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lunes, 13 de octubre de 2025

PEQUEÑAS ASUSTADAS NIÑAS



Qué nivel de infelicidad y devaluación individual debe poseer una sociedad para verse tan arrojada a los selfies, los cafés ¨personalizados¨ con el nombre escrito en el vaso o en su superficie espumosa, o camisetas con nombre propios. Qué mundo de conflicto y afán tan despiadado obliga a competiciones deportivas, culturales, científicas, sociales, otorgando señales y símbolos de destacación de alguien, premios y reconocimientos, como si una persona que pone ladrillos fuera inferior a una que fotografía agujeros negros, habida cuenta que sólo la primera es útil, simplemente útil. Qué devastadora pérdida de identidad es aquella de la cultura de la masificación, que nos reduce a la tristeza y el aislamiento en el tumulto. Qué profunda la soledad de las multitudes…


Vengo de un pueblo donde la gente se saluda por las callejuelas, sin saber incluso quién eres, bastante decir de qué casa eres para que sepan si te conocieron de pequeña, o la vida general de tu familia. Al mismo tiempo provengo del dulce anonimato de la gran ciudad, donde precisamente esa desidentidad nos ayuda a no estar condicionadas estrictamente a la visión que se aplica sobre nosotras. Creo que somos una mezcla equilibrada entre un ego necesario para sobrevivir, y al tiempo un aislamiento en momentos necesarios para no depender de juicio ajeno. Las redes sociales son un buen ejemplo, donde normalizamos conductas generalizadas y nos reflejamos en reflexiones y emociones de las demás, más uniforme, más empaquetada en un producto de masas comprado por masas.

La identidad de los animales es un hecho. A medida que avanzan los estudios y las observaciones, sabemos que desde las hormigas a las ballenas, todas poseémos personalidad propia. Las disimilitudes conductuales son más dificiles de reconocer en animales sociales por manifestar comportamientos similares -no idénticos- que hacen concluir erróneamente que un cerdo es igual a otro cerdo, sin gradientes de sensibilidad, inteligencia, respuesta afectivas o resolutiva, ganas de divertirse, comer, practicar sexo o cualquier otra necesidad vital. Viendo una avenida de una gran urbe concurrida bien podríamos decidir que todas las personas que pasean son iguales, y que todas pueden ser tratadas del mismo modo, obteniendo la misma respuesta, tal y como miramos a las hormigas o a las abejas. Viendo a las presas jugando y gritando en el patio de una prisión, también pensar que son felices precisamente por hallarse encerradas, o pese a ello. La simplificación de las respuestas es un mecanismo muy humano que lamentablemente ha transpirado históricamente en la ciencia, así que el método científico no sólo es crucial para descartar ciertas conclusiones, sino que es el único modo de llegar a practicar ese arte tan complicado que es el saber. O creer que sabemos.


Vivimos en el único planeta conocido con vida, y si la hay en otros, no será como la de este planeta. Es muy improbable que haya seres humanos -por fortuna-, pero en otros planetas habrá otras formas de vida, eso también seguro. Pero mientras no tengamos certezas, todo queda en una conjetura, aunque bastante racional dado que se calculan que puedan haber hasta 100 sextillones (36 ceros) de planetas en el Universo. Si sólo uno de cada millón de planetas albergara vida, realmente estaríamos hablando de una inmensísima multitud. Pero hablando de certezas, sólo podemos contar con este en el que vivimos -y que paradójicamente depredamos como si pudiéramos ir a cualquier otro sitio-, es el único habitable. Hablando de certezas, sólo tenemos la de que la vida, como entidad individual, sólo es una. Una experiencia única e irrepetible. Nacemos, crecemos, nos reproduimos o no, y morimos, en ese orden inmutable, a bordo de una nave que viaja a 1670 kilómetros por hora. Una aventura, un viaje, una sensación o cúmulo de ellas, una oportunidad que el azar nos concedió entre miles de millones de posibilidades de no hacerlo, y que la mayoría agradecemos profundamente. Vale la pena pagar muriendo el precio de haber vivido, no vale la pena lamentar que lo haremos, aunque es un legítimo derecho. Lo que no es un legítimo derecho es matar a otras para disfrutar nuestra vida consumiendo la de otras. Dentro de esa previa de excepcionalidad de la vida, el supuesto derecho a matar debería conllevar el derecho a ser matadas. Quien no aprecia la vida ajena, no merece la vida.


