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jueves, 22 de mayo de 2025

YONQUIS



El azulísimo cielo de ayer, mudó hoy a una lechosa mate azulidad acompañada de calor y bochorno, que anuncia lluvia para luego, para más tarde, para la noche. Llego hasta el arroyo con los perros, chapotean y espero paciente a Caleb, con su pasito octogenario, que acaba zambulléndose. El agua fresca lo hace feliz, y por eso, a mí también. Cuando sale, regresamos. Cor se ha quedado 30 metros allá, necesita que lo esquilemos y sufre el calor, se ha tumbado a la sombra de un pequeño abedular, sobre la hierba jugosa. Decido tumbarme con él, todas nos tumbamos. Miro arriba, la luz espejea en las hojas de la copa de los árboles, una golondrina pasa, la primera, guiñándole el ojo izquierdo al verano. Es día festivo, así que ningún ruido humano de tractores ensucia el aire, un silencio de trino y brisa cimbrea las hojas. Fiesta de mariposas. Una paz sobrehumana, sin tiempo ni edad, se echa a dormir a nuestro lado, silbando a la vida en el idioma preferido. Soy un perro más que aprendió a teclear, poco más, y de pocas cosas estoy tan segura como que este es el sentido de la vida. Lo verdaderamente importante, es gratuíto…


Las Vegas, una ciudad en un desierto, un proyecto capitalista forzado y 100 % dependiente, construido lejos del agua, consume 4.000 toneladas de ella anuales, así como 100 MW de electricidad, proveniente -según orgullosas presumen-, de placas fotovoltáicas de la planta Solar Bouder I, 500 Ha de tierra robada a fauna y flora. Las renovables… Las Vegas es una muestra de lujo y despilfarro, un claro ejemplo de humanidad en estado puro, destructiva y venial, que fomenta el sexismo de sus comercios de carne femenina, el sobreconsumo más desquiciado, la ludopatía, el clasismo y la estupidez, sinónimos de la sociedad occidental.


El producto de consumo más sostenible, ecológico y biodegradable que existe es aquel que nunca se fabrica, nunca se oferta y nunca se compra. El planeta no necesita desarrollo sostenible, sino ético. El planeta necesita que nos detengamos y retrocedamos en nuestras intenciones. El ser humano no precisa nuevas ideas, sino dejar a la naturaleza en paz, o ingerir en ella como el pulpo o la rata, en círculo. El capitalismo verde es otro color de lo mismo, un disfraz, buenas intenciones declaradas que no hacen más que fingir no ser lo que sí son: destrucción, miseria y desierto. Las Vegas.


El ecologismo no es cambiar el motor de coche, modificar el combustible, mejorar los materiales de los neumáticos, reducir su ruido a cero. El ecologismo es ir a pie, o no ir. El transporte puede y debe reducirse muchísimo y la austeridad que el planeta necesita es, tanto para la gente humilde como para la gente rica. De hecho, nada hay más ecoilógico que la diferencia de clases. Si derrochara 1 millón de euros diarios de su fortuna, Ellon Musk, -infame destructor del planeta gracias a su clientela-, necesitaría 1.150 años para gastarlo. Cifras indecentes ante las cuales la gente no se escandaliza, sino que al revés, sueña poseer. La avarícia es alternativa a una vida vacía. Comprar como terapia es inyectarse heroína para calmar el dolor, funciona sólo hasta que el cerebro vuelve a pedir más. Yonquis del tener.


Hay dos tipos de ecologista, quien lleva una vida austera y quien lucha contra quien despilfarra. Urge que sean la misma persona. 490 millones de toneladas de plástico son producidas, consumidas y deshechadas cada año, la UE, como respuesta, crea tapones adheridos a las botellas deshechables. Ridículo. Ese es el nivel de compromiso, pero la UE no hace nada que la gente con su conducta y consumo no pida. La UE también es taxativa -y Polonia hasta lo profundamente racista- contra la inmigración, y digo yo, si no gusta la inmigración ¿qué mejor que dejar de comprar los productos que expolian los países y obligan a su gente a migrar a los nuestros?. La imbecilidad de la gente sólo está limitada por sus recursos económicos. La imbecilidad permanece siempre intacta, sólo mudan las posibilidades financieras que se tengan para ejercerla.


