Cuando tenía 17 años recibí mi primera cámara fotográfica, 100% plástico, muy barata, como de mentira, la única función que tenía era el flash. En mi primer carrete hice foto de arquitecturas, gente y paisajes, mis más habituales temas después, pero también de algunas flores y una mariposa Pavo real, lo recuerdo bien. Años más tarde compraría una reflex y fui practicando más, haciendo cientos, miles de fotos, para ir aprendiendo y perfeccionando. Enamorada de la luz, el principal motivo de la fotografía (del antiguo griego foto: luz, grafía; dibujo), me ha sido tan importante como el dibujo, e hice varios cursos de fotografía científica y de naturaleza, aprendí a revelar carretes y a hacerme mis propias copias, hice decenas de exposiciones, gané varios premios, publiqué un libro de fotografía de naturaleza y otras cositas, pero lo que más me atrajo fue la fotografía de naturaleza. En la naturaleza hallamos reposo y concierto, diálogo, paz, verdad, libertad y plenitud, todo debido a que… somos naturaleza. Subir por montes, coserme mis propios hides o refugios de lona camuflaje, para aguardar a animales horas y días y fotografiarlos. La fotomacrografía de animales, plantas, semillas, hojas... me cautivó especialmente. Hay un mundo riquísimo más allá de lo que se ve a simple vista, requiere otras técnicas, otras exigencias, más profesionalidad, pero el resultado es espectacular.
Fotografiar naturaleza fue y sigue siendo mi pasión. La fotografía de animales se basa en los mismos preceptos que la caza, ropa, movimientos, comportamiento… Cuanto más nos integremos a la naturaleza, más posibilidades tenemos de una buena toma. El cazador es un infraser que mata lo que dice amar, como los maridos que matan a las mujeres que dicen amar, como el pederasta que rompe a una niña para el resto de su vida en el nombre del amor, en cambio la fotografía permite llevarse a casa una escena única y maravillosa dejando que un ser único y maravilloso viva. En el pueblo de mi abuela podía irme de fiesta con mis amigas a beber y bailar, pero volvía a casa antes del amanecer, cargaba mis bártulos y subía a la montaña a encerrarme en el hide para fotografiar a la fauna de madrugada. Los primeros rayos de sol reflejaban en la tímida familia de perdices que se acercaba a beber a una charca, o más tarde el martín pescador o la culebra cazaban ranas y el lagarto ocelado lamía algún tomate maduro que le había dejado de señuelo. No me daba pereza cargar 10 o 15 kilos de material fotográfico, el cuerpo, las ópticas, el flash de antorcha, los 3 flashes de relleno y los cables de sincronización de destello y su estructura, un puñado de carretes, dos trípodes… y caminar hasta 14 horas por la sierra, bebiendo agua de las charcas mismas donde los jabalíes y los corzos bebieron por la noche. Años después, cuando me hice vegana, recordé que las emulsiones de las películas están hechas de gelatina animal, como las gominolas que la gente come, y que los huesos de millones de animales condenados a la gula y al mercado, formaban parte de ese material sensible, así que dejé la fotografía. Aún no estaba perfeccionada la fotografía digital, la calidad era y sigue siendo inferior. Yo usaba el kodachrome 64, la película de mejor calidad existente, incluso esperaba 15 días al revelado, por lo que cada disparo era muy calculado y a menudo único, no como ahora, que es más fácil tirar 100 disparos hasta que una foto sea correcta. Hace unos años cedí a la digital y sigo haciendo fotografía, pero ni mucho menos como antes.
Hay catalogadas cerca de un millón de especies animales, pero la dinámica de los conteos científicos revela que podrían existir hasta 100 millones de especies, la casi totalidad más pequeñas que nosotras, y existe un consenso en la cifra de 30 millones de ellas. Basado en él, desconocemos a 29 millones de especies. Es probable que si nos dedicamos a estudiar y observar insectos, veamos alguna especie sin catalogar, que no existe para la entomología, y si vivimos en un ambiente muy salvaje, las posibilidades son altas. Se suele decir que la protección medioambiental pasa por conocer a sus habitantes, para poder aprender sus costumbres, exigencias y peligros, pero la protección del planeta no puede competir con el sistema capitalista que la gente refuerza con sus compras y consumo (y que no existiría sin ellos), y que cada año contaminan los campos con 4 millones de toneladas de insecticidas, de modo que se exterminan especies desconocidas, calculándose en 50.000 especies perdidas para siempre cada año. El ser humano es un cáncer metastásico para el planeta y para sí mismo.
Personalmente soy muy fan de los gorgojos, esos coleópteros veganos de hocico trompetero, me causan mucha ternura, así que cuando puedo fotografiar uno soy feliz. Los estudios biológicos de diversidad consistieron hasta hace bien poco en atrapar animales y matarlos, ese método brutal y sádico -como la vivisección, la ciencia armamentística y otras pseudociencias de la muerte- sigue aplicándose con insectos, arácnidos, animales marinos y aves. Estudian a la especie con su cadáver. Es mucho más ético fotografiarlos o filmarlos, sin embargo no deberíamos tener ningún problema en desconocer la existencia de miles de millones de animales, rechazar que los torturen encerrándolos en zoos para poder verlos bajo el inversoimil pretexto de ¨estudiarlos¨. Bastaría saber que existen, que son libres, que están por ahí, en algún lugar, disfrutando de su derecho a la vida, tal y como hacemos. Es lo que llamaríamos respeto, pero puedo entender que quieran referenciarse, así que el fototrampeo, la fotografía de campo y el video, pueden ser excelentes herramientas para hacerlo.