La gente da por sentada la vida, estamos tan acostumbradas a ella que no la entendemos, ni la valoramos a juzgar por cómo la arriesgan tantísimas personas conduciendo a altas velocidades, practicando deportes de riesgo, despilfarrando días, años enteros viendo series de televisión y mil modos más de disfrutar una dosis de adrenalina o fagocitar tiempo. La cultura del cuidado rechaza todo eso, el maltrato al propio cuerpo, el modo horrible de comer y autolesionarse la salud de millones de personas o de matar vidas sintientes para disfrutar un sabor. Llamamos comida a la vida de las demás, a una larga agonía de explotación y exprimición de sus cuerpos cuya finalidad es masticar y tragar. Llamamos vestimenta, diversion, trabajo o necesidades, a disponer aleatoria y supremacistamente de los cuerpos ajenos, apropiándonos de ellos. Hemos normalizado que las demás nos pertenecen, como cree pertenecer a un violador el cuerpo de la mujer que se le antoja, o a un pederasta el frágil cuerpo de una bebé que recién empezó a caminar. Y pese a que hay diferencias de especies y diferencias legales, en esencia no somos más que la fuerza bruta, tosca y básica elevada a costumbre, la impiedad considerada alegre, la falta de escrúpulos llamada cotidianeidad, arguyendo incluso la desfachatez de considerarlo Necesidad, dentro de un discurso que decide en función de sus apetencias. Incluso aquellas personas que se llenan la boca de Cultura del Cuidado, Pro-vida, de comportamiento ejemplar, horizontal, de izquierdas y respetuosas con la vida humana y alguna vida animal, o de derechas pretendiendo ser conservadoras, hacen sus diarias excepciones para llenarse la boca con los descuartizamientos, los óvulos no fecundados o los jugos internos de ciertas especies elegidas por su placer para satisfacerlo. Sin cuestionarse por qué un pollo es comestible y un gato no.


La base de la explotación animal es el machismo, el patriarcado más profundo, como la guerra, la invasión o la falta de respeto, incrustado también en la casi totalidad de las mujeres del mundo, aquel machismo de explotar a las hembras, sus ciclos reproductivos, secuestrar a sus hijas y arrojarlas al mismo destino que sus madres, y luego a la trituradora de carnificación. Madres obligadas a parir para dar de comer a las caníbales, para cebar los apetitos, madres que gestan en sus vientres carne de mordisco. Lo que la gente llama Bienestar animal, deberíamos llamarlo Auschwitz.


Nacemos extraordinariamente ricas, y al morir perdemos toda nuestra riqueza. Dejar de explotar animales no supone el fín del mundo de quien lo hace, pero no hacerlo sí supone el fín del animal. Hay gente en contra de la eutanasia humana mascando trozos de bebés que consiguieron pagando, una indecencia moral enorme. El derecho a la vida no debería ser algo intrínseco a la humanidad. Tenemos derecho a vivir en tanto no matemos, a partir del momento en que anteponemos emociones como la ira, la envidia, los celos, la gula, el aburrimiento, la pereza o cualquier otra, para justificar un asesinato, perdemos moralmente nuestro derecho a la vida.