En temas de energía, la solución no es inventar nuevos métodos más ¨sostenibles¨ de generar más y más energía, sino cuestionarse si el despilfarro es un derecho, si es necesario ese sobreconsumo demencial. Nos reconocemos sin rubor yonquis de la energía, eólica, nuclear, a gas, a carbón... A la gente que apoya megaproyectos de producción energética las pondría a vivir cerca de turbinas, en los alrededores de centrales nucleares o térmicas, a sentir la ¨experiencia del futuro¨. Los aerogeneradores son ruidosos, y asesinan a miles de aves; sus palas no son reciclables, se entierran cuando se rompen. Millones de paneles solares serán basura en unos pocos años, así como sus baterías de almacenamiento, todo será basura. Los cientos de miles de toneladas de residuos radioactivos de las nucleares, cuya vida tóxica es de al menos 100.000 años serán nuestra más gloriosa basura, el legado de nuestra toxicidad. El futuro es basura. Crear carne sintética, productos de un sólo uso -por muy orgánicos, y verdes y extrasuper que pretendan ser-, no son sostenibles, ni llenar todos los tejados y autovías del mundo de paneles solares o abarrotar desiertos o cordilleras (ecosistema de millones de animales) con más y más aerogeneradores, plantas nucleares, nuevas chucherías de megalómanas ingenieras ansiosas de fama y dinero, al servicio de avariciosas empresas sin escrúpulos y de consumidoras creyentes de que la tecnología arreglará todo. El dilema de la producción-consumo de energía es haber confundido Renovable o Sostenible con Despilfarrable. Ninguna novedad es la solución, todo reside en lo que ya existe.


Criticar la proliferación humana no es ecofascismo, ecofascismo es deforestar una hectárea de bosque original para que una familia en situación de pobreza paupérrima con 10 personas pueda vivir, sólo porque las bebés las manda dios y el patriarcado, y que a su vez tendrán 10 hijas más, que deforestarán 20 hectáreas más para alimentar a sus hijas. La pérdida de hábitat del gorila de montaña en África Central y deber recurrir al infame turismo son ejemplos de ecofascismo poblacional, de egolatría genética, del supremacismo que supone pensar que parir cuanto queramos es un derecho humano, contra un planeta acosado y violado. Para quien piensa que aún la tierra puede alimentar al doble de poblacion humana, decir que cuando llegue esa cantidad en pocos años, entonces deberemos de nuevo plantearnos la superpoblación, no se trata de cuestiones morales sino de matemática pura: no puedes comer más comida que la que hay en el plato sin acabar robando la comida a otras, o comiéndote el propio plato. Reduzcamos drásticamente el consumo, rechacemos la publicidad de nuevas experiencias que necesiten recursos, energía, materiales, como la IA, depredadora de agua para fines básicamente lúdicos. Volvamos a colaborar con la naturaleza, al tempo lento, a acatar sus ritmos y confiar en su labor. No somos domadoras de nubes, dueñas de los ríos, especuladoras de océanos. No nos pertenecen los animales, ni uno sólo de ellos. Debemos decrecer, debemos ser humildes, conformarnos, quedarnos quietas y regresar al ritmo auténtico de la vida.


Somos 70% agua, así que la calidad, gestión, acceso, abundancia y futuro del agua debería ocupar el 70 % de nuestros esfuerzos, es un reto global pero también local. Nadie produce el agua, está simplemente, es gratis, y debería ser accesible en cantidad suficiente para una existencia digna y sana. Querer más de lo necesario es la pulsión más inmadura del ser humano.


Cortar flores silvestres que tenían una misión para la biosfera, para ponerlas en un jarrón a verlas morir lentamente es un guiño al ecocidio en otra escala, una elocuente noción del trofeo y la posesión, otra loa a la bagatela. De cortar flores a cazar animales y colgar sus cabezas en la pared, vestirnos con ellas o tener sus cadáveres en la nevera, no hay más que una cuestión de nivel, una escalada cuantitativa, no cualitativa. La acumulación ilógica se extiende también a las relaciones sexoafectivas basadas en el número más que en la calidad, en la mediación de dinero incluso para lograrlas, en centrar como meta un logro sin tener en cuenta los intereses de la otra persona.