Cuando empecé a hacer fotografía natural nos enseñaban a usar el cloroformo para dormir a los insectos que queríamos fotografiar, luego eran liberados, pero ello suponía un maltrato claro. Hay incluso fotografías de estudio con animales muertos, congelados y puestos en la postura que se desea. Alguien que fotografía así ciertamente posee cero empatía y cero interés por el animal, sólo quiere su trofeo, como un cazador, muerto. Siempre que se secuestra a un animal con objeto de estudiarlo-documentarlo, lo sometemos a estrés, y si lo liberamos en otro lugar puede no orientarse hacia dónde tenía su refugio, sus huevos, sus crías… Como todos los estudios y documentaciones modernos de la naturaleza, deben aplicarse métodos de baja o cero invasión, molestando y estresando lo mínimo al animal, incluso llegando a lo ideal: que jamás sepa que fue documentado.
La luz es lo más importante de la fotografía, más incluso que el motivo que fotografiemos. Toda fotografía natural debe evitar la luz cenital del mediodía en verano. La última luz de la tarde y la primera del amanecer son mágicas, en el lenguaje del cine se las llama ¨la hora bruja¨ porque genera una sombras, ribeteados, perfiles y rellenos muy sugerentes, además de ser intensa y cálida, de tonos amarillos y anaranjados. Si ponemos una cartulina blanca o un flash de relleno en el lado opuesto a la dirección de la luz natural, obtendremos una fuente de luz menor contraria y de volúmen para el animal fotografiado. En la fotografía de animales debemos incidir en el enfoque a los ojos, donde las humanas centramos la atención. La mirada es el animal, de modo que debe tener un brillo, y que será el del sol en exteriores o el del flash en lugares oscuros. El brillo significa vida y sin él el animal parecerá muerto o falso. Hay fotografías científicas cuya exigencia informativa requiere más puntos de iluminación, incluso un flash anular, para poder apreciar todos los detalles posibles del animal desde un sólo ángulo. Los flashes no suelen molestar a la fauna, acostumbrada a rayos y relámpagos. No fotografiaremos a contraluz (a menos que queramos hacer una silueta) sin un pantalla de reflejo o un flash de compensación, y evitando en todo lo posible las aberraciones cromáticas y ópticas, esos reflejos no deseados que aparecen por brillos o luz directa en el interior de la lente de la cámara. Los animales deben ser fotografiados dejando siempre un espacio ante sus ojos, incluso no centrando al animal en el cuadro, sino dando más espacio a su frente y menos a su parte trasera, para que el animal y el lugar adonde mira ¨respiren¨, y no se tope con un final de cuadro ante la cara. El encuadre en paisajes es crucial, eliminando las zonas que no nos den información, a menos que la fotografía pretenda ser minimalista, una mera exposición de tonos, colores o texturas.
Lo que más asusta a los animales es nuestra verticalidad y nuestra altura, así que si queremos fotografiar a un animal casual, lo mejor es tirarse al suelo y quedarse quietas y en silencio, reptando muy poco a poco hacia el animal en caso de que estemos demasiado lejos para nuestra óptica. Si nos manchamos, nos manchamos, la toma valdrá la pena. En buitres y otras carroñeras incluso funciona tumbarse boca arriba sin moverse esperando que poco a poco se acerquen. El silencio es el lenguaje de los animales, que sólo cantan o hacen ruido cuando necesitan manifestar un deseo sexual o social, pero en general los animales viven en la más exquisita y perfecta discreción.
Nunca debemos hacer fotografía de nidos, a menos que estemos camuflados y las madres-padres no sospechen nuestra existencia. Invadir el espacio de una pollada puede suponer que las tutoras huyan o que los mismos pollos salten del nido, muriendo en ambos casos.
La investigación de la conducta animal, lejos de afinarse, perfeccionarse y hacerse más verosimil sin ingerencia -es decir, priorizar la observación no invasiva- se ha convertido en demasiadas ocasiones de ávidas cazadoras de imágenes, en una colonización, un ataque directo a sus intimidades. Tarde o temprano esas invasiones pasarán factura en el comportamiento de las individuas y las especies. Los animales modifican sus comportamientos en función de los nuestros, no es adaptación ni evolución, sino sometimiento y desesperación. Drones cada vez más cerca para lograr la toma más espectacular, encima de ellos, obligándolos a huir hacia donde no pretendían. Robots de vigilancia camuflados claramente distinguibles de animales reales, millones de flashes de cámaras trampa en miles de puntos de espacios naturales inquietando y estresando a los animales, atrayéndolos con cebo de comida fácil en lugares donde no debería haber. Las técnicas someten a menudo a más y más presión a los animales, de modo que debemos aplicar principios éticos en ellas. Para mainspreading el que hace el ser humano con la naturaleza…
El coleccionismo de especies en fotografía es nefasto yo incluso caí en coquetear con ello, un poco por organizar y clasificar las especies y otro poco por orgullo coleccionista. Eso debería ser sustituido por una cierta delicadeza e intuición, una intención artística, hay muchos modos de fotografiar a un sólo animal o planta, pueden practicarse y evitar caer en el concepto de trofeo, de la emoción de usar y tirar, barata y venial. La paciencia es la técnica de la que menos se habla, y que es crucial para cualquier buena toma. Luego estarían la buena suerte, la casualidad o el accidente como métodos menos canónicos pero presentes en la mayoría de disparos.
La observación y documentación de la naturaleza y sus criaturas debe tener corazón y alma, igual que el trato entre seres humanos, alejándonos de la fría intención consumidora y cosificante. El respeto en los encuentros como base fundamental, la admiración y por qué no, el amor al animal que observamos -bien sea con una cámara entre ambas o no- nos puede proporcionar momentos irrepetibles y emocionantes que nos acompañarán por el resto de nuestras vidas. A la vida vale la pena tomársela con calma.