Todos los animales tenemos una conciencia profunda de la vidas y el cuerpo, la necesitamos para movernos, comer, reproducirnos o no, para jugar... Los límites y dimensiones de esa conciencia son un gran tema de estudio etológico, neurológico y psicológico, pero ellos saben perfectamente quiénes son, poseyendo todos los requisitos que exigimos para poder llamarles conscientes, es decir, personas. Los seres humanos, en cambio precisamos pensarnos, reflexionar, asumir una conciencia del yo meditada. Desnudas del harapo de la superioridad, despojadas de la vetusta oxidada armadura del antropocentrismo, quedamos expuestas a una verdad que a menudo nos resulta incómoda. Se trata de aquello que el infame Descartes pretendió elevar a la categoría de Mejor, resultando que Pensar Como Ser Humano equivalía a Existir, y no hacerlo como ser humano, equivalía a ser nadie, nada, un mecanismo. Esa ignorancia en realidad sólo exhibía la miseria de la necesidad humana de pensarse para existir, negando así la posibilidad de que los demás animales siquiera pensaran, una tara que reduce la existencia al mero pensamiento puro, en lugar de la formalidad del cuerpo vivo y proyectado al exterior, del cuerpo vivo y proyectado al interior. A la conciencia del yo no hay que pensarla, viene con la vida, y seguramene podríamos incluir algún tipo de conciencia del yo a las plantas, porque está más que demostrado, y por deducción lógica, que ellas de algún modo ¨saben¨ quiénes son, dónde están, qué quieren, etc.


Uno de los más grandes logros de la torpeza contemporánea es pretender que existe alguna diferencia entre abuso de uso. ¿Abuso a mujeres, a animales, a niñas…? ¿Cuál sería el escenario en que se tolera el uso pero se castigaría el abuso?. ¿Qué uso de alguien -y entendamos siempre el uso como algo no consensuado- puede ser aceptable o razonable incluso?. ¿Qué uso unilateral de alguien es ético, justo o comprensible?. Las fronteras entre lo animal y lo humano son constructos erróneos, fantasías pretendidas veraces para blindar nuestros privilegios. Sabemos perfectamente que somos animales, pero la animalidad surge realmente cuando la mente deja de ser un obstáculo para vivir. No acepto ni comprendo ningún tipo de espiritualidad que no rechace la destrucción de los animales o que relativice su explotación. Los demás animales son seres en estado de pureza infantil, por lo tanto matarlos es infanticidio, las sociedades han sido y son creadas sobre la base del infanticidio, la matanza de pequeñas y asustadas niñas.



El bosque no es un conjunto de flora y fauna, sino una comunidad vital interdependiente que se necesita y pacta. Numerosos estudios científicos revelan que los árboles hablan entre sí con lenguajes físicos y químicos, se ayudan, se nutren mutuamente, establecen lazos ¨afectivos¨ y miceliales. Las causas de esas asociaciones pueden ser variadas, desde la seguridad de la manada (un parásito o un depredador que atacara a un sólo árbol lo destruiría, pero si hay más, se distribuye el daño), la necesidad de nutrientes que por sí solo el árbol no puede aportarse o no descartemos que puedan simplemente disfrutar de algún modo o crecer mejor en la compañía. En todo caso la vida no existe aislada, somos millones de seres experimentando esta anomalía de vivir


En este vacío casi absoluto de la nada vital, en esta elevada improbabilidad biológica, una semilla se ha abierto en dos y ha desplegado la vela de un gérmen que busca altura y luz. Un huevo diminuto y translúcido eclosiona tras las sacudidas interiores de una vibrante criatura ansiosa por la vida. El conjunto de letras azarosas y escurridizas que se alinean casualmente en el tiempo y el espacio para conformar una sílaba y después una palabra, una frase, un párrafo, un capítulo y hasta el libro completo de una vida. La vida es algo excepcional y la casi totalidad de las personas en el mundo no saben cuánto de excepcional es y cuánto de atípico es el hecho de que hayan nacido, necesitan pensarse para resolver el enigma. Quien estudia o se interesa por la biología o la genética, llega a atisbar algo del asunto, llega a saber que en el universo conocido la vida es una anomalía de cálculo, un preciosísimo error que halló el modo de prosperar en un caldo biótico propicio.