Existen 7500 variedades de manzanas en el mundo, 10.000 de arroz, 7000 de patatas, 20.000 de legumbres, 10.000 de tomate, y muchísimas más de cada vegetal, verdura, árbol, fruta, tubérculo, alimentício para el ser humano o no. Todas las flores y frutos alimentan alguna vida. Las corporaciones que pretenden poseer la vida, las que deciden qué debemos plantar para satisfacer la pereza y el interés por el rendimiento de la gente, han reducido increíblemente tal variedad. Pero cada semilla está preñada de la prehistoria de la vida, como un jeroglífico genético que se remonta a miles de millones de años. Cada año octillones de octillones de semillas, en cada milímetro cuadrado de la superficie del planeta se esparcen y se entierran, se alzan y se hunden, ruedan, reptan, bucean, viajan en el vientre de las aves y los ratones y los zorros para germinar o no a uno, cien o mil kilómetros más allá de la planta madre. La generosidad abrumadora de mamá terrestre se zafa, con el gesto de quien se sacude el polvo de la ropa, de toda teoría o interés de nuestra patética especie, superando las expectativas de cualquier ciencia botánica. La semilla se reinventa, muta, se gestiona y compone una nueva sinfonía de formas, colores, tonos y tamaños para que eclosione diez mil años más. El deseo de la vida clama en millones de idiomas. Nosotras estamos de paso, ellas vinieron a quedarse. La diferencia fundamental entre el campesinado y el comercio es que el primero agradece a la tierra, y el segundo a las corporaciones. Otro modelo alimentario es posible. Cuando niña odiaba la coliflor, me daba asco, y además, por muy bien que se lavara, siempre tenía bichitos, y me daba más asco todavía. Ahora no hay bichitos, ni en el plato, ni en la planta ni en el campo, para eso echamos casi 4 millones de toneladas de productos químicos ecocidas al año, que matan literalmente todo, abejas, insectos, pequeños reptiles y mamíferos.., por billones. Muchas de las 50.000 especies que extinguimos anualmente lo hacemos con el modelo alimentario convencional.


Las ruinas, los escombros, los parques asilvestrados, los paisajes postapocalípticos, las construcciones olvidadas absorbidas por la vegetación y colonizadas por animales salvajes, los extrarradios de la civilización o sus pecios, despiertan en mí la más genuína de las esperanzas, cimentada en la maravillosa certidumbre de que ahí no hay seres humanos. Nada en el mundo es más pacífico, fértil y prometedor que la ausencia humana. El No Consumir es la acción más revolucionaria que puedad hacer por el medio ambiente. El único modo real de justicia e igualdad social es renunciar a los caprichos. La dieta vegana de marcas, donde todo producto de origen animal debe ser sustituido por su simil vegetal, a cuál más parecido, a cuál menos traumático para la transición alimenticia de alguien interesada en ella, en cierta manera manda un mensaje de dependencia capitalista a lo plastificado, creando un rechazo legítimo de parte del movimiento ecologista profundo, que sabe que el tema de los residuos es tan importante como el de la industrialización de la explotación animal. Ese veganismo empaquetado no es un proyecto de veganismo ético, sino una estrategia de mercado, que aceptamos porque conocemos la estúpida terquedad y la estulticia creativa de las personas carnistas, incapaces al parecer de hacer un plato de cereal-legumbre-verdura en condiciones, sin lloriquear por miedo a morir desnutridas.


Sabemos cuánto dinero cuestan las cosas, pero no sabemos cuánta vida nos cuesta el dinero. Si se puede salir de la heroína ¿por qué no va a poderse salir del capitalismo?. Las corporaciones no nos obligan a consumir, lo hacemos por decisión propia. El mundo iría mejor si la gente pensara todo lo que compra, en lugar de comprar todo lo que piensa.


