todos y cada uno de los consejos de pediatras psicópatas, familiares ignorantes y consejeras. No dejar llorar a una niña es también maltrato, ninguna bebé llora por nada.


Una antigua amiga del pueblo me contaba que su madre al nacer la dejó el primer mes de vida en el piso de arriba, sóla, mientras el resto de la familia (dos hermanas incluidas) hacían vida en la parte inferior de la cocina. La madre la explicaba que no paraba de llorar, así que ella subía a darla de mamar y a asegurarse de que todo estaba bien. Mi amiga lloraba porque quería sobrevivir. Hoy día eso estaría prohibidísimo, pero relata la necesidad imperativa de madre de toda bebé.


A los animales llamados de consumo se les atribuye la inteligencia de una humana de 3 años, pero su mundo sensorial es idéntico, si no mayor que el nuestro. Romper el corazón de un perro abandonándolo o maltratándolo es como romper el corazón de una niña. La cría de animales se basa sistemáticamente en la explotación de la maternidad animal -el más puro y desgarrador patriarcado- y en el infanticidio de las crías, ejecutadas prematuramente para el mercado. Nadie puede decir que ama la vida si para vivirla necesita matar. Las madres vaca enloquecen cuando se llevan a sus terneras, las yeguas dejan de comer, las cerdas entristecen mientras sus pequeñas son llevadas al proceso de carnificación infanticida que les tienen preparado.


Es porque no confiamos en la bondad de la gente que existen el código civil y penal, siempre insuficientes, interpretables y falibles por estar redactados y aplicados por seres humanos, pero que evidencia que no podemos dejar en manos del buen corazón de la gente el trato a personas vulnerables. Y por ese principio de desconfianza lógico si tenemos en cuenta la naturaleza sádica de nuestra especie, es que las leyes deben ser más duras contra la tenencia animal, que no es un pacto laboral empresaria.trabajadora, o social como los matrimonios, o comercial como entre vendedora-clienta, sino que se sustenta en la voluntad de poseer a otra persona que no puede protestar. La esclavitud. El caso es paralelo a la tenencia de niñas, monitoreada debido a los millones de casos de maltrato, crueldad y asesinato cometidos por madres y padres. Por eso no se pide por favor dejar de explotar animales, violar niñas o apalear mendigas. Ningún imperativo ético no se pide como favor.




Unas ordenanzas sobre ¨derechos animales¨ que se limiten a la mezquina garantía de que los animales sean ¨adecuadamente alimentados, con disponibilidad de agua potable y asistencia veterinaria¨ no distan en absoluto de unos hipotéticos Derechos Universales del Automóvil, y de la consecuente intrínseca obligatoriedad de sus dueñas de abastecerlos con combustible adecuado a su motor, lubricación apropiada y revisiones mecánicas básicas para poder seguir rodando. Ninguno de los derechos ¨animales¨ en cualquier país del planeta contemplan su emocionalidad, su cultura, sus espacios originales como modo de desarrollo personal y colectivo así como el libre camino evolutivo que interrumpimos secuestrándolos, el respeto a su sociabilidad o su introversión y muchísimas más innegociables de su personalidad específica. Los derechos para los animales, todos y cada uno de los existentes -otorgados tras mucho pelear contra la tacañería habitual del esclavismo-, son creados como modo de perpetuar la tenencia animal, la esclavitud profunda y la cosificación. No existe ni lo más remotamente parecido al bienestar animal en los derechos animales, porque han sido creados por una especie para otra sin consulta ni debate con ella. Al resultar imposibles tales diálogos, lo más justo y correcto debería ser dejar a los animales en paz, liberarlos absolutamente de la cárcel de nuestros deseos y necesidades, caprichos y necedades, paulatinamente, con políticas de liberación que no incluyan el más mínimo interés humano. Mientras las intenciones y los intereses humanos medien a la hora de hablar y legislar sobre los animales, no seguirán siendo sino derechos exclusivamente humanos. Y para ello hagámos este experimento: en toda declaración, manifiesto o ley sobre Derechos Animales, cambiemos Animales por Humanas, y decididamos si nos parecerían justas. Seguro que no. La propia Declaración Universal sobre Derechos Animales de 1978 contempla su ejecución. El hecho de que los debates sobre derechos animales cuestionen sólo el índice de su sufrimiento aceptable ya delata la absoluta impiedad e injusticia con que hablamos sobre ello. Cuestionar un estabulamiento cómodo o una muerte rápida e indolora es aplicar nuestros intereses a sus vidas, sin tener en cuenta que su concepto de vida y libertad no se parecen en absoluto a las nuestras, de modo que se hace desde la ignorancia y el desprecio. ¿Son eso derechos animales?. Claro que no, son derechos humanos aplicados a un tema cualquiera basándose en la premisa del dominio, con unas intenciones de supuesta mejora para ellos en cuanto a la incuestionable tenencia, uso y disfrute de sus vidas y sus muertes, sin cargos de conciencia al respecto.


¿Por qué crimen cometido habremos sentenciado a los animales a la terrible condena del infanticidio, de la inhumanidad en la humanidad?. Sísifos acarreando piedras eternamente, Prometeos encadenados y mutilados diariamente, Jesuses crucificados en la propia cruz que cargaron... Comer carne es un superlativo del ego, pero también el vegetarianismo es la falsa ilusión de hacer ¨algo bueno por los animales¨, cuando ese ¨algo¨ no es otra cosa más que prolongar sus vidas de tortura y sufrimiento físico y psíquico, meses, años de agonía, siendo niñas todavía, para acabar igual, colgados desangrándose en el matadero.


Los animales no son mis amigos, cómo voy a ser amigo de un tiburón blanco o de un león, son peligrosos para mí, pero los amo y los respeto sin necesidad de que sean mis amigos. Por ello siempre estaré del lado del animal y de la tierra, ello me supuso y supondrá romper con todo lo que me ataba a mi vida anterior. Una vez das de verdad el paso, te das cuenta lo fácil que es, pero al mismo tiempo de cuánto cuesta a la mayoría de gente que te rodeaba dar ese simple y sencillo paso. Ese esfuerzo que no quieren hacer, evidencia el abismo que mediaba realmente entre nosotras. Todo el mundo quiere cambiar sin que los cambios las supongan cambio alguno, más allá de algún alegato aislado y cosmético.


Estar del lado del animal y de su tierra, su aire y su agua, exige renuncias importantes, que no cuestan nada si se aplica el raciocinio, el respeto y el amor, pero que parecen imposibles si seguimos aplicando en nuestras conductas el dominante fascismo del ego. Liberándonos del ego como centro del universo, comprendiendo y sintiendo lo que nos rodea y su comunidad, descifrando qué acciones la dañan y destruyen, sencillamente dejamos de hacerlo. Dejar de hacer es una estrategia que requiere menos esfuerzo que hacer, menos energía. Estamos aquí para vivir, todas en igualdad de derechos, para deleitarnos de esta ocasión única de la vida. Nacimos de diferentes madres y respiramos diferente, pero todo sigue siendo igual en el deseo de existir. Es la misma fuerza primitiva y original, el mismo latido primero, la misma genuina potencia llena de curiosidad y novedades, de experimentación del alrededor, de disfrutar de olores y sabores.


No importa la forma que el deseo de la vida haya tomado, sea trucha, pollo, polilla, cerdo o vaca, la pulsión por la vida es la misma. Es llegar a este viaje vocalizando la palabra mágica que lo inicia y lo concluye, el verbo alfa y omega al tiempo, la palabra mamá.