lunes, 6 de octubre de 2025

AULLIDOS EN EL BOSQUE



Las clasificaciones animales suelen ser decididas en base a nuestra taxonomía, fisiología, reino, subreino, orden, familia, género, especie, subespecie..., incluso recibimos nombres -a veces paradigmáticos- derivados de nuestro aspecto o comportamiento. Un ejemplo, el nombre en latín del jilguero es Carduelis carduelis, y proviene de su gusto por comer las semillas de la flor de cardo, o Carduus pycnocephalus (del griego pycnós (denso) y képhalé (cabeza). Aunque no se alimente exclusivamente de dichas semillas su denominaión resulta testimonial e inexacta, pero nos sirve como referencia. Estas referencias a veces son flagrantemente veniales como el catalogar de Sapiens (¨quien sabe¨) a una especie tan profundamente ignorante como la nuestra, y a veces volubles como el nombre Graellsia Isabellae de la polilla Isabelina, bautizada así por su ¨descubridor¨ Mariano de la Paz Graells en honor a sí mismo y a la reina Isabel II de España, que financiaba su trabajo.


Necesitábamos un nombre común en una lengua amplia como entonces fuera el latín, para que independientemente del idioma, pudieramos definir la vida a la hora de referirnos a ella. Es práctico, pero a nivel coloquial, me molesta cada vez más dividir a los animales en Depredador o Presa, es obviamente masculino ese rasgo y la historia de la biología y la etología -secuestrada por los hombres, que excluyeron a las mujeres exahustiva y ferozmente-, empieza a exigir un cambio de paradigma a la hora de interpretar resultados, observaciones, análisis y conclusiones de los datos acumulados. La percepción femenina de esta ciencia ha logrado entrar tímidamente para formar un imaginario y un método de trabajo menos violento y con menos desprecio por la vida, como el trabajo de Dian Fossey, Biruté Galdikas o la recientement fallecida Jane Goodall en el campo de los gorilas de montaña, orangutanes y chimpancés, respectivamente, Shelia Minor con las ballenas, Kristine Bonnevie en genética, Sylvia Earle en biología marítima, Mary Treat en botánica y entomología y tantísimas cientos de mujeres reconocidas o no, que enfocan el estudio de la vida desde una perspectiva menos masculina y violenta.


Ese ansia por definir la existencia en quien mata y es matada es acorde a una cultura de competitividad, miedo, fuerza bruta y jerarquía, las cuales reflejan la sociedad humana, pretendiendo eludir que somos presas, frágiles y torpes, más que depredadoras; o que funcionaríamos mucho mejor con cooperación que con enfrentamiento. Lo que llamamos ¨nuestra depredación natural¨ no es más que falta de escrúpulos y capricho de cazar, NO y NUNCA necesidad de ello, sino mero gusto por la carne. Si el consumo de carne hubiera propiciado el beneficio de nuestra supuesta inteligencia no habría tantas millones de consumidoras de carne en el mundo estúpidas hasta lo ridículo. No somos depredadoras apicales, sino oportunistas omnívoras.


Existen animales carnívoros, que no sobrevivirían con una dieta basada parcial o totalmente en plantas, y ello les obliga a depredar, sí, pero no debería condicionar la definición importante de su especie, que serían por ejemplo su interactuación o no con otras individuas de su especie (el lobo es de manada y el tigre, no), los ecosistemas donde habitan, su construccion o no de madrigueras, si hibernan o no, las épocas y el modo de cría u otros múltiples factores más determinantes que la dieta a la hora de agrupar animales.