Pedir perdón al árbol con el cuerpo del cual haremos nuestra casa carece de sentido si nos hacemos más casas. El árbol puede ser cosificado en madera, e incluso muerto daría vida a muchas otras vidas, pero debemos tratar que los productos que hacemos con las muertes de los árboles sean duraderos y tengan sentido. Si hacemos o compramos un mueble, una cama, un armario, deben ser para toda la vida. Cada vida que matamos, desde una lechuga a un roble, debe ser respetada. Cada 7 años todo nuestro sistema celular ha sido regenerado, somos otras literalmente. Los cambios forman parte de nuestra biología. Cambiemos, pues, para mejorar.

sábado, 26 de abril de 2025

MISHI, MISHI, MISHI...

A la penumbra del atardecer por una ventana encendida suena una voz femenina que dulcemente evoca un nombre, esperando que acuda como siempre a la promesa de un cuenco lleno de comida. A menudo vuelve, otras tarda horas o días. ¨Mishi, mishi, mishi...¨, se escucha insistentemente…


Es una fracción de segundo a veces lo que se tiene yendo en coche para diagnosticar la situación, a veces es más, depende. En principio es un bulto, si hay sangre, roturas, tripas fuera, la posición del cuerpo, la rigidez evidente... a primera vista se ¨sabe¨, y es la mayoría de las veces; pero cuando surge una pequeña duda, se para, se mira y se comprueba. La intuición se trabaja y desafía a las reglas. A principios de marzo vimos un gatito en la cuneta, en una posición de atropello. Gordito, suave y junto a una carretera, en los lindes de la cual, por supuesto, casas donde viven imbéciles que dicen ¨siempre vuelve¨, ¨son seres libres¨, ¨sabe cuidarse¨, ¨no tenemos derecho a castrarlos¨. Si usan esas y otras frases, sabemos que son imbéciles. El gatito aún respiraba, tenía los ojos abiertos, el izquierdo con hemorragia interna, lo cual ya sugería que el golpe había sido ahí. Al no estar castrado, fue fácil determinar que la primavera hacía su trabajo. Lo llevamos a una clínica de guardia y durante el viaje tanteé suavemente su columna, sus patas, su mandíbula, para detectar posibles roturas, dirigiendo el aire caliente de la climatización hacia él. Tras un golpe lo primero que sobreviene es una severa hipotermia, hay que calentar hasta llegar a la clínica. Aguantó, lo cual sugería que no había hemorragias internas en órganos, ni huesos rotos perforando por dentro. Un alivio. ¿Chip? ¿qué cosa es eso? ¿Collar con identificación?, meh, es sólo un gatito que no importa a sus cuidadoras. El tiempo, el dinero, la energía, el desgaste emocional de estos y otros casos de abandono (sí, abandono, un gato que callejea es un gato abandonado), y la misantropía que me crece como una ola gigante… La primera semana fue delicada, había que valorar posibles daños, pero un mes después estaba listo para ser esterilizado, ahora vive con nosotras, en La Casa de las Ranas. Se llama, como podéis imaginar, ¨Suerte¨. Es el séptimo que vive aquí, hemos llegado a tener once desde hace 25 años, desde aquel Grzegorz cachorro al que encontré dentro de una bolsa de plástico, con sus hermanos rotos dentro. No buscaré a las antiguas ¨cuidadoras¨ de Suerte, no merecen a este animal. Probablemente en breve tengan otro recambio al cual tratarán del mismo modo. La ley permite esto. La estupidez de la gente, también


Por supuesto que hay una legalidad, pero en zonas rurales son papel mojado. El trato de la gente rural es brutal, inconsciente, es frecuente ver perros y gallinas o gatos caminando por los lindes de las carreteras, y más que probable que en breve formen parte de la capa orgánica que cubre los asfaltos del planeta, hecha de animales aplastados. Es ilegal que deambulen ¿y?. La misma policía, las mismas abogadas, las mismas juezas también dejan salir a los animales sin castrar, sin chipar...


Existen 3 tipos de gatos, los que se han matado cayendo por el balcón o ventana no enrejado, los que no se han matado al caer, y los que caerán tarde o temprano. Del mismo modo sucede con los gatos que salen al exterior de una casa, 3 grupos: los atacados por personas, envenenados, atropellados, mordidos por perros… y que sobreviven, los que mueren, y en tercer lugar los que no tardarán en sufrir esa ¨libertad¨. El binomio Libertad-Seguridad oscila caprichoso al azar de las circunstancias y los accidentes en las indigentes mentes de millones de ¨cuidadoras¨. Por no decir que muchas veces dejar salir a un gato sólo obedece a la comodidad de que no meen la casa o arañen sus muebles. La ¨libertad¨ que quieren para el gato, no es sino su propia conveniencia.