Hoy quería centrarme en el lobo. El lobo procede del miacis prehistórico, grupo de antepasados de los cánidos actuales, los cuales se separaron hacia esta línea evolutiva entre 26 y 38 milones de años atrás. Abya Yala y Eurasia son sus lugares de procedencia y se cree que hace 10 millones de años, a través del Estrecho de Bering, se dispersaron por el resto del mundo, formando los cánidos actuales. Las lobas madre de cada manada delegan a una ¨niñera¨ para que eduque a su descendencia, dado que no se las permite procrear, participan en el proceso de desarrollo del cachorro. En toda Europa, los lobos sobreviven divididos en 34 países, y digo sobreviven porque de nuevo los machos humanos europeos cometen la estupidez de ejecutarlos por temor, por placer, por deporte, o porque acusan al lobo de atacar a ¨sus¨ animales ¨de consumo¨ mientras los esclavizan dejándolos sueltos sin protección, delegando esa labor a perros entrenados para defenderse del lobo, el oso u otros humanos. Animales a los cuales dicen amar pero que no les impide degollarlos en cuanto crezcan. Hasta entonces, esos animales de engorde son disgregados pòr los históricos y prehistóricos territorios de caza del lobo, sin importar si él vivía primero y el hecho de que el lobo no puede vivir en cualquier lugar ni en cualquier agujero infecto, como nuestra especie acostumbra, sino que necesita espacios grandes, bosques, montes y montañas, valles y barrancos abiertos, porque el lobo, como la mayoría de animales es porque es en libertad.


En España sobreviven unos 1500 lobos, en Polonia 4000, en Francia 1000, en Alemania 1200, en Italia 3300, 300 en Suiza, 3000 en Rumanía, 500 en Eslovaquia, 300 en Chequia,… pero la mayoría se encuentran en Rusia, unos 70000, debido al espacio vital del cual disponen y la capacidad de huir del ser humano, la conducta más sana que pueda realizar cualquier animal. Siendo generosas podemos calcular que la población de lobos europea, en el mejor de los casos es de 100.000 animales, número que supera en habitantes muchísimas poblaciones como Girona o Jaén, Chorzów o Legnica cuya exigencia territorial de alimentación y recursos requiere cientos de veces el espacio necesario para alimentar a dichos lobos. Todos los animales del mundo sobreviven en gettos naturales y entran en recesión poblacional, menos aquellos que el ser humano ejecuta para el capricho de su megalomanía, cuyo número excede en millones el equilibrio natural.



Si apareciera en el planeta una especie animal con un peso medio de 60 kilos y prosperara hasta una cifra de 8000 millones, ocupando el 75% del espacio terrestre, se desataría una emergencia mundial sin precedentes, seguida de la más fulminante aniquilación de esa especie a palos, a tiros, con bombas, fuego y con una violencia indescriptible, siendo considerada la plaga más devastadora de la historia. Así que eso es lo que somos para los ecosistemas. No hipócrita ni falsa, resulta obscena, perversa y cobarde hasta la náusea esa gente que dice gustarla o incluso amar a los animales mientras pagan a quien los encierra, tortura, degüella y descuartiza para poder mascar golosamente sus cadáveres. Elegir a un animal como beneficiario de nuestra protección y al mismo tiempo condenar a otros porque no se ajustan a nuestros gustos es como matar una cucaracha pero admirar a una mariposa, cuyas diferencias son estéticas, un comportamiento infantiloide, aleatorio y bipolar. El lobo ha sido elegido por muchas personas, defensoras de él incluso, como un animal superior, basándose en cualidades ni mejores ni peores que las de los ratones o las vacas. Hay muchas leyendas entorno al lobo, referidas en cuentos, novelas, historias junto al fuego, y que la gente alimenta con un 90 % de ignoracia y otro 10 % de bobaliconería. Su capacidad de cazar, su libertad, su fortaleza, su velocidad, su resistencia... son símbolos de excepcionalidad que podemos encontrar en muchas otras especies animales, aves, peces, reptiles, en incluso insectos.


La supuesta ferocidad del lobo, considerado sanguinario porque se dice que mata más de lo que come, se explica con que no siempre encuentra comida, y cuando lo hace aprovecha para tragar hasta 10 kilos de carne de una vez (y hasta un 20% de su peso), y dejar después los restos a una distancia cautelar para reposar, e irlos visitando en cuanto digiere lo ingerido, incluso cuando ha llegado al estado de putrefacción, su estómago es capaz de metabolizar esa carne, sólo deja los huesos. Es un comportamiento de máxima optimización del recurso, que la ignorancia humana confunde con maldad. El lobo es un gran regulador de ecosistemas. Más del 60% de los cultivos polacos se usan para cebar animales de consumo, y el 86% de esa comida no es comestible para el ser humano. En España el 60% del terreno cultivable es despilfarrado en alimentar animales, pero el 80% de los animales de consumo proceden de macrogranjas. En el mundo, el 77% de la tierra se desperdicia en alimentar animales. Billones de árboles, millones de kilómetros cuadrados robados a la naturaleza para el capricho subdesarrollado de los lácteos, la carne y el pescado. El ser humano es el único animal que mata y daña por placer, sin motivo, y desperdicia hasta un tercio de la comida que produce, casi 1500 millones de toneladas al año. Como vemos, NO estamos en condiciones de reprochar NADA al lobo.


La reintroducción del lobo en un territorio, implica beneficios para el crecimiento de los pastos, segados por los herbívoros en demasía, a los cuales los lobos mueven por el terreno, de valle a valle, permitiendo la regeneración vegetativa de zonas, vuelta a los diseños originales de los cauces de ríos y meandros, expansión de bosques y mejoría de los índices de esponjosidad de la gleba. Pero incluso aunque no fuera así, los lobos han mantenido sus poblaciones con excelente salud durante millones de años, sin detrimento de otros animales, lo cual delata que a su vez han mantenido saludables sus hábitats.


Los lobos expresan alegría, miedo, ira, tristeza y amor entre sí, como la mayoría de animales. Son mamíferos desarrollados y de manada, de modo que las emocionalidades son muy transparentes y necesarias en sus vidas. Cualquier emoción que hayamos observado en los perros es una copia de la emoción de los lobos. Ayudan, atienden, alimentan y cuidan a otros miembros de su familia lesionados o debilitados, como se ha documentado una manada con un miembro mutilado de una pata que era aceptado por el resto, en una cultura del cuidado más antigua que la nuestra. Si un lobo muere, el resto de la familia aúlla durante horas, y el bosque se entristece en un réquiem fúnebre que llora una pérdida irreparable. Los lobos hablan, como todos los animales que se proyectan, no usan el lenguaje verbal, sino el corporal, el olor de sus orines y una gama de vocalizaciones que abarcan desde gruñidos, chillidos y gemidos hasta el conocido aullido, cuya complejidad de modulación, longitud, pausas e intensidad todavía no han sido descifradas.


No ha sido documentada jamás una muerte humana por ataque de lobo. En el libro ¨Los lobos también lloran¨, Farley Mowat relata en ficción el estudio de un etólogo que debía observar durante un año a unos lobos en el ártico canadiense y confirmar si eran ellos los ¨culpables¨ del descenso de las manadas de caribúes, para descubrir que los lobos se alimentaban principalmente de ratones, o liebres, más fáciles de atrapar porque la dieta del lobo es tan amplia y adaptativa que incluso consumen uvas, arándanos y otras frutas para suplementar.


El especismo es un constructo patológico de conveniencia, no de educación, pero reversible con simple voluntad de hacerlo. No obstante la UE ha rebajado el estatus de protección del lobo de ¨estrictamente protegido¨ a ¨protegido¨, lo cual supone una condena para cientos de lobos que son acribillados en este momento para satisfacer la demanda del mercado carnista de ¨carne ecológica¨ en varios países europeos. Comer carne mata lobos. Cazadores ansiosos de asesinatos y trofeos sonríen felices ante esta situación. El silencio se ha adueñado de algunas regiones donde el lobo ha sido ¨regulado¨ convenientemente, un silencio de noches silenciosas sin los preciosos lamentos del lobo amenazado desde hace siglos, silencio de aullidos que no aúllan, de triste bosque callado.