Los gatos, como los perros, son animales dependientes del ser humano, esclavos emocionales de la incapacidad de la gente de gestionar su soledad. Podríamos aducir el tremendo magnetismo de sus ojos, romantizar su misterio, pero en realidad no es más que el deseo de posesión y consumo de gatos. Ellos no existen en nuestro clima, salvo sus parientes, los gatos monteses y los linces ibéricos y euroasiáticos, cuyos caminos evolutivos ha sido muy muy diferente al del Felix Catus o gato ¨doméstico¨. ¨Libres¨ no sobreviven, rara vez envejecen, pueden vivir una semana tras un abandono, o máximo 8 años, si tienen mucha suerte, en casas pueden vivir hasta 25 y 30 años, si no tienen la mala suerte de enfermedades graves incurables. Los gatos son dependientes del ser humano, y aunque vivan en colonias alimentados por personas humanas, siguen expuestos, en menor, mayor o drástica medida, a las inclemencias metereológicas, el vandalismo y la crueldad, las enfermedades y los accidentes.


Por otro lado son miles de millones las aves, roedores y otros pequeños mamíferos, reptiles, anfibios, insectos los animales que cada año mueren en las garras de los más de 600 millones de gatos que hay en el mundo, la mayoría de los cuales viven en la calle. Dejar salir a los gatos es el modo que tiene la gente de demostrar que los paseos de sus gatos -animales elegidos, mejores, superiores-, son más valiosos que las vidas de todos esos animales silvestres que el gato mata por instinto, sin hambre. Esta disociación cualitativa de especies es un pensamiento recurrente que también se percibe cuando dicen amar a todos animales, menos a los que se comen y explotan. La hipocresía.


Las campañas de esterilización de gatos, las colonias controladas, las adopciones masivas, no sirven de mucho, ni siquiera ralentizan significativamente las poblaciones, a juzgar por el hecho de que la cifra de gatos no deja de aumentar. Pese a que la mayoría de personas que cuidamos gatos también, tengamos la idea inexacta de las cifras, basta con salir de las ciudades para encontrarmos con montones de gatos sueltos, expuestos, vulnerables, con una fecha de caducidad prematura. El gato suelto es el signo identitario del medio rural, donde vive la mayoría de ellos.


Antes de dejar salir a un gato es bueno chiparlo, así podrán informarte cuando lo encuentren atropellado (sarcasmo)... Los gatos muertos suelen ser sustituidos por otros que alguien siempre tiene disponibles, porque ni siquiera se dignan a esterilizar y dejar de aumentar el problema, prefieren saturar las redes sociales con peticiones de adopción, cuando no de peticiones de gatos para rituales o para alimentar depredadores exóticos.


La culpa nunca es del gato, ni de morir en la carretera ni de matar pequeños animales, sino de la persona que lo abandona o lo deja salir o permite que se reproduzcan por cientos de millones más de lo natural. La culpa no es del jabalí si provoca un accidente de tráfico, sino de los cazadores que lo persiguen y lo hacen perder la cautela, y de haber construído carreteras y urbanizaciones en sus territorios originales, de haber invadido todo lo invadible con nuestra doctrina del MÁS. La culpa no es de los animales por causar desperfectos en las posesiones humanas, sino que hayamos usurpado con ellas sus espacios vitales en el expansionismo ecocida que nos caracteriza y que exige una cada vez una más abundante sobrepoblación.


Si pudiéramos valorar la maldad del uno al 10, la naturaleza sería 0 y el ser humano 15.


Toda esa gente que inunda las redes con peticiones de acogida y adopción de gatos y perros, que aboga por el buen corazón y chantajea a las demás con el dolor del abandono y el sufrimiento; toda esa gente que ceba con millones de euros la industria del mascotismo, que publicita a los animales como adorables, llegado el caso ¿podrían vivir sin ellos?. Ese es el verdadero quid de la cuestión, si podemos imaginarnos vivir si tener animales encerrados, si nuestras vidas serían lo suficientemente autónomas y creativas, si podríamos reconciliarnos con nuestra soledad para no depender psicológicamente de los animales que usamos para acompañarnos. Si no es así, si no podríamos renunciar a poseer animales, entonces somos el problema, no mejores que quien come cerdo o peces. Los animales siguen reducidos a la función que les asignamos.



No es que falten motivos para ejercer descrédito de nuestra especie, la cual parece más sumida en concursos permanentes de crueldad y estupidez que de comportarse con ética y empatía, y es normal que hallemos en las demás especies animales refugios de pureza, dignidad y verdad de los que la nuestra carece, pero ello nunca justifica encarcelarlos y someterlos a nuestro estilo de vida, peor o mejor, por eso no estoy de acuerdo en que personas sin hogar tengan animales bajo cuidado. La situación económica de alguien no es argumento para hacer sufrir al animal nuestras carencias, nuestra falta de garantías. No es un derecho. Repito: NO es un derecho.


No debemos tener animales, el camino de la liberación animal también pasa por liberarlos de nuestra compasión, piedad, dependencia y apego, cuando estas revierten en detrimento de sus vidas. Las vidas de los animales son plenas, su conciencia de la libertad y de la intensidad es mucho más alta que la nuestra. No conocen la frustración, no sufren la monotonía, no se esclavizan para satisfacernos, sólo en cautiverio podemos conocerles tales comportamientos, del mismo modo que la mantis religiosa hembra no decapita al macho cuando está en libertad y tiene muchos machos disponibles, o lo hace en un porcentaje mucho menor, sin el estrés reproductivo que provoca estar encerrada. Las vidas de los animales existen por sus propios motivos y para sus propios intereses, desanudados a los nuestros, mucho más antiguos, puros y perfectos. Los animales jamás caerían en esclavitudes voluntarias, en sistemas de control y sometimiento tan perfeccionados y desquiciados como los nuestros, huirían siempre si les dejáramos, tienen un gen de libertad muy marcado, como el ave lo tiene por el aire. Por eso el caballo cocea cuando se le molesta, el toro cornea, el gato araña o el perro muerde, porque no son ¨domésticos¨ y sumisos como los queremos, sino salvajes. Salvajes lo suficientemente gentiles para no comportarse con violencia si no lo sienten necesario, pero para hacerlo si lo sienten. Millones de años de evolución lo confirman.


La inmensa cifra de gatos existentes, fuera de todo raciocinio, genera también los síndromes de Arca de Noé de acumulación de gatos. Cada mes surgen casos de personas que acumulan gatos como trofeos en sus casas, sin higiene, sin atención veterinaria, en condiciones un poco mejores que en la calle, pero igualmente peligrosas para sus vidas. Y aún así, teniendo animales en buenas condiciones, no podemos garantizar que viviremos dentro de una semana o un año, o que nuestra casa se incendiará e nuestra ausencia. Los animales en el mejor de los casos están a nuestra merced, encerrados cuando estamos trabajando, sometidos a riesgos. Así que la población de gatos y perros debe ser controlada con moratorias de compra-venta, prohibición de cría y un estricto protocolo, sin necesidad de sacrificio alguno. Sueño un futuro donde no haya animales dependientes nuestros. El perro desaparecería naturalmente en cuanto dejáramos de manosearlo y criarlo, y los gatos también, devolviendo sus poblaciones a los climas para los que fueron genéticamente evolucionados, en países cálidos y en hábitats amplios.


La necesidad humana de naturaleza, de contacto con animales, podría ser satisfecha contemplándolos en parques y bosques, libres y soberanos, o en centro de recuperación de fauna lesionada o minusválida, que no sobreviviría sin ayuda humana, por culpa de accidentes naturales. Paralelo a dejar de poseer animales, existe el imperativo ético de cuidar animales en apuros, un cierto intervencionismo, una obligatoriedad de la cultura del cuidado que debemos implementar.


Mishi, mishi, mishi..., se escucha en la noche, cerrada ya, una voz cada vez más ansiosa, mientras un ser indefenso y agredido yace agonizando en algún lugar, o frío ya, rígido, oliendo a neumático.


Siempre volvía, esta vez no volverá